Capítulo 20

1 0 0
                                    


Losdos corrían por las calles de Damasco, querían llegar lo másrápidamente posible. Unos veinte minutos antes Karim había hecho lallamada que prometió. Estaban desayunando en el bufé del hostalcuando el teléfono sonó. Era el cumpleaños de Sarah, cumplíadieciocho por lo que habían planeado visitar el barrio de Beb alHara. Adam no quiso contestar así que le pasó el teléfonoenseguida cuando empezó a sonar. Cuando Sarah respondió a lallamada abrió los ojos como platos y exclamó:

—¡¿Qué?!—se apartó el móvil de la oreja, se lo pasó a Adam- esto es parati.

CuandoAdam acabó la llamada dejó la taza de café y su teléfono encimade la mesa. Subieron las escaleras de dos en dos hacia susrespectivas habitaciones y recogieron sus cosas.

Ycorrían y corrían por las viejas calles de Damasco hasta quellegaron al descampado donde le había dicho que su padre leesperaría. Cuando ya se acercaron a la zona vieron una señal destop congraffitipintado encima y más adelante una fila de rocas. Hacía buen día. Alo lejos se podía ver un par de nubes blancas como la nieve. Losrayos de sol hacían que el calor invadiera el país y se acercaba unanticiclón. No se adentraron en el descampado, pararon justo al ladode la señal pintada. Ese territorio parecía bastante grande, talvez de un par de kilómetros cuadrados llenos de grava y sinvegetación. Se quedaron de pie un rato pero Sarah se cansó y sesentó. Adam no podía, dos años esperando volver a ver a su padre yhoy le había llegado la noticia más importante de todas: su padreestaba vivo y lo iba a ver pronto.

Todolo que había hecho Adam para llegar ahí, pensó Sarah, todo por supadre. Y por ella ninguno de su familia haría eso, ni siquiera unamigo.

Todofue gracias a Sarah, pensó Adam, el hecho de que Karim hubiesereconocido a su padre en el aeropuerto fue gracias a ella. Y se lodebía agradecer. Pero en ese momento no. Estaba demasiado ocupado ensus pensamientos como para pronunciar palabra.


Yeso ocurrió: a lo lejos, a unos mil quinientos metros de distanciaapareció un hombre castaño. Y Adam empezó a correr hacia él.Hacía unos dos años que no lo veía, que no lo abrazaba. Nuncahabía imaginado gastar dos años en algo que ocurrió de repente,cuando su padre se fue de viaje: su desaparición. Como si estuvieseen busca y captura, pero a Adam le daba igual. Si su padre estaba enla lista negra de criminales, si había matado a gente, si estabaplaneando un atentado en Praga o cualquier otra cosa. Pero lo queríavolver a abrazar, eso sí. Y siguió corriendo, pero él no sabíapor dónde andaba y pisó algo como un botón rojo. Bajo sus pieshubo un sistema de defensa que se activó justo cuando apartaba supie de allí. Y explotó. No una mina, ni dos. Había docenas ydocenas de minas alrededor de esa que él mismo pisó y empezaron adetonar una tras otra. Y Sarah que veía toda esa escena a un par demetros con los ojos abiertos y con temor por su vida y por la deAdam, que se adentró aún más cuando la explosión se lo llevóhacia dentro. Apareció un humo inmenso que le ocultó la cadena dedetonaciones hasta la parte central del descampado, justo donde debíaestar el padre de Adam. Sarah tampoco vio cuando al hombre le rozóuna explosión y le hirió. Todo eso se lo tapaba el polvo hecho porla grava al deshacerse.

Quedóparalizada. A medida que pasaban los lentos segundos desaparecía elpolvo del aire y poco a poco se podía ver los dos cuerpos en elsuelo. No pudo saber si estaban vivos, no pudo saber si podíamoverse ella. Quería y no se atrevía a acercarse a Adam. Pero alfinal lo hizo, corriendo. Se le acumuló una lágrima y se le cayómientras corría. Y llegó hasta Adam. Creía encontrarlo muerto,creía que esa iba a ser la mayor catástrofe que iba a ver con susojos, justo como su madre cuando era joven. Y creía que quedaríatraumatizada al volver a casa.

Élestaba despierto, en el suelo, mirando hacia su padre que tambiénestaba en el suelo, paralizado, quieto, y hasta tal vez muerto.

—Ayúdamea incorporarme—Adam le tendió la mano mientras tartamudeaba.

Sarahenmudeció, estaba completamente petrificada. ¿Qué hacián unasminas en esas zonas?, ¿por qué no había ninguna señal niadvertencia?, ¿cómo es que nadie antes las había encontrado. Sarahayudó a levantarse a Adam, éste iba cojeando y a medida querecorrían esos novecientos metros se ponía cada vez más derecho.Sarah le prestó su hombro para ayudarlo a caminar pero él la soltócuando ya estaban aún más cerca. Todo esto por culpa de Sarah,pensó, si no hubiese venido habría encontrado a su padre con suscompañeros de ataque, le habría abrazado por última vez y él noestaría aquí, en el suelo, muerto. Cada paso que daba más rápidoiba. Empezó a llorar. Empezó a gritar.

—¡Papá!

Yse le hizo muy pesado el tiempo que tan despacio pasaba. Y lossegundos se acababan, quería volver a ver a su padre. O por lo menosescuchar su último respiro. Acabó de recorrer esos novecientosmetros y se arrodilló al acercarse al cuerpo que había en el suelo.Pero se puso a llorar aún más cuando se dio cuenta que no era supadre.

—Échameuna mano—dijo Karim desde el suelo intentado sonreír, intentó mover subrazo.

LlegóSarah corriendo y se sorprendió al no encontrar al padre de Adam.

—¿Mevais a ayudar o no?—preguntó Karim.

Adamse tiró al suelo estaba llorando, apoyó su cabeza en sus rodillas yse la agarró con sus brazos.

Sarahayudó a Karim a levantarse. Al cabo de cinco minutos en silencioAdam preguntó:

—¿Estoera una trampa?, ¿te ha enviado Haitham?

—¿Qué?—dijeron Sarah y Karim al unísono.

—Esoes cierto, ¿verdad? Me has manipulado y por eso has dicho que nosencontremos aquí, ¿no?—lloriqueó Adam—sabía que no debía confiar en ti. Y tú Sarah—le dijo—todo esta escena ha sido tu culpa. Culpa tuya- repitió.

ASarah le costó tragar la saliva, se le había formado un nudo en lagarganta.

—No,no, no. ¡No!—negó Karim—Os he estado llamando a tu número de teléfono. No recuerdo nicuántas llamadas te he hecho. No contestabas.

Yera verdad, Adam salió del hostal olvidándose así su teléfono enla mesa del bufé.

—¿Y,para qué llamabas?- preguntó Sarah.

—Paradeciros que él no podía abandonar el aeropuerto para no perder lareserva de su vuelo. He venido para llevaros hasta allí. El taxi nosespera a una manzana de aquí.

Yjuntos caminaron hasta el taxi. Adam y Karim se apoyaban mutuamente ySarah llevaba las mochilas. No era para nada lo que se esperaba.

Llegaronal aeropuerto. Fue el viaje más largo que hicieron, o eso lespareció a todos. Pasaron de nuevo por las plazas y calles viejas quevio Sarah en su primer día. Desde la ventana del coche vio una plazacuadrada donde había más palomas que personas y volaron cuando unniño pequeño apareció allí corriendo. Y todas a volar.

Llegaronal aeropuerto. Pasaron por salas y salas hasta que Karim les indicódonde él estaba sentado esa mañana.

Yhabían llegado al aeropuerto. Karim y Adam con la ropa llena depolvo y desgastada, el cabello gris. Las palomas, las mariposasdisecadas, el castillo en ruinas de Alepo, los nenúfares delrestaurante de Damasco, la señal con graffiti.Todo eso pasó por la cabeza de Sarah. E inesperadamente, el rosal deVilla Verde, las tortitas de su padre, la fuente de Cupido, lasventanas del instituto.

Yallí estaba. Un hombre mayor con barba y cabello largos. Lebrillaron los ojos cuando le vio. Se levantó de la incómoda sillade plástico, se quitó las gafas, se limpió la cara y se las volvióa poner antes de dirigirse hacia su hijo. Los dos corrieron el unohacia el otro y se abrazaron. E igual que el tiempo durante el cualhabían estado separados duró mientras se abrazaron.

YSarah y Karim los observaban. Padre e hijo habían vuelto a casa, suhogar era su familia.

Alverlos a ellos juntos Sarah recordó a su familia, que a saber dóndecreían que estaba ella, que a saber si habían perdido la cabeza.Justo en ese momento habría dado su vida por volverlos a abrazar.Quería volver a casa. Ya había cumplido la misión.

Las cartas de Adam #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora