Losmotores, ya encendidos, empezaron a mover el barco hacia el MarMediterráneo, saliendo del puerto de Mostganem. Los coches ya habíanaparcado en el párking del sótano, las familias se distribuían porlas cubiertas, pasillos y restaurantes del barco listas para navegar.Probablemente iba a ser un viaje largo, así que lo primero en lo queSarah pensó fue en guardar su mochila en algún sitio. Llegó a laprimera planta, junto a recepción, donde encontró una clase decasilleros y guardó su mochila allá, introduciendo una moneda en lacasilla. Iba a salir de nuevo a la cubierta y pasó por losminúsculos pasillos. Los números asignados a las cabinas ibandescendiendo del 14 al 1. Una familia con dos niños y las maletas enla mano la hizo parar delante de la cabina número 2, donde ellosiban a entrar. El padre le sonrió a Sarah y le echó un codazo a sumujer, haciendo que se apresurase a introducir el código. La mujer,con las dos manos ocupadas, tecleó en la maquinilla: uno, seis, uno,nueve. La puerta pitó y se abrió. La familia se disculpó por habertapado la minúscula salida y entró a la cabina.
Alcabo de unas horas Sarah empezó a tener hambre. Llegó hasta elrestaurante donde pidió algo para picar y se sentó a una gran mesaal lado de la ventana, observó cómo empezaba a oscurecer fuera. Lafamilia de la cabina número 2 se sentó cerca de ella. Los oyómurmurar entre sí.
—Si,tenías razón, viajar en barco ha sido la mejor idea, no creía queiba a ser tan cómodo.
—Exacto.Además no va cargado de gente, incluso me ha dicho el joven que elcuarto piso está completamente vacío.
Despuésde llenarse de carbohidratos, subió a la segunda planta donde seencontraban un par de salas con docenas y docenas de sillones, habíaencontrado un sitio donde pasar la noche. Puesto que aún no teníasueño, se paseó por la cubierta, antes de entrar de nuevo pasó porlos pasillos de las cabinas. Vio de nuevo a más gente entrando a lasegunda cabina del principio, introduciendo el mismo código que enla planta uno: uno, seis, uno, nueve.
Teníauna idea, valdría mejor llevarla a cabo antes de que fuese demasiadotarde. Sarah subió a la cuarta planta, no había absolutamentenadie, ni siquiera empleados. Se metió en uno de los pasillos ytecleó el código en el panel. Sonó un pitido: la puerta se abrió.Sarah esbozó una sonrisa y entró. Había valido la pena, unacabina, mejor que un sillón. Era una cabina bastante grande,suficiente para cuatro personas, había una litera a cada lado de lapared, un armario a la izquierda de la entrada y un baño a laderecha. La cabina tenía las paredes barnizadas y una ventanaredonda con el vidrio reforzado que daba hacia las escaleras deemergencia de la terraza. Las literas eran grises y las sábanas eranblancas como las nubes. Sarah se quitó los zapatos, subió a unalitera y se estiró en ella. Hacía frío aunque ya era junio, elaire acondicionado debía de estar en las mínimas temperaturas. Apesar de morirse de frío, Sarah cayó en un sueño tan profundo comoel mar y no se dio cuenta de que ni siquiera había apagado lasluces. Se despertó a las dos de la madrugada cuando el los motoresdel barco hicieron un estruendo. Se sentó al borde de la litera yrecordó que sus pertenencias estaban en el casillero. Bajó por lasescaleras dirigiéndose hacia la primera planta cuando un camarero lainterrumpió:
—Perdone,señorita, ¿se ha perdido?—le puso la mano en el hombro—¿Qué cabina está ocupando?
—Mierda—pensó para sí Sarah.

ESTÁS LEYENDO
Las cartas de Adam #Wattys2018
OverigSarah, una chica de dieciséis años, se acaba de mudar con su familia a un barrio de Mostganem, en la Villa Verde. Un día cualquiera le llega por error una carta de Adam, un chico que va en búsqueda de su padre. Este, decidido a no volver a casa sin...