Capítulo 2

5 0 0
                                    


Atres mil kilómetros de distancia había cien calles vivas, llenas degente completamente ignorante de lo que estaba pasando fuera de supropia nación hasta que escuchaban los desastres en las noticias.Por las tardes las cafeterías se iban ocupando por docenas deindividuos cuando acababa su jornada de trabajo. Esos grupos no ibana bares, no iban a discotecas, simplemente se drogaban con lafelicidad de los demás y con unas tacitas de té de menta. Tomabansu taza con algunos frutos secos mientras escuchaban vivamente lasplegarias, deseos y alivios de sus compañeros de mesa. Volvían acasa antes de que anocheciera o se dirigían hacia las mezquitas pararezar la cuarta salat del día. Antes de irse a dormir, losmás jóvenes salían a dar un paseo con los amigos para contarseaquello y lo otro que les gustaría hacer antes de crecer, loscotilleos se divulgaban a través de los cuchicheos de la gente.Todos se conocían, por sus nombres o por sus apodos, conocían todolo que los demás habían hecho y cuando a alguien les revelaba elmás oscuro secreto sobre su vecino, abrían los ojos como platos yse tapaban la boca con la mano para no dejar entrar a las moscas.Aparentaban que les importaba la última noticia que habíanescuchado y al cabo de unos minutos se olvidaban de ellocompletamente y seguían vagando por el paseo marítimo. Todosconocían a Sarah. Nunca la habían visto pero su nombre se filtrabapor las lenguas y dientes de la mayor parte de la población de laciudad. La mayoría de ellos llenaban los rumores con más gusto yplacer que otros así que al final acababan formando una historia apartir de un par de palabras. Pero eso no lo sabía la familia deSarah, no estaban al tanto sobre la cantidad de palabrerías quedecía la gente.

Exactamentedos años atrás Sarah nunca habría imaginado lo que le pasaría asu aburrida vida más adelante. Si hubiese tardado más hablando consus amigas después de clase, tal vez no habría sido ella quienhubiese recogido el correo que había llegado a casa. Habría sido undía completamente habitual para ella y para toda su familia. Habríavuelto a casa diez minutos más tarde de lo normal y encontrado a supadre ya allí después de un largo y duro día de trabajo, en el quehabría estado leyendo una carta sin sentido y la habría tiradoencima de la mesa sin más y se habría puesto a dormir en el sofá.Sarah habría dado un beso en la frente de su padre, ella habría idoa saludar a su madre donde fuera que estuviese rondando por la casa yhabría echado un vistazo a su hermana pequeña que habría estadojugando cerca de la piscina detrás de la casa. Y ella simplementehabría subido a su habitación a hacer los deberes, como cada día.

Peroeso no pasó. Esa mañana, justo después de acabar las clases, Sarahsalió del instituto corriendo. Estudiaba en uno de los edificios máscutres que podían haber en la ciudad. Tenía un tono blancoamarillento por las tormentas con arena que llegaban del desierto.Las ventanas de éste tenían barreras de metal para posibles fugasde alumnos o simplemente porque aparentaba ser una de las prisionesdel país. Aunque desde el exterior se viese como una guardería deadolescentes problemáticos, tampoco era tan triste como todos lodescribían. Tenía aulas infinitas para cientos y cientos deprisioneros, alumnos, construidas especialmente para leer, escuchar,escribir, memorizar, examinarse o simplemente para pasar el rato enellas. Pese a todos los posibles y típicos defectos que podríatener, los profesores, secretarios y hasta el equipo de limpieza eranun encanto.

Hacíaya un mes que habían empezado las clases y no era gustoso para todosel hecho de estudiar en unas aulas sin aire acondicionado. El calorque arrasó durante el verano aún les perseguía. Los estudiantes deese centro llegaban a casa sudando después del pegajoso díasentados en sus respectivos pupitres.

Lafamilia de Sarah vivía en un barrio a cinco minutos de su instituto.Habían pasado solamente un par de semanas desde que se mudaron a esazona, por lo visto, la mitad de la mansión donde vivían en esetiempo estaba a la venta. La mansión fue bautizada con el nombre de'Villa Verde' por su peculiar color del tejado: un verde olivaapagado. Aunque antes de reparar en el color del tejado, todos losque pasaban por delante se fijaban en el rosal que trepaba por lacasa de tres pisos de alto. Cubría cada rincón y lateral con susraíces ramificadas como si fuesen parte de la propia construcción.Era majestuoso. Entre primavera y otoño, el jardín y las paredes sellenaban de un color rosado por los grandiosos pétalos. Y entonces,solo entonces, todo el mundo se olvidaba del nombre de esa mansión.

Las cartas de Adam #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora