CAPITULO 15: Aliviando su alma parte 2.

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Sabía que a Ileana le gustaba, no porque me lo haya dicho, más bien porque existían cosas que consideraba real en aquella confesión. Como que Héctor fuera todo el tiempo su atención principal, pero ahora podía entender todo lo de anoche.

—Héctor solo habla de Jade. —susurró, acercando su rostro hacia el mío para poder escucharlo en medio de toda el ruido que hacían los de la mesa de a lado.

—Pero ¿Y yo?—acusé, casi como un susurro—. ¿Qué tengo que ver con eso? —Gael levantó sus hombros. Puse mis ojos en blanco—. Es absurdo.

—¿Qué? –preguntó.

—Saber que le gustaba, no lo hubiera adivinado. —En realidad, sí—. Tampoco hubiera adivinado que se enojaría porque Héctor, en su estado de ayer, haya por fin dicho que amaba a Jade.

—Ileana se le declaró a él. —soltó.

—¡¿Estás de broma?!—exclamé aturdida y sorprendida, viendo hacia su mesa. Héctor escuchaba lo que sea que Ileana decía—. No lo sabía.

—¿En serio no lo sabías? —alzó una de sus cejas—. ¿Héctor no te ha contado nada?

—No hemos hablado mucho desde que estoy en el equipo. —confesé sintiéndome culpable.

—Creí que se contaban todo.

—Al parecer no. —refuté dolida. Sonrió divertido mientras cruzaba los brazos—. Bueno. –mascullé—. ¿Cómo lo sabías?

—Héctor... hace poco. –respondió.

No me sorprende. De hecho, ahora hay muy pocas cosas sobre esto que no lo haría. Ellos dos son ahora tan unidos que sería absurdo creer que no compartieran secretos como esos.

—Ella asumió que yo lo sabía. —me dije como conclusión—. Creyó que sabía algo de todo eso. Por eso no quería ir desde un principio a la fiesta.—pensé en voz alta—. Y Héctor le dijo que amaba a Jade frente a ella anoche. —concluí.

Gael se recostó en su asiento.

—Aún me parece raro que no lo supieras. —fruncía su entrecejo.

—¿Por qué actuaría como si no supiera nada? ¿En qué me beneficiaría yo?—pregunté histérica.

—No lo dije para molestarte. —hizo un ademán de rendición—. Debemos ir por el auto.—cambió de tema con facilidad.

Se le da muy bien.

Caminamos fuera de la cafetería, en unos tres quilómetros estaba el aparcamiento. En medio de todo el silencio que nos envolvía sentía curiosidad, tengo esa necesidad culposa de preguntar cuando no es el momento, es algo que le copie a Héctor desde hace buen tiempo sin percatarme que lo hacía.

—¿Puedo preguntarte algo ahora que estamos solos? —pregunté en el transcurso.

—Puedes. —declaró, buscando las llaves para abrir el auto.

—¿Por qué no sueles hablar mucho de ti?

—Tampoco hablas mucho de ti. —replicó al mirarme.

Es cierto. Él y yo éramos iguales en eso.

Subimos al auto. Yo miraba al frente, donde había un cartel sobre un festival antigua del mes de Marzo, fingiendo que esto no era, por un segundo,  algo incómodo.

Estábamos solos en un auto sin música, el único ruido que nos invadía era nuestra respiración, estaba a punto de buscar mi teléfono...

—No confío. —soltó.

—¿Qué?

—Contestando tu pregunta, no confío. —repitió.

—¿En mí?

Él sonrío y agregó: —No, no confió mucho en las personas en general, dicen ser buenas y por dentro son falsas. —sus ojos me traspasaban—. Por eso suelo no decir mucho, solo lo esencial, lo que estoy seguro que nadie tacharía de inventos o exageración, incluso como mentiras.

—Pero conmigo no es así. —usé un tono de pregunta.

—Porque tú me recuerdas un poco a alguien. —dijo.

—¿Yo? ¿A quién? —pregunté. Sonrió de nuevo, su sonrisa se volvía cada vez más interesante ver ahora.

—A mí. —soltó—. Tienes aquella inocencia que mis padres arrebataron de mí.

—¿En qué nos parecemos?

—En que, no tenemos muchos en quienes sostenernos. —murmuró—. Que a veces prefieres callar para no mostrarle al resto lo que en realidad quieres. Ser un poco más feliz. —esbozó una leve sonrisa perfecta—. Aunque tienes a Héctor y a su familia.

—Ustedes se llevan muy bien. —dije—. Y el señor y la señora Muñoz te estiman demasiado.

—Suerte la mía. No te imaginas como me llevaba con mis otros primos.—respondió riéndo con ironía. Yo podía notar el dolor que él sentía recordando esos momentos.

—Mi padre es un imbécil. —dije—. No te imaginas como me llevo con él.

—Mi madre se fue, me dejó con la loca de mi tía. —sonrió con algo de oscuridad en sus labios.

—Mi madre está muerta. —solté y no por juego, era un tema qué tal vez él no sabía, y qué tal vez era bueno confiarle.

—Mi padre mató a alguien. —soltó, y parecía sentirse igual que yo, en confianza —. Todo esto apesta. —concluyó riendo.

Sonreí. —Sí, apesta.

La sonrisa de Gael no parecía de verdad, era un ligero lienzo forzado, aceptando lo que su padre había hecho. Quería ayudarlo, sentía la necesidad de hacerlo.

Vino a mi mente cada imagen de cómo Héctor me confortaba,  y cómo eso me aliviaba, así que lo imité. Acerqué mi mano a la de Gael con un poco de timidez, pero perfectamente decidida, y las enlacé como si eso fuera natural, algo común, pero mágico. Era lo único que yo podía hacer en una situación así, para mí eso no era un acto presuntuoso. Solo era yo, siendo torpemente yo, en momentos tristes como este.

Él me miró, sonrió amplia y cálidamente, mostrándome que funcionaba, que solo en el sostener y apretar nuestras manos enlazadas, podía aliviar su alma.

—Eres dulce cuando quieres. —bromeó.

Mis mejillas se ruborizaron, giré mi rostro lejos de su vista por un segundo para que no lo notara. Se sentía diferente sostener otras manos que no fueran las de Héctor, pero no era una sensación incómoda, es imposible de describir.

No quité mis manos de las suyas a pesar de que sentía que era algo irrelevante seguir haciéndolo, las mantuve así por un momento más, para descubrir la verdadera magia de esto.

Luego de que Héctor e Ileana salieran del café, parecían los mismos, tal vez no hayan empezado una relación sentimental, pero eso significaba que volvieron a ser amigos, como antes. Soltamos nuestras manos, como el quiebre de la magia. Y así nuestro día terminó.

La única excepción en el mundo, ERES TÚ ✔️[REESCRIBIENDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora