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Un par de ojos azules como el cielo eran todo lo que podía contemplar en ese momento. La cautivaron fugazmente y Sam no supo por qué, pero de repente se dejó perder en ellos. ¿Cómo es que podían ser tan parecidos a los ojos verdes y brillosos que todas las noches atormentaban sus sueños? Tenían algo en común.

Y entonces, Sam lo miró con recelo al chico que tenía enfrente. Su cabello, totalmente negro, se movía con ligereza, y cada una de sus facciones la hicieron estremecer. Fue como si el tiempo se hubiera detenido y sólo existiera ella mirando a un joven extraño que en su vida había visto, y sin embargo, tenía la impresión de conocerlo desde hace mucho tiempo, desde siempre. 

¿Quién era y por qué le producía una sensación tan extrañamente peculiar?

Los iris, intachablemente, celestes de él se clavaron en toda ella, examinándola. Y Sam juró que su cuerpo reaccionó con un temblor muy perceptible. Él la analizaba ferozmente, paseando las grandes y vivaces pupilas por todo su cuerpo. En ese instante, una corriente de electricidad se instaló en el vientre de Sam, enchinando su piel, que combinaba perfectamente con la ráfaga de aire helado que mecía las ramas de los árboles.

De pronto, el chico pareció aligerar los hombros y le sonrió ampliamente, demostrando una línea perfecta de dientes blancos. A Sam comenzó a hervirle la sangre, sintiéndose acalorada en un segundo. ¿Por qué le sonreía? ¿Acaso las personas pueden sonreír con tanta facilidad a un completo desconocido?

Se obligó a desviar la mirada.

—¿Te encuentras bien? —le habló con tal serenidad que Sam se sobresaltó. Lo miró una vez más, no sabiendo descifrar si su voz se escuchaba demasiado grave o demasiado suave, porque en realidad era una mezcla de ambos—. ¿Te hiciste daño? Si es así, espero me sepas disculpar. Iba caminando tan distraído que no noté que te encontrabas ahí.

Sam lo miró atentamente, procesando sus palabras. ¿Por qué su voz resultaba familiar de pronto?

—¿Te lastimaste? —le preguntó otra vez, pero Sam no reaccionó.

Enarcó una ceja y se aseguró de inspeccionar en él. Era un chico atractivo, no cabía duda, era el tipo de joven que podía conseguir cualquier mujer que quisiese gracias a su buen físico; es decir, no era el típico fortachón ni mucho menos, pero contaba con un rostro angelical y una carita dulce como hecha de fina porcelana. No obstante, algo le decía a Sam que también era el tipo de hombre de mala suerte, ese al que no todo le iba bien y todo le salía mal.

—¿No hablas? —se acercó a ella, y hasta entonces Sam descubrió que se dirigía a ella—. ¿O acaso eres tímida?

—Yo... —balbuceó, y enseguida agachó la cabeza para negar. Indudablemente ya había hecho el ridículo—. Descuida, estoy bien —respondió tajante, ignorando el inexplicable nerviosismo que aquella persona le ocasionaba. Carraspeó la garganta para llenarse de seguridad—. En parte fue culpa mía, me giré sin ningún tipo de precaución.

Él volvió a sonreír, y Sam lo notó por el rabillo del ojo. ¿Cómo no hacerlo, si creía que tenía una sonrisa tan espectacular como la de Casper? Incluso, el hoyuelo formado alrededor de la comisura de sus labios le hacía adquirir un aspecto encantador. Sam aceptó que esa sonrisa era aún más resplandeciente que la de su novio.

—Entonces ambos somos un par de descuidados y culpables a la vez —se aproximó un poco más y Sam se sobresaltó—. ¿Te he visto antes?

—¡No! —se apresuró a decir, sorprendiéndose a sí misma—. Es decir... No lo creo, no estoy segura. Soy nueva por este rumbo, dudo que antes nos encontráramos.

—¿De verdad? —se llevó una mano al mentón, como tratando de hacer memoria—. Supongo que es cierto. Aunque tengo la impresión de que ya nos hemos visto en algún otro sitio, porque entre más te veo, más siento como si ya te conociera.

ACÉFALO |Danny Phantom|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora