Jefe

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Sonaba con fuerza, insistente y repetitivo, clamando atención. Una delicada mano salió de entre las sábanas tratando con torpes movimientos acallar al verdugo de sus tímpanos.


Por fin un afortunado manotazo trajo el ansiado silencio, pero ya era tarde, el inquilino de Morfeo se había despertado, se inclinó sobre su costado para tener mejor vista de la pantalla del despertador. Un pesado bufido salió de su boca a la vez que dejaba caer la cabeza desganada cuando vio las cinco y treinta y cinco en el escandaloso dispositivo.


Hacia solo tres horas que se había acostado, no fue hasta ese momento cuando por fin había terminado de revisar todos los preparativos para el nuevo desfile que se celebraría el siguiente mes.


Lanzando con fuerza las sábanas fuera de ella, se levantó más por obligación que por propio deseo, sus ojos aún adormilados trataban de enfocar el camino al baño, arrastrando los pies llegó hasta la ducha. Malhumorada, empapada y tiritando salió de su aseo vespertino, como si de una mala broma se tratase el agua caliento dejo de caer en el momento justo en que estaba completamente enjabonada teniendo que enjuagarse con agua helada.


Envuelta en una toalla fue hasta la cocina, puso dos rebanadas de pan en la tostadora y tomó una taza de café, con la que regresó a su habitación disfrutando de la cálida bebida.


Veinte minutos después salía preparada con su habitual estilo, un conjunto de chaqueta pantalón en tono oscuro y un muy sutil maquillaje casi imperceptible realzando levemente sus facciones, todo tal cual las especificaciones del código de vestir que su jefe le había indicado su primer día.


El olor a chamuscado fue lo primero en percibir al llegar a la cocina, con ojos abiertos de más y el disgusto en su rostro retiró las quemadas tostadas del tostador, tal vez fuera por su incidente con el agua caliente pero el caso es que no se había fijado en que el electrodoméstico estaba a su máxima potencia. Ahora, con todo el malestar que sentía, tiraba a la basura los dos dos trozos de pan completamente torrados.


Miró el reloj de la cocina, eran casi las seis y media, sin tiempo para preparar algo más de desayunar tomó su abrigo y su bolso y salió de su departamento.


En la calle ya la esperaba el chofer de su jefe, mostrando su mejor sonrisa profesional marca de la casa Sancoeur entró al vehículo y saludó amable a su compañero de trabajo.


Ya en la mansión Agreste lo primero que hizo fue ir a su puesto de trabajo y dejar ahí sus pertenecías, tomó su tableta y se encaminó a la cocina para comprobar que el desayuno de Adrien estuviera listo para las siete y conforme había indicado el día anterior.


De camino a la cocina repasaba la agenda de su jefe y la de su hijo, a la vez que revisaba los correos. Giró los ojos al encontrarse con un correo del diseñador que había enviado a las tres de la mañana, "¿acaso ese hombre no dormía?", pensaba ya agobiada.


"Tienes que comprobar el envío para la tienda de Milán", ese era el mensaje, directo, escueto e impersonal como todos los que le enviaba. Un impropio resoplido de agobio salió de sus labios, el pedido tenía que salir ese mismo día y al diseñador solo se le ocurre avisarle en la madrugada que sería ella quien tenía que revisarlo.

Junio con GabrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora