Capítulo 22.

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+¿Dónde me llevas?

-Ya lo verás, no te preocupes.

Los dos cogidos de la mano siguieron el camino que Álex indicaba, hasta llegar a un parque de atracciones. Los niños corrían con un algodón de azúcar en la mano, chicos jugando a los tiros, parejas montadas en la noria...todo lleno de color, de sonrisas, de vida.

-Ven, ¡sígueme!

+Hey, ¡pero no corras! -dije entre risas.

Una montaña rusa. Lo que Álex no sabe es que Ana tiene vértigo, le tiene mucho miedo a ese tipo de atracciones.

-Tranquila, voy a estar a tu lado cogiéndote de la mano bien fuerte, por si alguna vez se te olvida que siempre voy a estar ahí.

Cada vez los nervios aumentaban, era la primera vez que se montaba en una montaña rusa y no sabía como iba a acabar. Mientras se aseguraban los asientos, Álex la miró a los ojos y dijo:

-Tengo una idea. Cuando estemos en lo más alto, aun sabiendo que vamos a caer en picados, tenemos que decir algo que quieras gritarlo al mundo entero. ¿De acuerdo?

+De acuerdo.

NARRA ANA.

Llegó el momento, estábamos en lo más alto y tenía bastante miedo, pero era un momento único, al ver que él estaba conmigo todos mis miedos se iban, sentía que si me inclinaba podía rozar las estrellas.

+¡TE QUIEROOOOOOOOOO! -grité, a punto de caer.

Me sentía genial después de ese grito, era una sensación de libertad, de poder con todo, de desahogarme y gritarle al mundo que le quiero, y que mis sentimientos cada vez aumentaban más.

NARRA ÁLEX.

 Pensé que no la iba a convencer, pero me sorprendió que fuera tan atrevida en ese momento. Se le notaba el miedo, era notable a kilómetros, pero prefería notarlo a milímetros. Aún así reunió valor y se sentó en el sillón. La notaba temblar, la cogí de la mano y le sonreí. Al hacerlo, ella dijo:

+Te odio, me has hecho montarme al final.

-No te he obligado, eh.

+Pero qué idiota eres.

-Tu idiota.

En la cima, noté que me apretaba la mano con todas sus fuerzas y gritó. Gritó lo que más me gusta escuchar de ella.

NARRA ANA:

No era para tanto, ahora que lo pienso. Me gustó bastante y me subió la adrenalina. Nunca había sentido ese cosquilleo, esa sensación. Me cogió de la mano y me llevó hasta las escopetas. Pensé que éste no tenía puntería, que no conseguiría nada. Me miró y tiró. Segundo tiro. Tercero. Si es que le gusta dejarme callada. Consiguió un peluche grandísimo y super suave de un oso panda. Me encantan los osos panda. No sé cómo, pero parece que me conoce más de lo que yo creo.

-Te toca, enana. Seguro que no das ni una, pero oye, que yo te animo eh.

+Mira, te voy a dejar callado, imbécil.

 2 de 3. No está mal. Y uno fallé porque me hizo reír. Elegí un pequeño koala super mono, y se lo di.

Fuimos a por un helado mientras oscurecía el cielo. Las vistas eran preciosas.

+¿Ves? Que te creías que era una patosa.

-Y lo eres, enana.

+Oyeee, no lo soy. En cambio tú sí.

-¿Sí? Demuéstramelo.

Le llené la nariz de helado de nata con nueces mientras se le quedaba una cara de  “ésta me la pagas”.

+Uy, qué patoso. Tienes que tener cuidado cielo.-decía mientras le limpiaba con la servilleta.

-A partir de ahora ten cuidado, que puede que...

+¿Qué? ¿Eh?

-Nada, nada.

Nos terminamos el helado y me llevó donde me imaginaba desde un principio...la casa del terror. Prefiero la montaña rusa, la verdad. Soy muy asustadiza y me tiene que matar a sustos. Si es que es malo con razón.

Entramos. Oscuridad absoluta, excepto en el final, que se veía una pequeña lucecita. La seguimos tocando las paredes, llenas de telarañas. ¡Agh! De repente salió una extraña criatura de atrás nuestra, con garras afiladas, sonrisa malévola y joroba. ¡Vaya susto! Salieron bastantes cosas que daban miedo y Álex se reía de mis gritos, nunca se asustaba.

Por fin salimos de allí. Tomé aire y di gracias a que estaba viva. Vale, me lo tengo merecido. Pero él no para de picarme, y por muchas cosas que hago para vengarme él sigue haciéndolo.

Dimos una última vuelta y compramos algodón de azúcar para el camino. Cuando salimos de allí era de noche, y la verdad no quería que acabase el día.

-Ana, sabes que ésto aún no ha acabado, ¿no?

+¿Y eso? ¿Dónde vamos a ir?

-Es una sorpresa.

Andamos unos 20 minutos, sin parar de picarnos mutuamente. Me encanta cuando me pica, sonrío al final de la frase y me devuelve la sonrisa seguida de una respuesta que sabe que me va a picar. No sé qué tiene, quizá sus reacciones tan adecuadas que me hacen reír constantemente, el cariño que sabe darme todos los días, con cada cosa que hace y dice, esa mirada que me hipnotiza y hace que sea inevitable sonreír como una idiota. Ese poder de hacerme feliz cada vez que me encuentra decaída...me encanta todo de él. Sus defectos y sus virtudes que lo hacen tan especial.

-Vale, ahora déjame que te tape los ojos.

+Tú me quieres secuestrar.

-Jajaja no, tranquila. Confía en mí.

Me tapó los ojos, e intenté ver por alguno de los pequeños huecos que hacían sus manos, pero fue para nada. Dimos unos pasos y me dejó ver tal belleza de una noche llena de estrellas, con la luna llena y sólo con la luz de éstas.

+Es precioso, Álex. Nunca había visto las estrellas tan brillantes, ni la luna tan bonita.

 -Pues tú las superas a todas ellas.

NARRA ÁLEX.

Nos sentamos en un sitio más o menos cómodo, aunque era difícil ya que era todo montaña.

Me sentía el chico más especial y feliz del mundo, sólo por el hecho de tenerla a ella en mi vida. Sus besos son lo más dulce que existe. Sus labios son...tan besables, tan suaves y tan bonitos que si por mí fuera los estaria besando el resto de mi vida. Su estatura tan pequeña, que la hace tan mona. Ella dice que no tiene nada en especial, que odia sus caderas y sus muslos, su voz, su físico, pero yo pienso todo lo contrario. Sus caderas me vuelven loco, son el único sitio donde me querría perder. Sus piernas, aunque estén siempre heridas, son la mejor almohada. Y no hablemos de sus ojos. Esos ojos que tienen ese brillo especial, llenos de secretos y dulzura. Cada vez que me mira quedo como hipnotizado. Son tan preciosos...tienen un color verde que me encanta, con ese pequeño lunar al final de su línea. Su risa me hace sentir vivo. Cada vez que ríe pienso que es feliz, y es lo único que quiero, que ella sea la chica más feliz del mundo. Su pelo, tan sedoso y brillante parece una cascada de oro con la que juega cada vez que se aburre. Cada vez me gustan más sus locuras, esas que la hacen única, esa intención de hacer siempre reír, esa preocupación al ver que alguien no lo está pasando bien e intenta ayudar como sea. Cada vez que la miro se me olvida el mundo, solo está ella contemplando esos puntitos brillantes mientras sonríe. La quiero, la quiero mucho.

Las idiotas también se enamoran.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora