Nohabía dormido en dos días. Las urgencias no acababan. Adam recogióel par de gasas que se le habían caído. Pasaron tres días desde elincidente y había médicos por todas partes.
—¿Algúndoctor disponible?— gritabaun hombre cojeando y sangrando por una pierna.
—¡Llegandoal quirófano 1 dos pacientes de nivel negro!—unadoctora transmitía a través del walkie-talkie.
—¿Alguien...?—el hombre que antes gritaba cayó al suelo.
Adamfue corriendo hacia él.
—Paciente,dígame cuál es su situación.
—Yono... Puedo soportarlo, mi hija está atrapada en el edificio aquícerca, no sé si sigue viva—soltó un sollozo— alguiendebería ir a verla.
—Tranquilo,—dijo Adam— tranquilo. Ahoracomunicaré a los bomberos. Indíqueme la dirección del edificio.Enseguida le atiendo.
—No,no. Atienda a los demás antes, puedo esperar.
—Paciente,debo atender a cualquiera que aparezca herido por aquí.Tranquilícese y déjame atenderle.
Adamtardó menos de un minuto en aparecer con una venda, una gasa y unabotellita de alcohol. Curó al herido y media hora más tarde atendióa su hija, que se había desmayado porque había permanecido sinalimento varias horas, se le había acumulado polvo en la garganta eintentando salir de debajo del edificio se dio un golpe muy fuertecon la pared. Eso fue lo que explicó en el formulario.
Horasmás tarde, la enfermera Yasmine se presentó delante de Adam y ledijo:
—SeñoritoSami, debería descansar. Deje que yo termine de atender a estospacientes y usted ocúpese de dormir un rato. Acabará afectado si noreposa.
Adamno la había escuchado. La había mirado pero apenas la oía. Lesonaba un lejano pitido en el oído. Yasmine tenía razón, deberíarecostarse un poco.
Nopudo pegar ojo. Dio vueltas y vueltas en el saco de dormir. Era dedía, la luz le hacía arder los ojos y la tienda de campaña no leapartaba demasiado del real paisaje de fuera. Ocurrió un atentado,un atentado contra la humanidad. Aparecían las personas como zombiesbuscando ayuda. Las campañas de médicos sin fronteras se instalarona diez kilómetros del epicentro de las bombas químicas para evitarque los voluntarios también se afectasen y ayudaban en el trasladode los pacientes de gran urgencia hasta allá donde les atendían ycuraban milagrosamente. Cerca de las campañas había un cartel dondela gente colgaba fotos de desaparecidos. Cada día había más. Cadadía desaparecían más niños que más tarde se encontraban vivos,heridos o hasta muertos. Picores. Asfixias. Venenos. Muerteprematura. Y aún no sabía dónde estaba su padre.
Supadre.
Esoes.
Estabaaquí para buscar a su padre.
Enocasiones se olvidaba su verdadero nombre, Adam. Se llamaba Adam. NoSami. Sami era un nombre que utilizaba solo en Siria, para pasardesapercibido. No quería que, si su padre estuviese en la listanegra del país, que su nombre también estuviese fichado. Soloexisten dos Mikaelson ahora desde que su tía ya no está. ¿Quéhabrá pasado con esa mujer que le respondía en su lugar? ¿Creíaque no había recibido noticias sobre el fallecimiento de su propiatía? ¿Por qué razón insistía en responder a cada carta queenviaba? ¿Le habrá seguido enviando cartas? Cartas. Las cartas lellegaban a Alepo, muy lejos de donde estaba. Pasarían menos desetenta y dos horas antes de volver a Alepo. Primero debía acabarcon el asunto de Médicos sin fronteras.
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Las cartas de Adam #Wattys2018
De TodoSarah, una chica de dieciséis años, se acaba de mudar con su familia a un barrio de Mostganem, en la Villa Verde. Un día cualquiera le llega por error una carta de Adam, un chico que va en búsqueda de su padre. Este, decidido a no volver a casa sin...