Capítulo 14

1 0 0
                                    


Sarahya había llegado a la ciudad. Lo primero que debía hacer era buscarun hotel o algún otro sitio donde quedarse. Eran las siete de lamañana, sabía que a esa hora no encontraría nada. Había pasadouna semana desde del incidente y se notaba. Llegó allá para buscara Adam, quería un final feliz en la historia y deseaba obtenerlobajo cualquier precio. Había abandonado a su familia para podersalvar a dos personas que ni conocía. Estaba siendo muy egoísta, loadmitía. Si le hubiese dicho, aunque fuese solo a Ahmed, que se ibale habría parado los pies, la llamaría loca y no la volvería a vernunca más. Según ella sí que había conseguido una de esas cosas,que no la viese más durante un tiempo. El tiempo justo para quedarseen Siria, conocer a Adam, reunirse con su padre y volver a pensar enlo que quería hacer más adelante con su vida. Ya no quería que suspadres manipulasen su futuro y sus decisiones. No se lo pensó dosveces, quería alejarse por un tiempo de ellos, necesitaba undescanso.

Suspensamientos la llevaron a recorrer las calles de la capital, cadauna con sus olores, cada una con sus carteles.

¿Peroy si le ocurre algo? ¿Podrá volver a ver a su hermana Lina, aAhmed, a sus padres? No. No le podría ocurrir nada grave. Solo eraun viaje, nada más, como unas vacaciones. Las vacaciones de suinfancia, otra vez. Pero con distintos aires. Bombas químicas en losaires. Se notaba su aire reciente que te quemaba la garganta. Pese aeso no vio a nadie llevando máscaras para no intoxicarse. Todos lohabían olvidado. Como si no hubiese pasado nada. Lo más peligrosoya había ocurrido. Un atentado. Si se revolviesen otra vez losbandos contrarios se subiría a un avión y volvería a casa. Aun sinconocer a Adam. No quería vivir un atentado. Un atentado contra lahumanidad.

Pasóal lado de una cafetería llamada ShayAl-Arabi.Paró en seco en medio de la acera, cerró los ojos y respiró hondo.Olor a té y a cacahuetes salados. Té de menta, justo lo quenecesitaba.

Elcamarero le hizo llegar a la mesa donde estaba sentada el té dementa que había pedido junto a una cucharadita. Se lo dejó delantede ella y se retiró. Sarah tocó el vaso de cristal, estabaardiendo. Abrió el pote de azúcar que había en el centro de lamesa y se echó tres cucharaditas al vaso.

Despuésde acabarse el té de menta salió a la calle. Empezaba a hacer calory ya había gente yendo a trabajar o a pasear. Llegó hasta una plazay se paró al lado de un arbusto, para visualizar dónde seencontraba. Ella iba bien vestida: unos jeans azul cielo, una camisasemitransparente negra con estampados de flores y con accesorios paracombinar. En la espalda seguía llevando su mochila, esta vez másvacía desde que le prestó al periodista su ordenador y su cámara.

Unaniña se le acercó. Debía tener unos seis años e iba con un jerseymarrón. En pleno verano.

Tata...¿Puededarme algunas monedas? Quiero comer y el hombre tan bueno que sueleestar en la panadería está enfermo. Y hoy no está así que no meha dado comida hoy. ¿Puede darme algunas monedas? Tata...

Sarahcogió un billete de dinar argelino y se lo entregó, le dijo quefuese a cambiar el dinero en algún lado y que le ayudaría bastante.La niña, confusa, no sabía ni la cantidad de dinero que le habíaentregado y se marchó dando saltos por la plaza.

Trasun par de calles Sarah encontró un hostal donde entró para pediralojamiento. En recepción no había nadie, era blanco y pequeño, nodebería haber más de diez habitaciones en él. Se apreciaba un granespejo en la pared con el que daba la sensación de que la sala derecepción era más grande. Junto al espejo pegada a la pared habíauna mesa con un ramo de claveles y un taburete cerca de ésta. Deltecho colgaba una araña de cristal con una sola bombilla encendida.Tras la mesa de recepción había un par de muebles también blancoscon cajones por lo que no se podía ver lo que había dentro. En lamesa de recepción había un vaso de plástico desechable medio vacíode café y un timbre al lado de éste. Sarah, cuando vio el timbrepuso la mano encima de él y sonó en eco por toda la sala. Tocó unavez más hasta que apareció un hombre mayor.

—Bienvenida,señorita.

Ledio la tarjeta para poder entrar a la habitación y un mapa turísticoy ella se fue enseguida. Entró, dejó su mochila y volvió a salir,quería descubrir la ciudad. Caminó hasta la plaza donde estuvo esamañana y giró hacia la derecha donde más adelante encontró unmercado cubierto. La muchedumbre lo llenaba a gritos por lo que nohabía silencio en ningún rincón. Sarah entró por la primeraentrada que halló y quedó fascinada. Tantos colores y olores. Unalínea entera de especias en barriles enormes formando un cono casiperfecto. En las telas de cada tienda que hacían de pared parasepararlas había colgados bolsos, carteras e incluso monederos decuero hechos a mano. Más allá de los barriles de especias llegó aver enormes cajas llenas de turrones de nougat,de miel, de café y de almendras. En el centro de la primera tiendaque vio que había una estantería llena de potes con más especias.Y miel. Y agua de azahar. Y más especias. En el borde de laestantería había dos cuadros con mariposas disecadas de distintostamaños que colgaban de ella. Debajo de las mariposas habíaescritos en árabe y su nombre científico. Sarah se las quedómirando un rato.

Llegóun chico joven de apenas veinte años y se paró junto a ella.

—Tarek,¡Tarek!— el chico llamó alhombre de la tienda.

—¿Qué?—Tarek se acercó.

—Necesitolo que me debías. Es urgente—le dijo el chico.

—¿Ahora?—Tarek miró hacia las dos bandas buscando si aparecía por ahí sujefe.

—Sí,sí. Acabo de decir que es urgente. Mi mujer va a cocinar un festín.

—Deacuerdo, de acuerdo. Ya te lo traigo—Tarek volvió a mirar si alguien venía. Se fue detrás de laestantería y apareció con una bolsita transparente llena de polvoblanco.

—¡¿Drogas?!—pensó Sarah.

Tarekle entregó al chico la bolsita y el chico le sonrió.

—Sabesperfectamente que no hay cherekmsekkersinazúcar glaseado que venga bien. Gracias, amigo mío.

Elchico salió del mercado y Tarek se quedó mirando a Sarah, ésta aldarse cuenta salió disparada de su tienda y pasó de una a otra.Siguió caminando por el mercado hasta que de tantos olores le vinohambre y salió.

Volvióal hostal y durmió de una cabezada. Se despertó más tarde, cercade las diez cuando decidió salir a cenar. Llegó a un barrio llenode restaurantes y pasó por un puente por donde debajo, en vez dehaber un riachuelo, había otro restaurante, con el suelo de mármoly con una docena de mesas familiares, todas llenas. En la pared,junto a muchas lámparas colgadas de ella, había un enorme carteldonde ponía el nombre del restaurante: AlKhawali.Más adelante encontró otro restaurante cuya apariencia le llamómucho más la atención que los demás. Milleet une nuits.Unrestaurante en forma de castillo al cual solamente se podía accedera él pasando por un puente. Todo estaba decorado como en laantigüedad, como el cuento de Las mil y una noches. Debajo delpuente pasaba agua la cual llegaba a una fuente y saltaba por losaires. A cada lado de las fuentes, había agua estancada donde sepodían hallar nenúfares y un par de ranas. Entró en elrestaurante, en la puerta le atendió un camarero.

—Mesapara uno— le dijoacompañándola.

Sarahcenó como si estuviese en un sueño, lo que había dentro de lasparedes de ese castillito era como un cuento de princesas. 

Las cartas de Adam #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora