Capítulo XII

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—¡Amaia! ¿Qué tal?— Aitana alcanzó a Amaia en los pasillos de la universidad, cogiéndola del brazo. Amaia dio un pequeño brinco por el susto, pero le sonrió amablemente sin pararse.
—Bien, bastante bien, ¿y tú?— respondió cautelosa, sabía que Aitana le iba a preguntar por Martí y cómo estaba una semana después de su marcha.
—Bien, como siempre. ¿Sabes algo de Martí?— preguntó y Amaia se contuvo para no poner los ojos en blanco, pero se estremeció al sentir un roce en su espalda. El profesor García se giró y le miró por encima del hombre, con su tan encantadora sonrisa y siguió caminando. Aitana no pareció darse cuenta y Amaia suspiró aliviada.
—Poco, supongo que estará ocupado acostumbrándose y tal— se encogió de hombros y Aitana asintió, subiendo las escaleras para llegar al aula.

El timbre sonó cuando ellas ya estaban sentadas, con sus portátiles listos para tomar apuntes en clase de historia. Amaia miró de reojo a Aitana y al comprobar que estaba entretenida con el móvil, desvió toda su atención a Alfred. El profesor García estaba inclinado sobre su mesa, encendiendo el ordenador, y alcanzó el mando del proyector para mostrar en la pantalla la presentación preparada para la clase. Sus ojos se encontraron brevemente con los suyos y le dedicó una sonrisa torcida, de esas que tanto le gustaban a Amaia. Se pasó la mano por los rizos antes de incorporarse, regalándole otra mirada a Amaia. La chica disfrutaba con las vistas, llevaba su traje favorito, el azul marino con el que le daban ganas de levantarse y besarle furiosamente delante de toda su clase.

Amaia estaba prácticamente segura de que muchas chicas perdían la cabeza (y también cierta prenda de ropa) por el profesor García y ella se sentía afortunada por haber sido la que había captado su atención. Respiró profundamente y la clase empezó. Le estaba costando demasiado concentrarse. Amaia, contrólate, por mucho que te guste el traje no puedes ponerte cachonda ahora. Desplazó su mirada a sus manos, que se movían a la vez que explicaba la expansión del imperio Otomano en la Península Balcánica y su mente no dejaba de repetir las actividades del fin de semana, cuando esos dedos habían desaparecido entre sus piernas, seguidos por su lengua.

—Amaia, ¿puedes responder tú?— Amaia le miró con los ojos muy abiertos, sorprendida y escuchó a Aitana reírse a su lado.
—¿Q-Qué?— tartamudeó y miró inocentemente a Alfred. Si aparentar que es un profesor severo, lo está haciendo de maravilla. Se acalaró la garganta antes de empezar a hablar— No sé la respuesta, profesor García.
Alfred se mordió el labio, le había llamado la atención a propósito.
—Porque...— Amaia apretó los labios, estaba intentando llevarla al límite.
—No estaba prestando atención— reconoció ella, sonrojándose y jugando distraídamente con el anillo de su dedo anular.
—Genial, pásate por mi despacho al final del día. Gracias por tu ayuda—Amaia bajó la mirada a su teclado, evitando su mirada penetrante. Sabía que no iba a gritarle por no prestar atención, que recibiría otro tipo de reprimenda, pero, aún así, había sido intimidante.
—Está desatado hoy— le susurró Aitana y ella no respondió, centrándose en su pantalla para seguir tomando apuntes escuchando atentamente lo que decía el profesor García.

La clase de historia terminó demasiado pronto para Amaia y, junto a Aitana, salió del aula, no sin antes guiñarle un ojo a Alfred. Si se dio cuenta, lo disimuló bastante bien. Solo le quedaban dos clases para terminar el día, pero se le hicieron eternas. Ni siquiera estaba concentrada en ellas, no podía dejar de pensar en lo que pasaría en el despacho del profesor García. ¿Qué iba a hacer? ¿Castigarla por haber sido una niña mala? Se mordió el labio para no reírse en medio de la clase de Sociología y se esforzó para volver a centrarse en la profesora. Esperó pacientemente a que terminase la clase para poder, por fin, dirigirse al edificio donde estaban los despachos.

La puerta del despacho del profesor García estaba cerrada y Amaia llamó, dubitativa, antes de entrar.
—Buenas tardes, señorita Romero. Por favor, cierre la puerta— le indicó y Amaia le miró, alzando las cejas. Seguía en su rol de profesor. Se quedó junto a la puerta, dejando su bolsa en el suelo y él se levantó de su silla detrás de la mesa— Estaba usted un poco distraída en mi clase hoy, ¿no?— continuó Alfred con un tono un poco más alto, acercándose a ella. Amaia se mordió el labio inferior cuando Alfred alargó el brazo para poner el cerrojo de la puerta. Contuvo la respiración, estaba ya demasiado cerca— Las niñas malas deberían recibir un castigo por no prestar atención, ¿no?— su voz era grave, ronca, y sentía su aliento cálido sobre su mejilla. Amaia no pudo evitar soltar una pequeña carcajada, pero él no sonrió, como esperaba ella. La sonrisa de Amaia se desvaneció y Alfred alzó una ceja, no le gustaba que no le tomase en serio—¿Crees que es gracioso?— le preguntó Alfred, más relajado al ver que se ella se estaba empezando a poner nerviosa.

Contradicciones |AU-Almaia|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora