Me despierto en mitad de la noche con mechones sudados pegados a mi cara, que podría jurar que está roja de no poder respirar bien. Me incorporo como puedo y me quito el pelo de la cara, notando los dedos pegajosos y mojados del sudor. ¿En qué demonios estaba soñando? Me echo todo el pelo hacia atrás y tanteo en la mesita de noche hasta que encuentro una goma del pelo. Me lo recojo y aparto las sábanas a patadas. Me estoy agobiando. Necesito salir de mi habitación y de su aire asfixiante. Antes de salir, abro la ventana para que entre aire limpio y fresco y por casualidad miro la hora. Las 3:08 a.m. Me espera una noche muy larga.
Algo que siempre me ha gustado de esta casa es la sala de proyecciones. Bueno, la sala de proyecciones y la piscina, pero la llave del jardín está en algún lugar en mi mesilla de noche, pero no pienso entrar de nuevo a esa jaula de aire sofocante. No, eso sí que no. Tanteo la pared a medida que voy avanzando por el pasillo, mientras me recuerdo a mí misma que la habitación de mis padres está en la primera planta, no en la segunda, donde estoy ahora. Paso por delante de la habitación de Michael y los chicos, y finalmente encuentro la puerta de la sala de proyecciones. En sus tiempos orgullosos, mi madre invitaba a todo el barrio a una sesión de cine y mi hermana hasta sacaba su dinero vendiendo palomitas recién hechas y vasos de Coca Cola fría. Pero después algo pasó, una vecina se quejó de que mi madre solo usaba aquello para que su hija sacase dinero, y mi madre tuvo una crisis nerviosa, y dejó de invitar a gente, dejando la sala de proyecciones para mi hermana y para mí cuando queríamos ver algo, o para mi padre cuando quería ver el fútbol en pantalla grande y sentirse muy importante. Ella no volvió a entrar allí más, y a mi padre después de unos años dejó de gustarle el fútbol. Así que finalmente, la única que lo usaba era yo, ya que Angela prefería irse de fiesta que ver películas o vídeos. Bajo la manilla de la puerta y entro a la sala, iluminada tenuemente por el brillo blanquecino de la pantalla, que se refleja en las cuatro filas de asientos. Subo los escalones que hay hasta llegar a la cabina y me voy directa a la pila de vídeos caseros. Supongo que venir a esta casa me ha abierto la vena sensible, o a lo mejor simplemente quiero recordarme a mí misma lo mal que lo he pasado en esta casa y por qué he de irme de aquí a la primera oportunidad que pille. Aunque tampoco es que haya muchos vídeos sobre mí, solo hay que mirar los títulos. 1er cumpleaños de Angela, 2do cumpleaños de Angela... Así hasta el décimo cumpleaños de Angela, en el que tuvo una rabieta porque no querían que la grabasen más. La recuerdo, tirando el plato de pastel al suelo, plato que tuve que recoger yo porque a ella “le dolía demasiado la muñeca”. Séptimo cumpleaños de Jessamine. El único vídeo en el que salgo yo que he encontrado hasta ahora. Lo pongo como puedo en el reproductor, rezando para que esté bien puesto, y me siento en un asiento en la primera fila, con las piernas subidas al asiento.
El vídeo no se hace esperar. El brillo blanquecino de la pantalla no tarda en convertirse en una familiar escena en el salón. Una gran mesa cubierta por manteles individuales de color azul marino y una tarta pequeña de nata está en el punto de mira de la cámara, y se oye la voz de mi padre decir: “¡Angela!”. Mi hermana estaba en una esquina, comiendo tarta con una cucharilla del té, y al oír a mi padre, se gira y sonríe, con algo de nata en el labio inferior. Le saluda con su mano libre y después se vuelve a girar para seguir comiendo tarta. Se oye la respiración de mi padre, y de pronto me acuerdo de él, con la cámara pegada al ojo y sonriendo, sin parar de sonreír, mientras grababa todo el alrededor de la sala de estar. Enfoca a mi madre, que se veía más joven -han pasado ocho años al fin y al cabo – sujetando a Michael en sus brazos. Michael, con las mejillas sonrojadas e hinchadas, como solo un niño de nueve años puede tenerlas. Monísimo. Mi madre llevaba el pelo recogido en un moño y estaba discutiendo con Michael para que tomase tarta, mientras él pataleaba porque no le gustaba la nata. Y entonces, de pronto escucho mi nombre. “¡Jessamine!”, y la cámara se desplaza a otra esquina, la esquina opuesta de la mesa en la que estaba Angela. Alzo la mirada de mi destrozado trozo de pastel hasta mi padre y sonrío, con toda la cara y las manos llenas de nata. Mis ojos se veían enormes, y tenía hasta un refregón de nata en la frente. La risa de Angela empieza a oírse por detrás de la cámara, pero no el tipo de risa que usa ahora, con condescendencia, si no el tipo de risa de niña feliz de ocho años en un cumpleaños con una tarta de nata. Angela entra en el campo de visión de la cámara cogiendo la falda de su vestido con las manos manchadas de tarta y reía. “¡Mira, Jessie, me he manchado el vestido!” dice alegre, y me quedo de hielo. ¿Ella? ¿Ella me dijo Jessie? Mi yo de siete años la mira sonriendo, mostrando sus diminutos dientes de leche, y con las manos sucias de nata le mancha la mejilla derecha pintando una A y una J. Ella abre la boca como ofendida, aunque todo el mundo sabe que los enfados en los niños no suelen durar mucho, y me devuelve la pintada, una J y una A en mi antebrazo derecho. “¡Jessamine, Angela! ¡Dejad de manchaos la ropa!” exclama mi padre, pero mi hermana suelta un chillido ahogando lo que mi padre dice, mientras se tapa la boca con las manos, boca que yo había llenado de pastel. Un Michael con el pelo rubio se acerca a nosotras, incluso con aquella edad me sacaba una cabeza. Angela no duda en coger pastel con las manos y ponérselo en el pelo, llenándoselo de nata y bizcocho, mientras ríe. Recuerdo a mi padre mirando anonadado a mi madre, mientras esta negaba con la cabeza, como diciendo “no hay nada que hacer aquí, dejalos divertirse”. Michael le devuelve la jugarreta a Angela, llenándole las puntas del fino pelo color mantequilla de nata, y Angela hace lo mismo conmigo. “¡Venga, niños, una foto!”. Mi madre entra a escena con su vestido azul de los cumpleaños y una cámara de fotos. Angela y yo nos ponemos una al lado de la otra, y Michael detrás nuestra, los tres con una enorme sonrisa. En el tiempo en el que mi madre tarda en hacer la foto, me doy cuenta de las similitudes entre mis hermanos y yo. Michael y Angela, los dos con el pelo rubio, y yo con el pelo castaño. Angela y yo, con los ojos azules, y Michael con los ojos verdes. Y los tres, con la piel ligeramente pálida.
Solo cuando noto los brazos de Ashton alrededor mía formando un cálido abrazo, me doy cuenta de que estoy llorando.
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Beautiful Green Eyes
Dla nastolatkówJessamine Clifford tiene 15 y una plaza en el internado en el que su hermano lleva tanto tiempo. Los años han pasado, los hermanos se reencuentran. Y quizás, Jessamine también encuentre alguna que otra agradable sorpresa. Portada por: cxovers4u/XxBl...