Capítulo XX

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Amaia se despertó con la claridad que se colaba por las rendijas de su persiana. Le molestaba casi tanto la claridad como le dolía la cabeza. Incómoda, se revolvió entre sus sábanas y hundió la cara en la almohada, intentando huir del día que ya había comenzado. Al escuchar una risa al otro lado del colchón, se asustó y se incorporó de golpe, demasiado rápido para su estómago, que se revolvió como efecto secundario de la resaca.

—Aitana, joder. Qué susto me has dado— murmuró Amaia, acomodándose en la cama.

—¿Qué pasa? ¿Creías que tenías a un tío en la cama y no te acordabas de cómo había llegado hasta aquí?— preguntó Aitana, separando la vista del móvil y Amaia la miró con las cejas alzadas— No me mires así, podría haber pasado. Madre mía, Amaia, es que no sabes la que te cogiste ayer— rio su amiga. Genial, seguro que acabé enseñando las tetas y todo— Menos mal que yo soy la amiga responsable.

Amaia volvió a dejarse caer en la cama, tapándose los ojos con el antebrazo y murmurando palabras que ni ella misma llegaba a entender. Más o menos tenía una idea clara de lo que había pasado la noche anterior, pero tenía demasiado miedo de preguntar. Aitana dejó el móvil sobre la mesilla de noche y se peinó el flequillo antes de girarse para mirar a su amiga.

—Sé que estás deseando preguntar, dispara— le dijo, cruzando las piernas y Amaia se mantuvo en silencio un par de segundos antes de contestar. Se levantó de la cama y miró alrededor, negando ante el desastre que presentaba su habitación en esos instantes. El mono granate de terciopelo que había vestido la noche anterior descansaba arrugado en el suelo, junto a su ropa interior y los zapatos estaban cada uno en una punta de la habitación. En cambio, los pantalones y el top de Aitana estaban perfectamente colocados sobre la silla del escritorio. Recordó que su madre estaría fuera todo el fin de semana, por lo que tendría tiempo de ordenar antes de que llegase y volvió a la cama, sentándose con las piernas cruzadas frente a su amiga.

—Me acuerdo de todo— Amaia se rascó el pelo, intentando hacer memoria— Más o menos.

—¿Te acuerdas de Martí?

—Que me acuerde no quiere decir que me apetezca recordarlo.

En el mismo momento en el que Amaia borró la distancia entre sus labios y los de Martí, supo a la mañana siguiente que se arrepentiría de ese gesto. Sintió sus manos en sus caderas, atrayéndola más a él. Ese gesto era tan familiar y a la vez tan extraño... No eran las manos que ella quería sentir. Martí se separó un poco de ella y apoyó su frente en la suya, rozando sus narices y respiró profundamente.

—Te he echado tanto de menos, Amaia...

Ella quiso responderle. Quiso susurrarle que ella también, que no había dejado de pensar en él durante esos meses y que se iría con él hasta el fin del mundo. Sin embargo, no podía mentirle. Sabía que Martí no había hecho nada malo, solo se había enamorado de alguien que no le correspondía, como ya le había pasado a ella antes, y no se merecía una mentira así. No quería herirle. Cuando intentó volver a besarla, ella se separó y le miró a los ojos, mordiéndose el labio, dubitativa. No sabía cómo iba a decírselo porque, daba igual qué palabras escogiese, sabía que le iba a hacer daño. Martí le pasó un mechón de pelo detrás de la oreja y esperó a que le dijese algo.

La poca Amaia racional que quedaba tomó el control de la situación y cogió la mano de Martí para deslizarse entre la gente que atestaba el local. Por suerte, nadie pareció darse cuenta de que la cumpleañera estaba huyendo de su propia fiesta, como una princesa de cuento huyendo de su palacio en el baile de su aniversario. Encontró una salida secundaria y abrió la puerta, casi empujando a su acompañante fuera. Martí volvió a quedarse en silencio, expectante ante las palabras que estaba a punto de pronunciar Amaia.

Contradicciones |AU-Almaia|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora