—No tienes que disculparte por esto, Amaia— respondió suavemente Alfred, acariciando su mejilla.
Y entonces, se hizo el silencio. Alfred miraba las mejillas encendidas de Amaia, sus ojos dubitativos y un poco avergonzados, sus dientes clavándose en el labio inferior, su melena recogida en una coleta ya medio deshecha. Ella era la que se había atrevido a hacer lo que él llevaba toda la semana deseando, y ahora no tenía nada que decir. Se relamió los labios, intentando disfrutar un poco más de su sabor, un poco salado por el sudor y las pocas lágrimas provocadas por la caída. Ella, por su parte, no sabía dónde meterse. Acababa de besar a su profesor y debería estar arrepentida, pero había sido la mejor sensación de su vida. Mucho mejor que besar a Martí. Su mente era un batiburrillo de sentimientos contradictorios, satisfacción y culpabilidad. En el fondo, no podía evitar imaginarse lo que hubiera pasado si ella no se hubiese separado. ¿Cómo será su cuarto? ¿Y el colchón? Cerró con fuerza los ojos y respiró profundamente para intentar relajarse.
—Se está haciendo tarde, Amaia— dijo Alfred en un susurro casi imperceptible— Te llevo a casa.— Amaia seguía demasiado confusa para poder negarse y le siguió a la puerta de nuevo, despacio por el dolor que aún sentía en la rodilla. Se mordió el labio al notar su mano en su espalda baja, un gesto ya tan normal en él, y le invitó a entrar en el coche para sentarse. Amaia se dejó caer en el asiento, sus piernas se estiraron una vez se hubo puesto el cinturón. Alfred se sentó frente al volante y suspiró ante la tensión que se palpaba entre ambos.
La situación entre ambos se había vuelto más que incómoda, ninguno lo quería así pero no podían evitarlo.
—No te olvides de limpiar de nuevo la herida por la mañana, para que no se infecte— le recordó él en un intento de romper el silencio y ella asintió. Subió un poco el volumen de la radio, pero era imposible romper la atmósfera que reinaba en ese Bentley.
Amaia salió del coche cuando llegaron a su casa, y él le miró por encima del coche al salir él también.
—Muchas gracias, profesor García— murmuró ella, cruzando sus miradas un breve instante antes de cerrar la puerta del coche y caminar hacia la entrada.
—Que pases un buen fin de semana, Amaia— respondió él, pero esta vez ella no se giró para mirarle con su dulce sonrisa. Suspiró y volvió al coche, conduciendo de nuevo a su casa.
—¿Quién te ha traído a casa?— preguntó Ángela desde la cocina. Amaia se encogió de hombros y llenó un vaso de agua.
—Un amigo, me caí corriendo cerca de su casa— contestó, evitando la mirada de su hermana.
—¿Estás bien?— se fijó en la rodilla de la chica vendada.
—Sí, estoy bien— gruñó Amaia y se llevó el vaso a su habitación. Se sentó en la cama y puso y cogió el móvil para poner algo de música y así, distraerse un poco.
Se levantó y se soltó el pelo de la coleta, dejando que cayese hasta un casi la mitad de su espalda. Tiró la goma en la mesa con un suspiro de enfado, de enfado consigo misma por haberse metido en una situación de la que ahora solo quería escapar. De ahora en adelante, el profesor García sería solo eso, su profesor de historia. Martí era lo único que le importaba, era su novio, al fin y al cabo. Amaia cogió de nuevo su móvil y marcó su número para afianzar su decisión. Él no tardó mucho en contestar.
—¿Amaia? ¿Ha pasado algo?— la voz ronca de Martí le dio a entender que acababa de despertarle.
—Lo siento, te estoy molestando, qué horror— contestó ella, poniéndose nerviosa.
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Contradicciones |AU-Almaia|
FanfictionALTERNATIVE UNIVERSE El profesor García se incorpora como profesor en la universidad, mientras que Amaia vive en un mundo de acordes, sostenidos y bemoles. ¿Qué pasará cuando sus caminos se crucen?