CAPITULO 5: Un momento incómodo

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Cuando cumplí doce años Dina me obsequió el libro favorito de mamá, fue como se volvió mi favorito. Lo leía en el hospital todo el tiempo para ella. Era el diario de Anna Franck. La portada estaba dañada, pero es mi posesión más valiosa, siempre la llevo conmigo desde que mi hermana me lo dió. Es algo de mamá que puedo tener siempre conmigo, donde vaya. Y ahora estaba leyéndola. Me dí cuenta que ya anochecía, el libro siempre lograba hacerme zambullir entre sus páginas.
Comencé con la limpieza en toda la casa. Dina no llegaría temprano hoy por su cena con Jason, el abuelo por su trabajo en el negocio de la ferretería. Tuve que hacer un bistec de carne para la cena, me demoré una hora en terminarlo.

Dos horas y no llegaba nadie a casa. Me estaba sintiendo sola nuevamente durante todo el día, necesitaba salir, no era bueno ese sentimiento, la soledad algunas veces hace que pienses en cosas. Me puse una sudadera negra con un short y mis zapatos convers para salir, sabía donde ir. Dejé una nota en la cocina. Solo tendría que caminar cinco cuadras para mi destino.

La familia de Héctor me tienen mucho cariño al igual que yo a ellos, el señor Rafael-el papá de Héctor-, tiene un taller de autos en el mismo lugar, es por eso que huele a gasolina. El lugar donde tienen el taller es grande, sin embargo la casa de a lado es la que llama siempre la atención, con un patio de flores de diferentes colores. La casa es de un color blanco pastel, con un patio grande con muchas hierbas medicinales, según me había dicho Héctor.

Mientras cruzaba por el taller noté que alguien estaba debajo de un auto Toyota algo destartalado.

—¿Difícil el trabajo?—pregunté. La persona debajo del auto se asomó.

Llevaba el corto cabello con muchas canas y un poco de grasa en el rostro. Me sonrió al instante.

—Hola, Leah. —respondió el señor Rafael—. ¿Buscas a mi muchacho?

Asentí cruzando mis brazos por la espalda y dando brinquitos sobre el mismo lugar donde estaba parada.

—En casa aún no llegan mi abuelo y Dina, así que...

—Dejaste una nota para que no se preocuparan. —adivinó sonriendo. Asentí. —. Ly, deberías dejar de hacer eso, las calles ahora se han vuelto peligrosas.

Pongo mi mano derecha sobre mi pecho y le sonrió antes de contestarle.

–Prometo que será la penúltima. —bajé mi mano, el señor Rafael negó con su cabeza resignado y sonreía—. Imagino que está en su habitación. Gracias Tío Rafael. —agregué, había empezado a llamarlo así desde pequeña. Corrí hacia la casa. Él volvió a lo suyo.

La puerta de la casa no estaba asegurada, era una costumbre muy normal para la familia, en especial porque a fin de cuentas era una exageración del señor Rafael decir que en la zona había algún peligro. Vivían en la zona más calmada de todo el vecindario.

—. Hola, Leah. —dijo Mirella, estaba en el sofá de la sala viendo una película con la señora Manuela con su cabeza recostada al respaldar.

—¡LY! ¿Qué haces a esta hora por aquí? —preguntó asombrada la señora Manuela. Ella era una mujer muy bajita, de cabello corto pero muy negro como el de Mirella.

—Pero madre, vives asombrándote las millones de veces que Leah hace lo mismo. Esta familia ya debería acostumbrarse a eso. —comentó Mirella mientras veía la televisión y mordía una manzana—. El flacucho de la familia está arriba. —concluyó señalando con su cabeza las escaleras.

—. Dile a Héctor que te acompañe. —decía la señora Manuela, Hector siempre terminaba llevándome a casa. Mirella la imitó al instante.

—No seas grosera. —se quejó.

Empezaba a subir las escaleras.
La habitación de mi mejor amigo estaba al fondo de las tres habitaciones principales. La puerta  de Héctor la encontré abierta como siempre, a veces creo que jamás debieron ponerle una puerta. Entré y escuché la regadera abierta, no grité para anunciarme, era divertido verlo avergonzado cuando lo veía en toallas.

La única excepción en el mundo, ERES TÚ ✔️[REESCRIBIENDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora