Capítulo 8

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Lanoche anterior a la reunión, antes de irse a dormir, Sarah recogiólo que podría necesitar. Un cuaderno, la cámara de su madre, suordenador portátil y el fajo de cartas apiladas que había recibidode Adam. Las había envuelto con un papel marrón y las habíajuntado con un hilo de cuerda fina a su alrededor. Y puso muchos másobjetos, todos y cada uno de ellos metidos en la mochila roja. Suspadres habían salido a cenar con los amigos y solo quedaban ella yLina en la Villa Verde. Antes de meterse en la cama, se dirigióhacia la habitación de sus padres donde rebuscó entre sus prendasde ropa en el armario y encontró varios sobres con decenas y decenasde billetes. Todos los sobres estaban distribuidos por todo elarmario, a veces perdían la cuenta de cuántos había, no les hacíanfalta. Esos sobres llenos de dinero solo eran ahorros, y Sarah estabaa punto de darles uso.


Estabadecidido: no hay vuelta atrás. Entregó las hojas escritas a puño yletra de su último examen del último curso de instituto a suprofesor de historia. Salió del edificio antes que Ahmed, casicorriendo, sin siquiera despedirse de él. No volvería a verlo, talvez. Y si lo hiciese, sería después, después del viaje, largo o notan largo, justo como debía ser. Lo echaría de menos pero sihablase con él, podría empezar a sospechar. Ahmed era capaz desaber lo que le pasaba por la cabeza con solo mirarla a los ojos, asíque debía evitarlo. Pero tarde o temprano, cuando haya descubiertoque Sarah ha desaparecido, sabrá inmediatamente dónde encontrarla.Llegó a casa en un abrir y cerrar de ojos, se colgó su mochila enla espalda. Estaba rebuscando entre los papeles de su escritorio yno se dio cuenta que Lina, su hermosa y angelical hermana pequeña,la estaba observando desde la puerta, apoyada en el marco de roble.Lina tenía la cara seria y no murmuró ni una sola palabra.

—¡Hey!Hola, ¿cuánto rato llevas aquí?—consiguió articular Sarah. Se arrodilló delante de ella y puso susmanos encima de sus hombros— ¿Quéte pasa, Lina?

—Emm,nada, ¿cuándo vuelves?

—¿Qué?

—¿Cuándoacabarás la entrevista con el señor Omar?

—Notardaré— esbozó unasonrisa- volveré pronto.

Sarahbajó al piso inferior, saludó a sus padres y salió. Salió de esacasa con rosas en la pared. Dejó tras de ella todas sus memorias yplegarias y miró hacia la calle que tenía delante. Sarah no se diola vuelta, Sarah iba a sobrevivir.



Susideas eran simples, tenía pensado el plan A o el plan B en caso deque el primero no funcionase. El plan A o mejor llamado plande fuga,consistíaen obtener un billete del primer barco que saliera del puerto, llegara otra ciudad y comprar un billete de avión hasta Siria. Si esteplan no funcionaba o había dificultades para llevarlo a cabo,tendría que recurrir al plan B, en el cual debería sobornar a Omar,el amigo de su padre, para que le comprase un billete ya que ella aúnera menor de edad sin que nadie lo supiese. Pero eso no hizo falta yaque el plan A marchó viento en popa, literalmente. Sarah y Omarestaban sentados en una habitación especial de los empleados delpuerto, dentro del mismísimo barco.

—Ybien, bueno, ¿tienes que preparar todas esas maquinillas parasostener la cámara?—preguntó Omar desde su silla, detrás de un escritorio. Omar era unhombre de mediana edad sin cabello en la parte superior de la cabeza.A pesar de no ser tan mayor ya llevaba puesta una prótesis dental loque le hacía una sonrisa más que perfecta. Tenía el cuerporechoncho y siempre usaba camisas y pantalones con clase. Sus zapatoseran siempre los últimos que salían al mercado, era un hombrepresumido, no había día que no empezase una frase con: 'Yo...'.

—Sí,a esto se le llama trípode—anunció Sarah con una sonrisa en la cara.

—Ya,ya. Ya sé que es un trípode. Oye, ¿y tienes muchas preguntas? Nocreo que tengamos tiempo de salir del barco antes de que embarquenlos pasajeros si no nos damos prisa.

—Sí,claro. Solo son unas cuantas preguntas sobre el comercio y elturismo, ya sabe, desde hace dos décadas esto ha mejorado mucho.

—Exactamente,y desde entonces que yo trabajo aquí.

Omarse frotó las manos y se acomodó en la silla, listo para empezar unaentrevista limpiamente inventada, cuyo vídeo grabado nunca se iba aver de nuevo. La entrevista fluyó sin que se notase el tiemporecorrido. La sala donde estaban se encontraba en el ala oeste delbarco, en el último piso, solo permitido para los empleados. Elbarco era un pelín viejo, debía tener casi diez años, pero lapintura blanca y azul lo contradecían. Había un silencio absoluto,no se oían ni tan solo las máquinas del barco: debía de estar enreposo. Por cada minuto que pasaba Sarah estaba más nerviosa,¿conseguiría al final encontrar a Adam?

—Elaño 1999, justamente el 12 de diciembre, fue cuando pasó todo eso,sí. Lo recuerdo como si hubiese pasado ayer—Omar echó la mirada hacia abajo.

Derepente sonó un teléfono, el de Omar. A éste casi se le para elcorazón por la repentina sonata de Mozart. Después de intercambiarunas cuantas palabras al teléfono se levantó de su asiento y colgó.

—Vuelvoen cinco minutos, es un caso urgente—Omar salió por la puerta. Sarah lo siguió con sus ojos. Cerró elcuaderno que tenía delante de ella y apagó la cámara.

Pasaron,cinco, diez e incluso quince minutos: era su oportunidad. Guardótodos sus objetos y salió de la sala en el ala oeste. Bajó a lacubierta principal donde empezaban a embarcar las familias. Losmotores se habían encendido. Sarah paseó por la cubierta duranteunos cuantos minutos. Se apoyó en las barras de metal y contemplóla cola de coches en el puerto, listos para embarcar. Se sentíasola, estaba sola y no había nadie con quien hablar. Echó unvistazo a la ciudad, se veía tan pequeña desde el barco que nollegaba a visualizar su barrio tras los montes de la costa. Unalágrima fría le bajó por la mejilla. Conseguiría hacerlo,llegaría. Sarah llegaría. Se pasó la mano por su mejilla y seinclinó hacia la barra de metal aún más. Se sacó el teléfono delbolsillo, decidida a apagarlo para que nadie pudiese llamarla cuandoéste sonara. Un número desconocido.


Las cartas de Adam #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora