1. Faltar a Clases

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Por alguna razón me sentía cómoda en el largo pasillo principal de la preparatoria. Se respiraba un aroma cálido, la señora de la limpieza había lustrado el suelo con sales aromáticas y un poco de cloro.

Cerré los dedos alrededor de los tirantes de mí mochila color café claro y seguí caminando hacia mi casillero. Me abrí paso entre la multitud de estudiantes y recibí uno que otro manotazo, y unos cuantos empujones.

Mí casillero estaba al final. Me acerqué a él, abrí la rejilla y me disponía a buscar mis libros, cuando sentí como alguien se paraba muy cerca de mí.  Cerré los ojos, sabía quién era y no tenía humor para hablar con él...

— Hola, Suzanne.

Me dí la vuelta, cuando me había dado cuenta de que no era la voz de quien yo esperaba. Era mi amigo Sergio, un muchacho alto, de cabellos rubios obscuros y ojos verdes con un ligero tono negro.

— Hola, Sergio — le dediqué una de mis mejores miradas — ¿Cómo estás?

Sergio apoyó la espalda sobre la rejilla del casillero a mi izquierda. Cruzó los brazos sobre su enorme pecho y dirigió una mirada hacia mí.

— Bastante bien, en realidad — la voz de mi amigo sonaba apagada, como si estuviese triste.

Agarré mi libro de historia universal, el de literatura y luego el de sociología. Cerré la rejilla e igual me apoye cómo él, contra mi casillero.

— Te escuchas triste — dije, en voz baja. Lo miré, levantando una de mis enormes cejas.

— ¿Triste? — preguntó, algo parecido a una risita,  salió de su boca e hizo un gesto con la mano para no dar tanta importancia — no estoy triste.

— Te conozco — dije, soltando una enorme bocanada de aire. — el tono de tu voz me dice que estás triste.

Sergio sacudió la cabeza, provocando que los largos cabellos le cayeran sobre la frente.

— Es complicado.

— Explícame — le pedí, retirando mí peso de la rejilla.

— Se trata de Carlos — dijo, y yo puse los ojos en blanco.

Carlos Preston había sido el amor platónico de Sergio durante el último año. Sabían de la existencia del uno del otro pero ninguno había tenido las agallas para decirse; “me gustas”, algo tonto lo sé, pero Carlos era heterosexual. Lo sabía a la perfección desde que se me había declarado en la fiesta de una amiga...

—...Por favor — había dicho Carlos, me tomaba de las manos, nuestros dedos estaban entrelazados.

Nos encontrabamos cerca de una enorme piscina. En el interior de la casa, los chicos gritaban, iban y venían de un lado a otro. Los ojos obscuros de Carlos me miraban con una fuerza sorprendente. 

— No quiero.

Me separé de él. Carlos todavía me miraba, sus ojos eran casi tan obscuros como su cabello peinado de lado.

— No te voy a rogar, pero sólo quiero...

En ese momento supe que quería darme un beso así que, con ambas manos, lo empujé hacia atrás y cayó en el agua de la piscina. Su grito de sorpresa resonaba en mi cabeza. Tragué saliva.

— Tierra llamando a Suzanne — la voz de Sergio me trajo de vuelta a la realidad.

— ¿Qué ocurre? — pregunté, mirándolo de sorpresa.

— Sólo te estaba recordando que mí madre te ha invitado a la fiesta en mí casa, esta noche.

— Claro — le respondí — ahora hay que ir a clase, antes de que el profesor nos asesine.

Ambos empezamos a caminar por el largo pasillo.

— Me gusta como vienes vestida — Sergio me señaló con un dedo — te queda el look.

Solté una larga carcajada.

— Siempre que puedo me pongo lo mismo, no es cosa de otro mundo.

— Pues te queda muy bien, Suzy. Eres la única de la bolita a la que le gusta el anime, esa clase de cosas...Eres diferente, por eso me caes bien.

— Güey, avientate, no me quieras desviar con tus palabras bellas...Hablemos de Carlos allá abajo, de todas maneras no pasará nada por no entrar en una sola ocasión.

Sergio se detuvo de esa manera que me decía que estaba en desacuerdo.

— Sé lo que me vas a decir — me coloqué la capucha sobre la cabeza. — “no podemos pintearnos las clases", justo en ese momento es lo que menos me importa. 

— Okay — dijo, poniendo los ojos en blanco.

— Bien, vayamos porque tengo hambre, y tengo unas ganas inmensas de hablar contigo.

Dí un paso hacia la puerta del pasillo, justo cuando Sergio decía.

— Espera.

— ¿Qué? — me dí la vuelta hacia él.

Sergio parecía preocupado.

— Hay que entrar a clase, antes de que nos podamos arrepentir.

Negué con la cabeza.

— Por favor.

Volví a negar con la cabeza.

— Suzanne.

Negué otra vez con la cabeza.

Al ver que puso los ojos en blanco, solté una risita y dije.

— Vamos a clase, pues.

Me senté en una butaca al fondo de la sala, a mi lado se había sentado Sergio. Con su lápiz entre los dedos, golpeó la goma sobre la paleta de hierro blanco. Sus ojos estaban fijos sobre mis manos. No me gustaba que la gente me mirara de esa manera, como si algo en mí fuese distinto, y resultara de lo más atractivo. Y más cuando se trataba de tu mejor amigo.

— Pará — dije.

— ¿De qué hablas?

— Sabes que me molesta que me mires así, como si fuese especial.

— Es que eres especial, no entiendo porque lo sigues negando.

— No lo estoy negando, solo te estoy diciendo que me incómoda cuando me miras de esa forma.

— Está bien.

Sergio parecía estar enojado conmigo, casi no le tomé importancia; yo estaba en lo correcto al haberle dicho eso, no me gustaba la forma en la que me miraba, me hacia pensar en que no le había dicho aún lo que había ocurrido con Carlos, en aquella fiesta. No, me dije, no le iba a romper las ilusiones a mí amigo, pero, de todas maneras acabaría sufriendo. Carlos era heterosexual y le haría daño sino se lo digo yo.

— Sergio — le dije, se volvió hacia mí — necesito hablar contigo más tarde.

— Está bien.

La profesora se volvió hacia nosotros.

— Guarden silencio, jóvenes, por favor.

Almas De Mortales ( Completa ) ©®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora