Capítulo 8: La caída

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Seguimos recorriendo el pasillo hasta dar con la puerta de la habitación que ahora estábamos seguros era de Miraz. Tenía la esperanza de que Caspian no se encontrara allí y todo lo sucedido fuera un malentendido, que el plan seguía su curso; pero al escuchar voces de reclamo y amenaza, todo se esfumó. Y el más molesto, aunque tratase de que no se le notase, era Peter.

–Baja la espada, Caspian –se oía decir a una mujer desde dentro–. No quiero hacer esto...

Entonces por instinto, abrí la puerta de una patada y entré con mi arco arriba y apuntando hacia la mujer pelinegra, quien a pesar de ver mi flecha apuntándole, no bajó la ballesta que sostenía con el blanco hacia Caspian.

–Nosotros tampoco queremos que lo haga –dije con una voz tan seria y amenazante que hasta a mí me sorprendió escucharme.

Susan y Peter entraron detrás de mi. Al igual que yo, Susan sostenía firme su arco y apuntaba hacia Miraz. Peter alzaba su espada pendiente de cualquier movimiento y estudiando la situación. Miraz no pareció sorprenderse, pero Caspian sí, y nos lanzó una rápida mirada de sorpresa y confusión al vernos irrumpir en la habitación de tal manera, pero rápidamente volvió a enfocar su mirada en Miraz y la espada que sostenía en su cuello.

–¡No respetan la privacidad! –comentó Miraz haciéndose el ofendido, algo que para nada le quedaba.

Aquí la sarcástica y dramática soy yo, búsquese otro papel, viejo.

–¿Qué estás haciendo? –riñó Peter a Caspian, mirándolo severamente– ¡Deberías estar en el portón!

–¡No! –exclamó el susodicho lleno de rabia– ¡Quiero la verdad! ¡Aunque sea una vez!

Caspian apretó más la espada al cuello de Miraz, haciendo que éste retrocediera.

–¿Mataste a mi padre? –exigió saber.

–Ahora vamos al grano –le contestó burlón.

–Dijiste que tu hermano murió mientras dormía –lo cuestionó su esposa, quien a pesar de seguir apuntando a Caspian con la ballesta, pareció dudar de su marido.

–Fue más o menos cierto –confesó finalmente sin ninguna expresión de culpa, hasta podría decir que lo satisfacía. Caspian lo miró con odio e intriga.

No podía culpar que se sintiera así. Hasta que yo, que no tenía nada que ver con este drama familiar, hizo que el corazón me pesara. Ver la cara de Caspian lleno de desilusión me lleno de tristeza y puedo decir que de un poco de rabia también. ¿Qué clase de persona cruel mataría a su propio hermano y trataría de hacer lo mismo con su sobrino por una estúpida corona? Nunca podría entenderlo.

Susan pareció sentirse mal por él también, pero igual que yo, sabía que este no era el momento.

–Caspian –le habló–, esto no mejorará las cosas.

Pero Caspian no hizo caso.

–Los telmarinos solo tenemos lo que tomamos –siguió diciendo Miraz–. Y todo eso lo sabía tu padre.

–¿Cómo pudiste? –le preguntó su mujer, finalmente bajando la ballesta, estupefacta. Podia notársele la desilusión y la sorpresa en su rostro, por fin dándose cuenta que clase de hombre era su esposo.

–¡Por la misma razón que tú vas a disparar! Por nuestro hijo.

Caspian movió su espada amenazante y la mujer alzó de nuevo la ballesta. Un hilo de sangre ya corría por el cuello del rey.

–¡Ya basta!

–¡Quédese ahí! –le ordené a Miraz tensando el arco y dirigiendo mi blanco hacia él mientras Peter alzaba desafiante su espada.

Las Crónicas de Narnia: El Príncipe Caspian (Peter Pevensie & tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora