Prólogo

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Debería estar en el hospital con mi hermana Dina ahora, pero me encontraba con Héctor; mi mejor amigo, sentados en el césped del parque comiendo tostadas y tomando una gaseosa. Intentábamos actuar relajados.

Le di una ojeada a mi mejor amigo; Héctor es delgado, de ojos negros y profundos, de piel morena y rostro pecoso. Tenemos dieciséis años así que es normal que él sea alto, sobretodo porque todos en su familia lo son. Él tiene el cabello negro algo rizado, heredó las cejas gruesas y sonrisa hermosa de su mamá, lo sé porque la conozco, es una mujer muy hermosa. Por otra parte, mi cabello es castaño y mis ojos son cafés como los de papá, los cuales muy pocas veces veo, y muchos en mi familia dicen que compartimos. Desearía parecerme un poco más a mamá.

Héctor lleva una camisa negra con unos lentes circulares dibujada en ella. Ama la saga Harry Potter y ama contar chistes que son absolutamente sin gracia...

–¿Podrías parar con eso? —me quejé mientras masticaba igual a como lo hacia él. Algo masculina para el gusto de mi hermana.

–De acuerdo. –masculló limpiándose su boca con la manga derecha. —Leah. —insistió—. Será la última.

Estaba haciendo aquel gesto particular en él (ojitos de gato adorable) con el que siempre termina ganándome. Era irresistible no hacerlo.

–Ahí vas de nuevo. –dije limpiándome la boca con el filo de mi blusa azul y poniendo los ojos en blanco. Estaba admitiendo mi derrota.

–¿Qué le dijo una dona glaciada a otra no glaciada? –preguntó a punto de reír, luego tomó un trago de su botella.

–Ni idea. –respondí cogiendo mi maleta y tomando el último trago de mi botella mientras me levantaba del suelo.

A Héctor desde que lo conozco-y eso es la vida entera prácticamente-vive para contar chistes de las que muy pocas personas se reirían, yo por ejemplo deje de hacerlo hace mucho, pero debo admitir que es por el placer de enojarlo. Odia que no me ría, se ha propuesto a lograrlo desde mucho.

–Eres una desglaciada. –dijo. Espero a que sonriera y luego se rió de su propia tontería.

–Realmente, no sé porque te hago caso. —le di una patada en su muslo izquierdo.

Al final sonreí.

–Porque soy el único que aguanta lo amargada que eres. –aseguró alzando sus hombros y cejas, despreocupado como respuesta. –¿Te acompaño al hospital?

–¿No tienes que ir hoy al taller? –pregunté mientras él levantaba su maleta y sostenía la mía para liberarme del peso.

–Mi papá entenderá el porqué no estoy ayudándolo a arreglar carros y motores. –sonrió cálidamente y pasó su brazo derecho por mis hombros.

Justamente hoy no podía ir sola al hospital. Debía aceptarlo. Necesitaría a mi mejor amigo y dado que él se la pasó todo el día intentando hacerme reír, tal vez sería una mala idea, algo no muy justo para mi payaso personal designado este lindo y soleado día viernes.

Todo este lugar estaba lleno de personas: Niños, adolescentes como nosotros, adultos y animales. Todos riendo y divirtiéndose. Tal vez Héctor me trajo hasta aquí para hacerme sentir bien, pero lo único que veía era que, aunque alguien desaparezca de este mundo todo seguirá su curso.

La única excepción en el mundo, ERES TÚ ✔️[REESCRIBIENDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora