18. Y DIREMOS ADIÓS A LA TRISTEZA

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Estaba atardeciendo cuando Amaia y Alfred despertaron enredados entre las sábanas.

- Intuyo que Manu nos ha dado fiesta porque si no ya estarías correteando nervioso por habernos quedado dormidos. - Dijo Amaia con la voz perezosa.

- Me parto de risa contigo, Amaieta.

- Pues no estaría mal que rieras mis chistes, no se me ha olvidado que rompiste nuestro pacto... y eso lo vas a pagar caro, amigo. - Rió Amaia mientras se levantaba de la cama.

- No me importa, ningún precio es suficientemente alto para pagar por ti. - Comentó Alfred tontorrón.

- No vas a ganarme con palabrería, amor.

Amaia se derretía con la carita con la que Alfred la miraba, intentaba hacerse la dura, pero tenía unas ganas terribles de tirarse encima de él y llenarlo de besos. Así que para evitar caer en la tentación se fue hacia la cocina a buscar algo de comer.


Después de haberse comido la pizza fría del día anterior, se encontraban tumbados en el sofá viendo por enésima vez la película del Rey León. Amaia tenía los pies encima de las piernas de Alfred mientras este le hacía un masaje.

- ¿Te acuerdas de cuando jugábamos a ser Nala y Simba? - Preguntó Alfred con una sonrisa.

- Como no me voy a acordar... sobretodo de aquella vez que casi matamos a nuestras familias del susto. - Rió Amaia.



Como muchos domingos desde que los García Castillo se mudaron a Pamplona, las dos familias se fueron a pasar el día a la casa de campo.

Amaia y Alfred llevaban toda la semana viendo la película del Rey León sin parar, se sabían las canciones enteras y, para tratarse de un niño de 6 años y una niña de 4, las afinaban perfectamente.

Mientras los mayores preparaban la mesa del porche y el fuego para la paella, dejaron que los niños jugasen por los alrededores.

- ¡Alfred! ¡Hoy estamos en la sabana! - Gritó una excitada Amaia.

- Que va, aquí no hay nada... lo interesante está en el bosque. - Dijo Alfred con una sonrisa traviesa.

- Pero no nos dejan ir... - Respondió Amaia apenada.

- Si vamos y volvemos antes de que se den cuenta no pasará nada.

- Nos vamos a meter en un lío, peluchito.

- Odio cuando me llamas así. - Dijo Alfred rodando los ojos. - ¿Vas a hacerte caca encima como cuando eras un bebé, Amaieta?

Alfred sabía perfectamente que teclas apretar para que la niña reaccionara, así que no se sorprendió al sentir como le agarraba de la mano y tiraba de él hacia el bosque.


Llegaron hasta el río y se les iluminaron las miradas, era el espacio perfecto para jugar.

- ¡Vamos a buscar bichos! - Exclamó Amaia. - Hoy me toca ser Simba.

- Bueeeeno, pero yo también podré eructar al comer bichos.

Llevaban un rato buscando animalitos pero no encontraban ninguno. Justo cuando Alfred estaba a punto de darse por vencido y abandonar la aventura, Amaia tuvo una idea brillante.

Ya no puedo inventarloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora