Capítulo X

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Y llegó la noche del sábado. Amaia unos vaqueros negros y una blusa con los hombros al aire y algunos detalles de encaje en el escote. Estuvo dudando entre repetir con los zapatos de tacón de la semana anterior o refugiarse en unas deportivas y la segunda opción ganó. Giró sobre si misma frente al espejo y miró la pantalla de su móvil cuando se iluminó. Su hermana no llegaría a dormir a casa esa noche. Y con un poco de suerte, yo tampoco.

Amaia suspiró y miró su reflejo en el espejo. No se había maquillado demasiado, pero no había renunciado a su pintalabios rojos. Ella siempre se repetía que no se arreglaba para otra persona que no fuese ella misma, pero esta vez esperaba impresionar, al menos un poco, a Alfred. Pasó una mano por su pelo antes de guardar sus cosas en el bolso y salir de casa.

Alfred ya le esperaba impaciente en su casa. Se había ofrecido a ir a recogerla, pero ella se había negado, así que tenía más tiempo para preparar la cena. Sin embargo, no estaba para nada concentrado en la cena. Hacía mucho que no tenía una cita en serio, era más de relaciones de una noche y al día siguiente si te he visto no me acuerdo, pero no quería que eso pasase con Amaia. Había algo en ella que le atraía demasiado, no sabía el qué ni le interesaba demasiado descubrirlo. El telefonillo le sacó de sus pensamientos y corrió a pulsar el portero automático.

El timbre sonó y abrió la puerta, encontrándose a una Amaia sonriente frente a él.

—Hola— le saludó sin borrar la sonrisa, consiguiendo que las piernas de él temblasen ya.

—Buenas noches— le devolvió la sonrisa y se acercó a ella, tomando su mano para invitarla a pasar— Estás increíble.

—Gracias— contestó, sonrojándose y deseó que él no se diese cuenta. Alfred le ayudó a sacarse la cazadora que llevaba y la colgó en el perchero de la entrada.

Amaia suspiró al notar el ya tan familiar gesto de Alfred de posar su mano en su cintura para guiarla, en este caso, hacia el salón. La mesa de comedor estaba ya puesta, con una vela en el medio para ambientar la velada. Parece que realmente lo está intentando.

—La cena está casi lista, ¿quieres un vaso de vino?— le ofreció Alfred, alcanzando  la botella. Ella asintió y él la descorchó, cogiendo su copa para servirlo— Enseguida vuelvo.

Cuando desapareció tras la puerta, Amaia miró alrededor del salón, reparando en pequeños detalles que no había visto en sus otras visitas. Inevitablemente, caminó hacia el piano y, con delicadeza, levantó la tapa. Dejó que sus dedos acariciasen las teclas y cerró los ojos, disfrutando del tacto. Ojalá le dejase tocar algo antes de irse. Alfred le devolvió a la realidad cuando volvió a la habitación, con dos platos humeantes de pasta. Aunque la cena no le gustase, no se lo diría solo por el esfuerzo que parecía haber hecho para cocinar. Se sentó a la mesa y miró de reojo a Alfred, disfrutando de cómo la camisa ajustada marcaba sus brazos y dejaba entrever lo que había bajo ella al tener varios botones desabrochados. Se mordió el labio, dando un trago a su copa de vino.

—¿Qué tal tu día?— le preguntó Alfred en un intento de romper la tensión entre ellos.

—Bien, he estado haciendo cosas de la universidad y durmiendo— sonrió mientras pinchaba la pasta para probarla.

—¿Entonces has descansado?— sus ojos se deslizaron por sus brazos, fijándose en la delicadeza de sus movimientos.

—Sí, te he hecho caso— rio Amaia— La verdad es que ya me siento mejor, gracias por la recomendación.

—De nada, me alegro de que estés mejor— sonrió Alfred— Así que vas al conservatorio con Miriam. ¿Hace cuánto tocas el piano?— Amaia le miró alzando una ceja, no recodaba haberle dado ese dato sobre ella— Me lo ha contado Miriam— aclaró él.

Contradicciones |AU-Almaia|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora