11. En el Bosque

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Menuda forma de pasar un viernes en la noche; sin luz en el fraccionamiento, sola, en un pequeño hotel de carretera envuelto por esos extraños árboles que eran altos y muy delgados. La luz de la luna se filtraba entre los troncos apenas visibles. Mis ojos se adaptaron a la oscuridad. Algo me hacia que sus largos árboles podían ocultar algo, quizás a alguien.

Afortunadamente, mí habitación tenía de ese tipo de persianas que se movían con los dedos. Tenía una vista fantástica del enorme lago Becky, la luz de la luna y las estrellas se reflejaban sobre él. Parecía esa especie de lugar que solo existían en los libros y las películas de fantasía. Pero aquello era real, era hermoso, y maravillosamente verdadero.

Estaba por meterme bajo las sábanas de mí cama, justo cuando alguien llamaba a la puerta de la habitación. No esperaba que me fuesen a buscar. A lo mejor mí madre me había estado buscando, hasta encontrar la camioneta.

Pero. Quién había tocado la puerta, no era mí madre, sino el muchacho que había estado en la puerta, hace apenas unos quince minutos, cuando recién había llegado a la habitación. Me miró desde un punto un tanto cercano.

Sus cabellos negros contrastaban con su piel color porcelana, llevaba puestas unas bonitas gafas de fondo de botella que hacían que sus enormes ojos marrones se miraran diminutos. Llevaba una enorme playera negra que provocaba un gran carisma en su rostro.

— Hola... — empecé a decir.

— Lamento haberte dejado con la palabra en la boca — dijo,mientras se rascaba la coronilla.

Lo miré con el ceño fruncido, mis ojos se conectaron con los de él. Era la primera vez que un chico se había disculpado conmigo, y se sentía extraño.

Apoyé la mano sobre el marco de la puerta.

— No te preocupes — le dije, mis ideas para hablar no estaban muy claras en aquellos momentos, y lo único que quería era irme a dormir.

— Da igual. Mi madre, la dueña del hotel, me ha enviado a preguntarte si se te ofrece algo de cenar, — se encogió de hombros — la casa invita.

— La mera verdad, solo estoy aquí porque en el pueblo se ha ido la luz. Necesito dormir, pero sí gustas me puedes traer algo para beber.

— Me parece bien, en un momento vuelvo — dijo. Se pasó una mano por los largos cabellos y caminó hacia la recepción. Justo cuando un enorme trailer entraba en el estacionamiento.

Entré en la habitación. Cerré el cerrojo y me tiré sobre el colchón, después miré el techo lleno de tachuelas. No sabía como se llamaba aquél chico, pero en mi cabeza solo resonaba un nombre; Caleb. No sabía exactamente por que razón.

De repente recordé que había dejado mí mochila dentro de la camioneta. Me puse de píe y salí de la habitación.

La camioneta estaba en medio del estacionamiento, empezaba a llover para cuándo llegué a la puerta, alcancé a ver como algo se movía a mitad de la carretera. Le lancé una rápida mirada.

Estaba de píe. En medio de la calle, con unos jeans negros, tenía el toro grueso, con la espalda llena de músculos tatuados y grandes tatuajes de todas formas y colores. Las luces del letrero del hotel caían sobre él, tenía unos largos cabellos negros y rizados, con unas largas y anchas extremidades, no lo podía reconocer desde lejos. Al menos hasta que se dió la vuelta.

— Oliver...

Incluso a esa distancia, pude ver como sus ojos negros se crispaban. Empecé a caminar hacia él. Me subí el dobladillo de las mangas hasta los codos y lo seguí, mientras se metía en el bosque.

— ¡Oliver! — grité, dando un brinco sobre el borde de la carretera. Por suerte ya había dejado de llover, así que no había riesgo de resbalar.

Me quedé de píe cuando ya había perdido a Oliver. Cerré mis puños sobre los muslos y dirigí una mirada hacia la copa de los árboles que dejaban caer sus débiles hojas color ceniza.

Muy a lo lejos, se escuchó como un lobo aulló.

Me giré de repente, no ví nada más que las luces del hotel. Luego escuché como algo corría detrás de mí, por poco y soltaba un grito por el miedo.

Seguí caminando hasta que llegué a un enorme tronco. Un relámpago atravesó el cielo, y cayó sobre el tronco; lo destruyó de un solo golpe, dejándolo caer sobre mí...Me aparté de un solo movimiento y terminé cayendo de espaldas sobre la tierra y una que otra piedra.

El tronco me cayó encima de las piernas, mis labios se cerraron con fuerza en una fina línea. No me  rompió las piernas, así que pude apartarla un poco, me puse poco a poco de píe y miré hacia el horizonte; una enorme maraña de pelo negro se acercaba a mí. Un gruñido salió de su boca.

Sentí como el pánico crecía en mí, eché una mirada hacia donde estaba el hotel, nadie se acercaba. Dirigí una mirada hacia el perro, sus ojos rojos parecían enormes rendijas de color rojo. No sabía que hacer, que decir, o si debía hacer algo.

En ese momento ocurrió lo que nunca pensé.

El perro se lanzó sobre mí, grité, caí hacia atrás y al mirar hacia él pude ver cómo algo obscuro y largo se lanzaba sobre el perro. Se escuchó el sonido de un hueso al romperse y como el perro chillaba.

Me quedé con la boca abierta, con el cuerpo lleno de miedo y mis ojos dilatados. El perro permanecía sobre la tierra húmeda, había un chico frente al cadáver; era Oliver Leal.

— Oliver...

Dí un paso hacia él, mis pies me hicieron caer pero Oliver me agarró con fuerza. Pasó una larga mano por la espalda y otra por debajo de las piernas.

— Oliver — susurré, mientras me levantaba, con un gran esfuerzo por no dejarme caer.

Puso su largo dedo índice sobre mís labios.

— Descuida, no hagas esfuerzos, te voy a llevar de vuelta a tu casa.

Almas De Mortales ( Completa ) ©®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora