5. Oliver Leal

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Me había quedado a solas con un extraño. Me sentí un poco incómoda, como sí algo en mí cabeza me advirtiera que tenía que alejarme de él. Pero no iba hacerle el feo, quizás era por que era el primo de mí mejor amigo, o quizás por que ya mi cabeza me había hecho cagarla por raras y estúpidas advertencias.

Apreté mis manos sobre los muslos, mis labios temblaban mucho. Mís ojos estaban sobre él. Las luces de la sala nos iluminaron las cabezas, mientras Oliver permanecía cerca de mío. Pensé en posar mi mano sobre su hombro derecho, pero eso sería tomarse mucha confianza.

Pero, es que tenía una cara tan dulce y libre de acné, parecía un bello ángel que había caído del cielo. Sus hombros, dios, sus hombros eran tan perfectos como su rostro. Estiré un poco la mano hacia él, acaricié la tela de su chamarra.

— ¿Cómo estás? — preguntó Oliver.

Aparté la mano de él, bajé la mirada y me dije a mi misma que había quedado como una tonta; le acaricié el hombro cuándo ni siquiera sabía nada sobre él. Mucho menos el sabía de mí. Al menos que Sergio ya le hubiese hablado de mí. BASTA, me dije, no podía volverme una maldita loca por culpa de un extraño.

— Estoy muy bien — dije, levantando la mirada hacia él — ¿y tú?

— Bastante bien en realidad, ¿Quieres tomar algo?

— No bebo alcohol — susurré, aunque era una de mis muchas mentiras.

Oliver se encogió de hombros.

— Supongo que mis tíos deben tener algo parecido.

— Está bien.

Lo seguí hasta entrar en la cocina, pero aún temía encontrarme con Melissa. Si se atrevía a tocarme la iba a pagar muy caro, yo sí me iba a atrever a tumbarle esos cachetes llenos de botox.

Ya en la cocina, me senté en uno de los bancos, aliviada de que Melissa ya estuviese ahí. Oliver puso un vaso de vidrio sobre la barra, sacó una enorme botella de refresco, del refrigerador. Lleno el vaso y lo deslizó sobre la superficie. Hasta que llegó a mis manos.

— Gracias.

— Te escuchas desanimada — Oliver caminó hacia mí, agarró el banco que estaba  situado
A mi derecha.

— Estoy desanimada — aclaré, bajé la mirada hacia mí vaso y le dí un sorbo.

— Explícame — Oliver se sentó frente a mí. Apoyó los brazos sobre la barra y se inclinó hacia adelante.

— No te lo tomes a mal — le dije — pero no te tengo la suficiente confianza para que lo sepas. Es algo muy delicado.

Me puse de píe.

— ¿A dónde vas?

Justo cuando yo estaba en la puerta de la cocina, me volví hacia él. Estaba justo frente a mí, sus ojos negros parecían un par de canicas flotantes. Por un momento, sentí como si pudiese ver más allá de mís ojos, muy en el interior de mí.

— Creo que es mejor que me vaya — mi voz era apenas un susurro.

— No puedes irte, al menos dime algo sobre lo que te abruma, a lo mejor puedo darte un consejo.

El sonido de la música apenas era escuchable, su voz parecía sonar en el interior de mí cabeza. Cómo si se hubiese comunicado conmigo, mediante la telepatía. Mí respiración estaba entrecortada sentí su mano sobre mí mejilla, estábamos casi tan cerca que pude sentir el aroma de su colonia invadir a mí nariz.

— Oliver — susurré, no estaba nada bien. Me pasé una mano por el pelo.

— Suzanne...Dime que ocurre contigo, puedo darte un consejo.

— Solo quiero irme a casa.

Oliver bajó la mirada, evidentemente derrotado. Los cabellos negros le cayeron sobre la pálida frente, su enorme y musculoso brazo se apoyo sobre el lado izquierdo de mí cabeza.

— Llévame a casa, por favor — le pedí.

— Bien.

Se cruzó de brazos, me aparté de la puerta y salimos de la cocina. Justo cuando mi vista se centró en una chica que se había puesto de pie sobre la mesa de la sala.

— ¿Quién es esa? — Escuché que preguntaba Oliver, a mi derecha.

De pronto, la reconocí; el top se la había subido un poco, los pantalones se la habían llenado de cerveza...Y los lentes los llevaba agrietados.

— Es Melissa.

Llevaba un vaso rojo lleno de cerveza, colgaba entre sus largos dedos. Comencé a abrirme paso entre la multitud, hasta llegar a ella. Un enorme chorro de cerveza me cayó sobre la chamarra. Me volví hacia el idiota que me había echado el alcohol encima, no ví exactamente a nadie.

Eso era obvio, nadie le tira la cerveza a encima a una chica, y luego se va corriendo para no recibir una buena golpiza de parte de dicha chica.

— ¡Atención por favor!

Melissa había gritando tan alto, que me había traído de vuelta a la realidad. Aún estaba en la mesa.

— Todos levanten sus vasos, quiero organizar un brindis...Un brindis — eruptó — un brindis por las fiestas de los jueves en la noche...Otro, por los idiotas que te rompen el corazón. Por que sí, en esta fiesta hay un chico que me hizo una vida hermosa, o al menos eso creí...Hasta que me rompió el corazón, me dejó...Me dejó por un maldito gay...Ese hijo de perra — señaló hacia un rincón — está ahí, su nombre es Carlos. Y me dejó por Sergio, ese maldito puto gay... No puedo creerlo.

Miré hacia donde Melissa señalaba; Sergio estaba de píe junto a Carlos. Ambos permanecían inmoviles junto a las escaleras. Me mordí el labio inferior y empecé a caminar hacia ellos, Sergio ya subía las escaleras.

— ¡Sergio! — mi grito hizo fusión con el de Carlos, ambos subimos las escaleras y llegamos al segundo piso. Mí amigo había cerrado la puerta al final del pasillo.

— Sergio — dijo Carlos, golpeando la puerta con sus nudillos.

— ¡Vete! — gritó Sergio, golpeando la puerta, por adentro.

Me giré hacia Carlos.

— Yo hablaré con él, solo ve abajo y echa a Melissa de ésta casa.

— Claro.

Esperé hasta que se fue y golpee la puerta con mis nudillos.

— Sergio abre la puerta.

Tardó un poco en abrir la puerta sus ojos verdes estaban llorozos, me rompía el corazón al verlo así.

— Entra — dijo, en voz baja, mientras se limpiaba los mocos, con el dorso de la mano — quiero contarte unas cosas.

Almas De Mortales ( Completa ) ©®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora