•3• Se pospone la charla

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Oía voces, alguien lo llamaba. Sin embargo, no lograba salir del brumoso estado de semi-inconsciencia que lo atrapaba. Comenzó a preocuparse, ¿Dónde estaba? ¿Qué sucedía ahí afuera? Intentó pedir ayuda, sin poder abrir los ojos, pero tras sus gritos, todo se volvió negro.

Caminaban hacia Rohan casi sin saberlo. Se llevaban a los hobbits a Isengard. Corrió detrás de Aragorn y Gimli, mirando atrás por última vez. "Legolas, ¿Qué ven tus ojos de elfo?" había preguntado Elessar. 

Observó delante. Se erguía un largo camino, tal vez unas dos mil yardas, estaba casi seguro. Forzó su vista un poco más, y confirmó su teoría en voz alta: "Se llevan los Hobbits hacia Isengard".  El hombre pasó a toda velocidad a su lado, y el enano detrás. Solo él permaneció allí parado, observando hacia el horizonte, hasta que un grito lo sacó de su ensimismamiento: "¡Legolas!"

Suspiró, borrando de su mente todos aquellos pensamientos oscuros que guardó en lo que iba del viaje. Se había prometido a si mismo que mantendría vivo a Aragorn, no podía perderlo ahora. Corrió detrás de ellos hasta alcanzarlos, y siguieron adelante.

Cuando llegaron a los terrenos de Rohan, su oído captó algo, pero antes de que siquiera pudiera abrir la boca, el dúnedain lo leyó en sus ojos y anunció sin perder tiempo "Detrás de la roca, ¡cúbranse!" Se ocultaron, mientras un grupo de caballos trotaba a gran velocidad, por las fronteras del reino.

"¡Jinetes de Rohan!" llamó Aragorn, devolviéndolo a la realidad, mientras que volteaba en dirección a la poderosa formación. En cuestión de segundos se halló encerrado junto con sus amigos, en medio de los jinetes, sus lanzas apuntando a su rostro.  

Todo pasó como un destello, ahora apenas si podía recordar: Éomer pidiendo sus nombres, Gimli exigiendo el suyo primero, las lanzas apuntándolo, su arco hacia el rostro del hombre.                               

Y la mano de Aragorn, deslizándose con suavidad por su hombro, y la otra por su arco, en un intento de apaciguar las aguas.

Pero podía asegurar que nada dolería más que aquello. Ni siquiera miles de flechas acuchillando su desgastado cuerpo.

Tragó saliva, y retrocedió, casi involuntariamente. ¿Cómo lograba el montaraz aquello? ¿Acaso poseía algún hechizo sobre él?

La charla estuvo a punto de escaparse de sus oídos, en cuanto Aragorn preguntó por Pippin y Merry.

-¿No vieron dos hobbits entre los trasgos y orcos?

-Son pequeños, ¡Como niños! -acotó Gimli. Legolas sonrió tristemente. ¿Cómo podían estar tan entusiasmados después de todo lo que sucedió? 

-Lo siento, amigo. No vimos a nadie tan pequeño allí. Y matamos a todos los que se hallaban allí -señaló hacia la pila humeante de cuerpos carbonizados. Los ojos de todos ellos se abrieron espantados. ¿Habían llegado demasiado tarde a por sus amigos?

Saludaron a los jinetes, que les dieron a Árod y Hasufel, junto con el pésame. Cabalgaron entonces hasta donde el fuego aún arrasaba lo que quedaba del pequeño pastizal, bordado de una sangre oscura como la noche. 

Legolas sufrió por dentro en cuanto observó la baja de Aragorn, cuando lo vió caer de rodillas, gritando, furioso y agonizante. Solo atinó a poner una mano en su hombro, en un acto que bien podría haber sido de consuelo, si no hubiera estado tan destrozado él mismo.

Levantó la mirada, hacia el bosque, como si detectara una presencia. Pero el hombre ya no se hallaba a su lado, sino siguiendo unas huellas que lo guiarían al mismo lugar donde sus ojos se posaban.

-Fangorn -murmuró Gimli, como si el solo nombre le produciera escalofríos. Sus pasos se adelantaron casi sin quererlo, como si el bosque le llamara, casi sin saber qué estaba pasando. Podía oir distantes los llamados de sus amigos, tratando de frenarlo. Pero el arco colgaba de su espalda, sus flechas en su carcaj junto a sus dagas gemelas, y sus manos rozaban suavemente la corteza de los árboles que pasaron a rodearlo.

-¡Legolas! -la mano del dúnedain se aferró a su brazo, y salió del trance tan de golpe como había entrado-. Siento una fuerza proveniente de aquí, no necesito ser un elfo para saber que nos quieren fuera...

-Me están diciendo algo -interrumpió el elfo, ladeando su cabeza.

-Lego...

-¡Es importante! -sus ojos se mostraban insistentes ante la resistencia de él- Lo presiento, Aragorn. Sabes que no nos pondría en peligro si no fuese importante...

El hombre lo soltó lentamente, para asegurarse que no fuera un capricho, un rasgo de locura del elfo producido por el mismísimo y antiguo bosque. Volvió a sentirlo, amenazadora, y volteó.

-Gimli, baja tu hacha -exigió, ceñudo, preocupado por la reacción de los seres que allí habitaban. Estel asintió, y solo cuando el hijo de Gloin bajó su arma, la tensión se disipó. Legolas podía oir a los árboles susurrando, y los escuchaba, maravillado.

De pronto, los árboles susurraron con más fuerza, y la compañía desenfundó las armas, una luz cegadora envolviéndolos.

Legolas abrió los ojos, encandilado por el resplandor de una ventana a su lado. Unos zafiros azules lo observaban desde arriba, bajo unas pobladas cejas canosas. 

-Gandalf -susurró, su voz practicamente rota. El mago asintió y se separó, dándole suficiente espacio como para que este lo mirase. Alrededor se hallaban todos sus compañeros... o bueno, casi todos.

-Tenemos que hablar, joven elfing -dijo el anciano, dándole una profunda calada a su pipa. Pero la charla tuvo que posponerse, pues Aragorn entró al lugar.

Goodbye, my KingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora