45: "Histeria"

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Amelia, por favor deja de luchar... Todo esto es por tu bien.

Esas fueron las últimas palabras que él le había dedicado mientras que la débil joven se contorsionaba y lanzaba golpes a los aires. Aquello no hizo más que empeorar la situación para ella y favorecerla para él; Todos notaron que su prometida estaba mentalmente insalubre gracias a su carácter iracundo.

Amelia no se había dado por vencida, había arañado y escupido a todo aquel que se le acercara, incluso luchó cuando la ingresaron a la ambulancia. Pero nada podía hacer, la decisión había sido tomada.

Augusto manejaba detrás del vehículo reglamentario de la institución privada a la cual la conducían. Las luces verdes centellantes y las sirenas del coche eran excelentes direccionales para conocer un camino aún oculto. Tres días habían pasado, tres horrendas noches en que había contemplado a la madre de su hijo ser atada a las barandillas de la cama para así no poder escapar o hacer daño a cualquiera, incluso a ella misma.

En esa instancia, ella pocas cosas coherentes había hablado. Gritaba a los cielos su odio y se había arrancado una uña al clavarla en su brazo cuando quiso acariciarla. Intentó convencerla, recitarle en eternos monólogos que era lo mejor para ambos, incluso había derramado lágrimas a su lado al contemplar su estado, pero nada de eso funciono... Ella, con el descaro blasfemo de una novia engañada, solo rezaba una frase.

Cuando él se entere, vendrá a buscarme y te matará a golpes.

¡Pobre criatura ingenua! Ella no sabía lo que le esperaba... Ya tenía el aval de un familiar, Juan Von Brooke lleno de pena y con su mirada centellante infestada en lágrimas había firmado la internación con su propio puño y letra. Augusto mismo se había encargado de pasar una tarde completa convenciéndolo de lo importante que era su tratamiento, su distanciamiento del mundo, su renacer; Le prometió que ella cambiaría y que nunca jamás volvería a atentar contra su propia vida. El lloroso hombre lo comprendió... Juró que no la visitaría hasta que su tratamiento de tres meses estuviera completo. Pareció molestarse en un principio por no poder sostener llamadas telefónicas con ella, pero algo en su corazón sanó cuando supo que podría consultar continuamente por su estado en la clínica.

Pronto los altos muros de la institución le dieron la bienvenida, las paredes blancas rodeadas de malezas eran soberbias, mínimamente deberían haber medido seis metros de altura; Ella no podría salir de allí. Pasó el enrejado con su auto aun siguiendo las huellas de la ambulancia, las cabinas de seguridad lo increparon con sus cámaras de vigilancia y pronto los guardias reclamaron su documentación, el lugar era perfecto.

Estacionó a uno de los costados para luego bajar de su propio auto, aún desde la distancia se escuchaban los gritos de la mujer cautiva que transportaba el vehículo reglamentario ahora inmóvil. Notó como uno de los enfermeros descendía de la cabina de manejo de la ambulancia, pronto éste mismo lo llamó con su mano, apresurado, Augusto llegó a su lado.

—Doctor, tiene que llenar el acta de entrada, por favor— Pronuncio el hombre de oficio mientras que acomodaba su uniforme celeste.

—Sí, por supuesto.— Respondió Augusto, mientras que curioso empezaba a cuestionar. —¿Cómo se ha portado?—

—Terriblemente— Sentenció el enfermero. —Deberemos cortarle las uñas y sacarle toda joya que tenga... En buena hora que la trajo, Doctor—

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora