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Niall tocó la puerta de su amigo cientos de veces antes de caer rendido en el suelo del pasillo. Había estado de pie frente al departamento de Zayn por un buen rato ya y por más que tocara la puerta, su amigo no parecía estar en casa.

Había decidido esperar a que regresara, pero claramente Zayn no iba a aparecerse esa noche; con suerte se había cazado una hermosa mujer en los bares nocturnos a los que solían asistir los fines de semana, y Niall no podría estar más celoso.

Tomó la correa de su mochila con fuerza y se puso de pie, saliendo del edificio departamental hacia el gélido aire otoñal de Londres, que golpeó el rostro de Niall con severidad y coloreó su nariz de rojo casi al instante.

Había escapado de la cabaña tan de repente que había olvidado traer una chaqueta consigo; había recordado la congelada temperatura del exterior una vez piso el suelo del gravilla que conectaba la entrada de la cabaña con la vía, y estuvo a punto de regresar por una sudadera, pero algo en la sonrisa torcida y burlona de Jem le advirtió a Niall que no valía la pena perder su dignidad regresando a la casa ante esa risilla solo por una chaqueta.

Fue así como Niall caminó por media hora a un lado de la calle, hasta que al final logró conseguir un aventón a Londres de un camión que trasportaba verduras. Afortunadamente el conductor se dirigía al mercado, y se vio más que gustoso en conducir a Niall de regreso a Londres.

Ahora se encontraba ahí, de pie a la mitad de la calle, observando a la gente pasar a su lado con empujones desconsiderados, abrazando contra su cuerpo un gato negro impaciente, que luchaba por su libertad con fervor.

Niall vagabundeó por las calles un buen rato, sintiéndose miserable. No tenía idea de que la libertad tendría un precio tan alto, y mucho menos pasó por su mente que se sentiría tan solo al alejarse de la manada; quien diría que ese montón de muchachos revoltosos se convertiría en algo parecido a su familia.

Después de un rato de indecisión, Niall se aventuró en el subterráneo, decidiendo que lo mejor sería regresar a Notting Hill, aunque no precisamente a su casa; sabía que no podía regresar ahí, pues los vampiros sabían exactamente en dónde vivía, y si se enteraban de que había abandonado a su manada, no tardarían en ir a buscarlo, y Niall sabía que su casa sería el primer lugar de búsqueda.

Perdido en sus pensamientos Niall por fin llegó a su parada. Se abrió paso entre la multitud de personas que desesperadas trataban de salir del subterráneo. Niall había olvidado lo que era tratar de sobrevivir en la ciudad, lo cual le resultaba incluso más complicado resguardando entre sus brazos a un inquieto gato que solo quería correr libre por ahí. Tal vez lo había mal acostumbrado demasiado, le había dado muchas libertados al punto de que Edward se había vuelto un gato malcriado; y ahora Niall se dirigía a casa triste, sintiéndose miserable y con dos grandes rasguños en la cara.

Llegó por fin a una de las casas, idéntica a la suya, a diferencia de la puerta, que era negra.

Tocó un par de veces utilizando la aldaba desgastada en forma de león, y antes de que tan siquiera pudiera escuchar movimiento dentro, Niall sintió a Edward deslizarse de sus brazos hasta caer en el suelo en cuatro patas. Se escurrió por la gatera en el fondo de la puerta, haciendo que Niall rodara los ojos ante su insistencia de merodear libre por fin.

La puerta se abrió, mostrando detrás de ella a una viejecilla apoyada en un bastón, quien ajustó sus lentes para apreciar mejor a Niall.

—¿Y tú qué demonios haces aquí? —preguntó audaz, con su voz temblorosa de anciana.

Niall no lo resistió más, y abrazó el petizo cuerpo de la viejita, aspirando el olor a galleta de su cabello ahora verde.

—Me encanta lo que hiciste con tu cabello —murmuró Niall en su oreja—, el verde te sienta mejor que el purpura.

savage; nsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora