Capítulo IV

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Alfred miraba a Amaia mientras esta se comía feliz su pizza cuatro quesos, simple pero la favorita de la chica. Siguió los movimientos de sus dedos, viendo cómo jugaban con un par de mechones de pelo antes de colocarlos detrás de su oreja. Alfred la había llevado a una terraza de la última planta de uno de los edificios más altos de la ciudad, desde donde se podían observar las calles repletas de gente. La brisa se colaba entre su pelo, despeinándolo mientras ella miraba atenta el atardecer. Él, que ya había terminado su plato de pasta, se limitaba a mirar cómo sus dientes se clavaban en la masa fina de la pizza.

La mente de Alfred había empezado a imaginarse otras cosas que podría estar haciendo Amaia con su boca y apretó los labios para reprimir un gemido. Amaia se limpió las manos antes de llevarse el vaso de agua a sus labios para beber. Alfred no pudo evitar fijarse en ellos, no demasiado finos, entreabiertos para dejar pasar el agua, y ella lo dejó en la mesa otra vez.

—¿Tienes planes ya para el fin de semana?— preguntó Alfred con la esperanza de que no se lo tomase como una pregunta propia de un acosador. Amaia asintió y esperó a tragar el trozo que tenía en la boca para responder.

—Pero nada especial, solo unos amigos, Aitana y su novio— explicó, restando importancia a que también fuese su supuesto novio, Martí. Alfred asintió— ¿Y tú tienes planes?— Por ejemplo, invitarme a tu casa y quizás a tu cama. Alfred negó con una sonrisa.

—Qué va, preparar las clases de la semana que viene y descansar— respondió sin borrar su sonrisa.

—¿No estás casado ni con nadie?— se atrevió la chica a preguntar y se sonrojó un poco cuando él alzó sus cejas.

—No, digamos que no soy mucho de tener relaciones estables— ladeó un poco la cabeza, mirándola de reojo para ver su reacción.— ¿Sabes ya que harás después de la universidad?— preguntó para cambiar de tema. Amaia clavó sus ojos en las manos de Alfred.

—Sí y no— contestó Amaia— Digamos que yo tengo unos planes y mis padres otros— rio y él le dirigió una mirada para que continuase— Quiero dedicarme a la música, de hecho solo estoy en la universidad porque mis padres "quieren que me asegure un futuro". Obviamente, cuando termine quieren que haga un máster y encuentre trabajo y todo eso. Así que no sé qué haré aún— suspiró Amaia y Alfred la observó con detenimiento. Nunca se habría imaginado esa respuesta, desde luego. Y se la imaginó sentada delante de un piano. Su pelo, suelto. Sus dedos se deslizaban por las teclas de la misma manera que los de él mismo se escurrían por su cadera para llegar a sus piernas y le acariciaban, despacio. Sus gemidos iban al ritmo de la música que salía del piano. Alfred sacudió la cabeza, volviendo a la conversación.

Después de charlar un poco más, el frío de la noche empezó a hacerse notar.

—¿Nos vamos? Se está haciendo tarde— dijo Alfred y ella asintió antes de levantarse. Amaia hizo el amago de coger la cartera para pagar, pero él se lo impidió— Soy yo el que te ha invitado, así que pago yo, bonita.

Las mejillas de Amaia enseguida se encendieron cuando la llamó bonita, con esa voz grave, y sus piernas se transformaron momentáneamente en gelatina. Alfred volvió y reposó su mano en la parte baja de su espalda, guiándola hacia la salida.

—¿Tu casa está lejos de la para de metro?— le preguntó y ella negó.

—Como diez minutos o así— contestó cuando empezaron a bajar las escaleras. Amaia suspiró, la temperatura del ambiente iba subiendo y no solo por haber entrado en el metro.

Deslizaron sus abonos de transporte y pasaron los tornos para dirigirse al andén. La estación estaba llena, lo que hizo que Alfred se fijase más en los pasos de la chica para no perderla. Sí, ella sabía llegar a su casa sola, pero no quería perder el control de la situación. El metro llegó enseguida y Amaia agarró su mano para que se montase con ella en el vagón. Cuando cerraron las puertas, la chica se quedó aprisionada contra él.

Contradicciones |AU-Almaia|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora