Capítulo XV

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Los ojos de Alfred estaban fijados en la cara dormida de Amaia. Sus pestañas casi tocaban sus mejillas y el pelo estaba revuelto sobre la almohada. Rozó un lado de su cara con sus nudillos, estaba realmente guapa. En ese momento y siempre. Se acordó de la noche de ayer, cómo ambos se morían de ganas de volverse a ver, cómo se había sentido viéndola improvisar con el piano, cómo le había encandilado cantando ese City of Stars con su voz meliflua, cómo habían acabado los dos juntos entre las sábanas y cómo había dejado escapar ese te quiero, insignificante para ella, todo para él. Amaia le había mirado con los ojos muy abiertos, quieta. No pudo devolvérselo, ni decirle algo similar, y él le dijo que no importaba, que podía tomarse su tiempo.

Sí, Alfred, le había dicho que no le importaba, pero en realidad sí. No dejaba de rondarle la cabeza cómo ella solamente había asentido y deseado buenas noches y sabía que no había sido capaz de quedarse dormida hasta casi el amanecer. Su ángel estaba profundamente dormido ahora y no quería molestarla. Alfred estaba tan perdido en sus pensamientos que no se había fijado en que sus ojos, grandes, le observaban ya atentos.

—¿En qué estás pensando?— murmuró ella con la voz aún medio rota del sueño.

—Nada en particular— respondió él con una sonrisa.

Amaia cerró de nuevo los ojos cuando él acarició su mejilla, sus dedos deslizándose por su piel suave.

—¿Estás seguro? Tenías cara de enfadado— susurró ella pero él volvió a negar.

—Segurísimo— dejó un beso en sus labios y salió de la cama.

—En cuanto consiga levantarme, preparo algo de café— bostezó Amaia, estirando los brazos.

Alfred se rio y besó su frente antes de levantarse de la cama. Recogió su ropa esparcida por el suelo de su habitación y se dirigió al baño de la habitación de Amaia. Cerró la puerta tras él y miró su reflejo en el espejo. Probablemente Amaia no se había dado cuenta de cómo un detalle tan pequeño no dejaba de rondarle la cabeza. No podía obligarla a quererle, creía que había algo más dentro de ella que no le daba la seguridad suficiente para confiar en ellos como pareja. Quizás fuera la diferencia de edad, pero no había sido nunca un problema para nada más.

Alfred se metió en la ducha, bajo el chorro de agua templada, dejando que empapase sus rizos castaños. Cerró los ojos y suspiró profundamente. Tenía que apartarlo de él para que no afectase a la relación que tenían en ese momento. También había otro problema, Amaia no quería que nadie supiese que tenían una relación, pero estaba a punto de convertirse en algo imposible de ocultar en un par de semanas. No podía seguir llamando a Amaia a su oficina fingiendo que hablaban de asuntos de clase cuando en realidad Amaia prefería tumbarse sobre la mesa que estudiar en ella.

Y Alfred no quería que siguiese siendo su secreto, pero tenía miedo de que le fuese a costar su trabajo. Todo por una mujer que quizás no le quisiese tanto como él a ella. Dejó caer su cabeza hacia atrás para que el agua le empapase la cara por última vez antes de apagarla. Amaia se había vestido con unos shorts vaqueros y una camiseta de rayas y ya estaba en la cocina, preparando el café y algo de desayuno. Se había olvidado por completo de comprar comida para el desayuno el día anterior así que tendrían que conformarse con galletas y pan de molde.

—Recién duchado ya, qué mono— sonrió Amaia cuando vio a Alfred entrar en la cocina, aún ocupado terminando de abotonar su camisa.

—Así es— murmuró él como respuesta, besando su mejilla mientras cogía la taza de café sobre la encimera.

—La verdad es que no hay mucho para desayunar, se me pasó por completo ayer— dijo Amaia sentándose en una banqueta con su taza de café— Coge lo que quieras, espero que sea suficiente.

Contradicciones |AU-Almaia|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora