Esamañana Karim recogió su maleta y su mochila y llamó a un taxi. Eltaxi lo llevó hasta el aeropuerto donde llegó a las nueve de lamañana. Hacía buen día: Sol, viento fresco y pequeñas nubesblancas como algodón de azúcar. Iba a ser un vuelo estupendo y elavión en el que iba a viajar no había llegado aún. Facturó suequipaje y entró a pasó la aduana, llegó al punto de informacióndonde explicó a una azafata de tierra lo que le había pasado alllegar a Siria y ella cogió el teléfono, habló con códigos y ledijo:
—Espereseñor Karim Lasette, le atenderé enseguida—dijo la azafata después de mirar el billete de embarque. Luegosonrió.
Karimse sentó al lado del punto de información en una fila de sillas deplástico completamente incómodas.
—¿Noles dolerá la espalda a todas esas personas que esperan durantehoras un avión?—se preguntó para sí.
Pasómedia hora y la azafata no le llamó. Se quedó sentado bastante ratointentando cambiar de posición en la silla cada diez minutos paraevitar un futuro mal en la columna vertebral. Había gente delante deél que embarcaba, gente que corría hacia la puerta de embarque ygente que se dormía en las incómodas sillas por aburrimiento yfatiga. Al cabo de un rato llegó un hombre con una camisa blancaamarillenta de manga larga y pantalones desgastados. Se dirigióhacia el punto de información y preguntó con nervios:
—¿Dóndese supone que está mi avión? Me han dicho esta mañana que estaríaaquí hacia las nueve y ya son casi las diez.
Elhombre enseñó su billete de embarque a la azafata.
—Señor,usted ha reservado el jet privado esta mañana y los del equipo lehan dicho que esté aquí a las nueve para facturar su equipaje. Debetener en cuenta que el jet tiene que recargarse y se debe comprobarsu estado para que los pasajeros tengan el mejor vuelo posible.Espere aquí al lado para que pueda informarle de cualquierincidencia.
Elhombre se alejó del punto de información, pasó por delante deKarim y se sentó al lado de él. Tenía una larga barba pococuidada, llevaba gafas negras y el pelo castaño se lo apartaba cadavez que se le caía delante del cristal de sus gafas. Se apoyó enlas rodillas mirando hacia el suelo, juntó las manos y suspiró. Ysuspiró de nuevo al cabo de un minuto. Y otra vez.
—¿Estáusted nervioso por el vuelo, señor?—le dijo Karim al verlo de esa manera. Obviamente parecía mayor queél así que evitó hablarle informal.
—Sí,bueno no. Hace bastante tiempo que no veo a mi hijo, justo al llegaraquí caí en coma y mi familia se habrá vuelto loca. Ni siquierales dije dónde estaba, mi trabajo no me lo permite.
—Quédeseusted tranquilo—aconsejó Karim— estaránesperándole.
Karimvolvió a mirar hacia delante. La sala estaba vacía en ese momento,solo eran cuatro gatos.
—SeñorLasette, su equipaje ha llegado—la azafata de antes le llamó por megáfono.
Karimse levantó y se dirigió hacia el punto de información donde sepuso a recoger su vieja cámara y su portátil. Justo cuando metíasus pertenencias en la mochila al lado de la azafata, esta agarró elmicrófono que tenía delante e informó:
—SeñorMikaelson, su jet privado ya está listo. Cuando usted quiera.
Karimparó lo que estaba haciendo, levantó la cabeza, miró hacia suizquierda y ahí estaba: el mismo hombre con la camisa blancaamarillenta con las mangas largas, las gafas negras y el cabellocastaño.
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Las cartas de Adam #Wattys2018
De TodoSarah, una chica de dieciséis años, se acaba de mudar con su familia a un barrio de Mostganem, en la Villa Verde. Un día cualquiera le llega por error una carta de Adam, un chico que va en búsqueda de su padre. Este, decidido a no volver a casa sin...