Capítulo II

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Amaia se aseguró de no volver a llegar tarde al día siguiente, afortunadamente no tenía clase de historia a primera hora, pero sí después del descanso. Caminó con los cascos puestos hasta las mesas enfrente de las aulas, colocándose bien el vestido negro estampado. Iba tan ensimismada que no se dio cuenta de que se habían caído unos papeles de la carpeta que sujetaba hasta que una mano se posó en su hombro. Soltó un pequeño grito del susto.

—¿Esto es tuyo?—Amaia enseguida se sonrojó al reconocer la voz. Se colocó unos mechones de pelo sueltos detrás de su oreja, mordiéndose el labio.
—Sí, muchas gracias—asintió y sonrió educadamente cuando el profesor García le tendió los papeles. Se apoyó en una de las mesas, observando cómo la chica hacía maniobras para volver a meterlos en la carpeta.
—Parece que hoy sí que has llegado a la hora– dejó caer el profesor. Resopló suavemente. ¿La estaba vigilando?
—Sí, esta vez sí que he escuchado la alarma—soltó una risilla.
—Nos vemos en clase, después del descanso—sonrió y antes de que pudiese despedirse, desapareció entre la gente. Suspiró profundamente y se encaminó a la cafería.

Amaia soltó un pequeño chillido cuando Martí se plantó enfrente de ella de repente.
—Madre mía, Martí– suspiró con una sonrisa mientras se llevaba las manos al pecho, el corazón latiéndole a mil por hora por el susto y por verle.
—Casi rima y todo– mencionó el chico y le cogió de la mano para ir con ella la cafería.—¿Quién era ese hombre, por cierto?
—El profesor García, el nuevo que me da historia– explicó Amaia sin tener ganas de ahondar en lo que había pasado el día anterior.
—Hm, ¿y qué quería?—preguntó Antonio. No muchos profesores se paraban a hablar con sus alumnos en el pasillo.
—Nada, es que ayer llegué tarde y solo me quería decir que todo estaba bien porque era la primera clase y no tenía importancia—Amaia intentó sonar convincente terminando con una sonrisa.

Se sentaron en una mesa con un café cada uno. Martí iba a empezar a hablar cuando uno de sus amigos le llamó desde otra mesa. Les miró por encima del hombro y después de nuevo a Amaia.

–¿Te vienes?— inquirió apoyando su mentón en la mano.
—Hm, es que no sé si les caigo bien— contestó Amaia casi en un murmullo.
—Claro que les caes bien– rio el chico mientras negaba con la cabeza. Amaia se levantó y Martí apoyó su mano en la parte baja de su espalda. Los chicos saludaron a Martí y ella optó por ser amable, extendiendo su mano mientras se presentaba los chicos: Roi, Ricky y Luis, aunque a este ya le conocía por Aitana.

Martí se sentó junto a Amaia, dejando que su mano recorriese su espalda para que sus dedos se enredasen en algún mechón de su pelo.
—Habíamos pensado en ir a dar una vuelta hoy por el centro, ¿os venís?—Roi le dirigió una sonrisa a Amaia, que miró a Martí para comprobar que su cita seguía en pie.
—No podemos, ya tenemos planes—el chico le guiñó un ojo. Amaia se sonrojó, pero no podía evitar sentirse un poco culpable porque no pudiese ir con sus amigos.
—Puedes ir con ellos si quieres—dijo ella suavemente, mirándole a los ojos.
–Tenemos una cita, claro que no voy a ir—Martí le sonrió, haciendo que se ruborizase más.
—Este fin de semana también haremos algo. Puedes venir con Aitana—propuso Luis, fijándose en la mirada tierna de Martí en ella.
—Ah, pues si no os importa estaría bien—se encogió de hombros y todos negaron.
—Claro que no, estaría genial.

Ricky anunció que el descanso estaba llegando a su fin y todos se levantaron.
—Nos vemos después de clase. Te espero en el coche, ¿vale?– murmuró Martí, atrayéndola hacia él para abrazarla.
—Claro—le devolvió la sonrisa y besó su mejilla, y esta vez fue él quien se sonrojó.

Amaia caminó con prisa entre los pasillos abarrotados de gente de camino a sus clases, no quería volver a llegar tarde a historia. Vio a Aitana justo delante de ella, que se enganchó de su brazo para caminar juntas al aula correspondiente.


—Hola, ya veo que hoy llegas a tiempo—rio la chica del flequillo y Amaia puso los ojos en blanco ante el comentario.
—No me atrevería, quizás me castigase—arqueó sus cejas y Aitana no pudo evitar soltar una carcajada.
—De verdad, Amaia, eres de lo que no hay—golpeó amistosamente el brazo de su amiga cuando entraron en el aula, donde ya les esperaba el profesor García.

Alfred estaba sentado en su mesa, esperando a que todos sus alumnos entrasen. Sus ojos se clavaron en Amaia, la encontró fácilmente entre el grupo de alumnos. Observó cómo se sentaba en una de las primeras filas, junto a la otra chica morena. Si no se equivocaba, se llamaba Aitana. Aitana también era guapa, muy guapa, pero no tenía esas mechas rollo surfero de Amaia, ni sus ojos de miel, que se parecían al chocolate derretido con caramelo. Sus dientes se clavaron en su labio inferior cuando cruzó las piernas, una sobre otra de nuevo, y se inclinó para sacar su ordenador del bolso.

—Buenas tardes, vamos a continuar en donde lo dejamos ayer. ¿Alguien podría decirme de qué estábamos hablando para tener la sensación de que os enteráis de lo que hablo?— sus palabras causaron la risa de la mitad de los asistentes y se movió para quitarse la chaqueta del traje. Los ojos de Amaia se trasladaron de la pantalla donde ya estaba proyectado el PowerPoint a él. Su lengua recorrió sus labios cuando él se pasó una mano por el pelo, haciendo que los rizos se le despeinasen.

—Señorita Romero, ¿le importaría comenzar por mí?
Profesor García, puedo hacer muchas más cosas por usted.

Amaia se levantó, preguntándose por qué le había tocado a ella.
—¿Enfrente de toda la clase?— se estremeció cuando él señaló el lugar vacío en la tarima, junto a él.
—Por supuesto— ella le contestó con una sonrisa dulce, caminando hacia el lugar indicado. Sujetaba con fuerza sus apuntes de la última clase y respiró profundamente antes de mirar a sus compañeros. Alfred se sentó en su silla. Amaia se limitó a leer sus apuntes en alto, dirigiéndose totalmente al profesor García ya que el resto de la clase ni se molestaba en prestarle atención.

Alfred se fijó atentamente en su manera de hablar, relajado en su silla. Sus cejas se arqueaban de vez en cuando y sus ojos se encontraban cuando ella le miraba por encima de las hojas de papel que sujetaba. Se perdió en sus pensamientos, su mirada deslizándose por su figura, por sus piernas esbeltas, que apenas se apreciaban debajo de sus finas medias negras.
—¿Profesor García?— Amaia parpadeó al ver que él se mantenía en silencio cuando terminó de leer su resumen. Alfred se mordió con fuerza el labio al imaginarse esas piernas alrededor de su cintura.

Su voz dulce se coló en su mente, haciendo que levantase la vista y soltase su labio.
—Interesante, señorita Romero. Muchas gracias— se levantó y Amaia asintió. Sintió su mano rozar la parte inferior de su espalda, un gesto suave para invitarla a que volvise a su asiento. Ella le miró por encima del hombro una vez que se dio la vuelta, su pulso se había disparado con el simple contacto que acaban de tener. Los ojos marrones del profesor se clavaron en ella y se apresuró en regresar junto a Aitana.

—Lo has hecho genial— susurró Aitana cuando su amiga se sentó.
—¿En serio? Estaba muy nerviosa— Amaia rio por lo bajo, aún algo alterada.
—Normal, se te ha quedado mirando todo el rato, mientras se mordía esos labios deliciosos que tiene— vaciló la chica, haciendo que Amaia se estremeciese y le diese un empujón amistoso.

