NA: Para comprender algunas escenas de dicho fragmento es necesario leer el capítulo "Comunión III" de PP en su reedición. ¡Qué lo disfruten!
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Apresurado, intentando que su mente no se bañase en la súbita tormenta de designios tortuosos que atemorizaban a su cabeza, se dirigió al cuarto de invitados.
Por más que lo intentara con todas sus fuerzas no podía, el dolor era sublime y la idea repetitiva. ¿Realmente ella podría hacerle aquello? La escalera continuaba y cada peldaño lo acercaba aún más a su propia desgracia, la imagen fetichista lo esperaba en la cumbre, ella alejándose de su lado y arrojándose una vez más al viento a surcar otro cielo lejos de sus brazos...
Tenían una familia, un buen porvenir, pero también poseían una historia. Unas cuantas anécdotas demasiado dolorosas que acobardarían a cualquiera. ¿Qué tan grande tenía que ser el corazón de un ángel como para albergar tanto pesar? Quizás ella por fin había tapado sus ojos, como a aquellas estatuas ciegas con mirada blanca, y de una vez por todas se negó a contemplar su penoso martirio en el pasado. Alejándose de su presente y prohibiéndoles un futuro...
Encontró el cuarto de huéspedes, sin prestarle atención se dirigió al baño y en un pestañear el agua ya corría desde la canilla. Cada gota que vertía parecía fuego líquido, por más que estuviera helada, el agua lo quemaba traspasando aquella camisa negra que quizás no volvería a ser usada. El traje de nupcias se guardaría, sí Amelia lo había abandonado era más que un hecho que jamás volvería a ser usado.
El vino se marchaba entre los mojados toques de su mano mientras que su reflejo lo contemplaba desde el botiquín del baño, estaba desencajado, temblante, asustado como hacía mucho que no estaba. Como siempre lo fue y será, ella tenía su destino en sus manos. Era cuestión de esperar saber que le sucedería, quizás lo tomaría con gracia, perfumándolo en rosas o lo arrojaría al olvido, mordaz como una espina.
Suspiró de manera audible haciendo que el eco de su propia respiración retumbase en la cerámica, necesitaba valentía para nuevamente salir y confrontar a los invitados. ¿Qué les diría sí aquello no era una simple pesadilla? ¿Qué su ángel había decidido abandonar su forma terrenal? ¿Qué la sangre ya no la unía y que había elegido abrir sus alas solo para volar? ¿Ella se cansó? ¿Se aburrió? Realmente no lo sabía, la duda lo trastornaba y estaba odiando su propia ignorancia...
Como pudo, se recompuso sabiendo que la fortaleza era casi una norma de etiqueta para dicha velada. Pensó en Sofía preocupada y como no debía asustarla, acomodó sus gafas y a paso lento, con la mirada gacha, salió del baño.
—Hola, Tomás...
Aquella voz, a veces tan celestial y otras tantas deliciosamente diabólica, lo confrontó desde uno de los rincones desolados del cuarto. A un costado de la cama una silueta blanca sentada sobre el edredón le daba la espalda.
La notó en detalle teniendo un necesario respiro de vida, su vestido blanco, apenas visible desde su pose, lo saludaba entre los girones de sus omoplatos desnudos. Apenas un velo cubría sus hombros y resguardaba su cabello. Haciendo que su corazón nuevamente volviera a latir, suspiró aliviado.—Ami, no sabes lo preocupado que me tenías.
Siseando, como solamente lo hacía cuando su voz se afligía, ella habló sin voltear.—¿Preocupado? ¿Por qué?
—Bueno...—Aclarándose la garganta, buscó un poco de serenidad.—Me dijeron que no te encontraban... Llegué a pensar que todo se cancelaría, pensaba que tenías dudas, Ami...
—De hecho, las tengo.—Poniéndose de pie, lentamente la falda del vestido cayó al suelo, ella se dio vuelta revelando su estampa. Blanca, revestida en el alba, aquella novia con su rostro oculto dejaba en claro que esa era su forma celestial. Envuelta en gasa, con hilos de plata bordando rosedales en su pecho, aquella sublime imagen se hizo presente ocasionando que su corazón diera un vuelco. Intentó bajar la mirada, pero cuando lo hizo ella llegó caminando hasta posicionarse delante suyo, sus pies estaban ocultos por la tela, pero eso no importaba, porque allí fue cuando se percató de un sutil detalle que hizo que su frente rápidamente se nacarara en sudor. Su delicado vestido, en la terminación de cada tela que lo componía, estaba labrado con pequeñas plumas blancas.
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Perdóname, Amelia (BORRADOR)
Roman d'amour2° libro. Tomás Valencia, un hombre confinado al silencio de sus emociones, convive con el martirio de tener aún presente el fantasma de una pasión pasada. Lucha por sobrellevar su pena y si único aliento es el recuerdo de quien alguna vez fue el a...