—¿Hoy has quedado con Martí, no?— preguntó Aitana, a lo que Amaia asintió.
—Después de clase, pero no sé a dónde me va a llevar— respondió sin quitar la mirasa del profesor. Estaba profundizando en un tema que a ella no le interesaba demasiado. Amaia permaneció en silencio hasta final de la clase, dedicándose a mirar a Alfred y esforzándose por no desviar la vista a algún lugar que no fuese legal.

El timbre sonó y todos se levantaron para irse. Amaia siguió a Aitana hacia la salida, pero se asustó al notar una mano que le agarraba el brazo.
—Siento volver a pararte, señorita Romero— comenzó el profesor García, disculpándose con una sonrisa en sus labios. Puedes pararme las veces que quieras, profesor García.— He estado viendo tu expediente y he visto que esta ya es la segunda matrícula en esta asignatura— Amaia hizo lo imposible por no reírse, sus notas eran tan desastrosas que preocupaban hasta un profesor que acaba de conocer.— Quizás sería una buena idea tener una hora de estudio a la semana para asegurarme de que entiendes todo lo que se explica en clase y tus notas consiguen subir. Veo todo lo que pasa en este aula, Amaia— añadió con una media sonrisa que hizo que sus rodillas temblasen.

—Así que quieres tener como una tutoría conmigo, ¿una hora a la semana?— preguntó la chica, asegurándose de que lo había oído bien. Se imaginó a ella misma sentada en su mesa y su corazón comenzó a latir mucho más rápido.
—Sí, solo si accedes, claro— le ofreció el profesor, apoyándose en la mesa y cruzando los brazos, haciendo que la camisa se le ciñese a los brazos y se marcasen más.

—Claro, me gustaría empezar el cuatrimestre con notas algo mejores— aceptó Amaia, añadiendo una sonrisa para dar un poco más de énfasis a lo que acababa de decir, consiguiendo que él sonriese también.
—Genial, podríamos empezar mañana si tienes tiempo después de clase— Alfred se separó de la mesa, acompañándole a la puerta.
—Sí, me viene genial. Muchas gracias, profesor García— Amaia salió al pasillo y se dirigió a las escaleras para abandonar el edificio. Alfred se mantuvo en la puerta, observando cómo se marchaba hasta que la perdió de vista cuando cruzó la calle.

Amaia guardó rápido los libros en su bolso y corrió al parking del campus. Martí estaba esperando apoyado en su coche, brazos cruzados y gafas de sol negras cubriéndole la mirada. La imagen del chico apoyado en el Mercedes fue suficiente para que a Amaia le subiese la sangre a las mejillas.

—Hola, princesa— sonrió Martí, abrazándola cuando le alcanzó y consiguiendo que la chica riese.
—Hola— suspiró, dejando que le besase en la mejilla y que cogiese su bolso para dejarlo en el asiento de atrás. Abrió la puerta de su lado, invitándola a entrar y ella se dejó caer en su sitio. El chico se sentó frente al volante, encendió el motor y condujo hacia la salida.

Martí mordió suavemente su labio inferior y la miró.
—¿Puedo cogerte la mano?— preguntó como si fuese un niño a la chica que le gustaba. Amaia rio ante la inocencia de su pregunta.
—Claro que puedes— Martí entrelazó sus dedos con los de Amaia, deseando que no se notasen demasiado las manos sudadas por el nerviosismo de todo el día. Amaia sonrió con la imagen de sus mano, la suya mucho más pequeña que la del chicho, pero encajaban a la perfección. Cruzó las piernas, deseando descubrir ya el lugar tan secreto de su cita.

¡Hola! De nuevo, gracias a todos por comentar/votar, me hace mucha ilusión 🤗 ¿Qué creéis que pasará ahora? ¡Espero vuestras suposiciones/ideas/imaginaciones!

¡Muchas gracias y nos leemos pronto!

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