27. RELIVE YOUR DARKEST MOMENTS

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Eran las nueve de la noche y Amaia estaba pelando patatas enfurruñada mientras Alfred preparaba las hamburguesas. La chica no se explicaba porque no habían podido pedir comida a domicilio como hacían muchas veces, además, con el cariño que le había cogido a Charlotte, como mucho se merecía patatas congeladas.

Alfred se acercó por detrás de ella y le empezó a dejar besos en la nuca al mismo tiempo que bajaba una mano peligrosamente hasta la cinturilla del pijama de Amaia.

La chica le empujó el brazo con el codo y siguió pelando patatas aún más mosqueada.

- ¿Qué te pasa, amor? ¿No quieres un poco de mimitos? - preguntó Alfred tontorrón volviendo a abrazarse a ella.

- Lo único que quiero es acabar de pelar esto y tirarme en el sofá lo que queda de noche - Contestó entre dientes.

- No te enfades, jo, que te quiero un montón. Si no querías que viniera Charlie habérmelo dicho y me habría inventado algo.

- ¿Delante de ella pretendías que te dijera nada? Además, tampoco te he visto muy disgustado por ciertos comentarios que ha hecho...

Alfred se colocó a su lado, le quitó lo que llevaba en las manos y la giró para quedar de frente.

- ¿A qué te refieres?

- My darling es poco objetivo - contestó Amaia con retintín imitando el acento de la americana.

- Lo siento, no me he parado ni a pensar en el comentario, cucu. ¿Me perdonas?

Amaia suspiró y se quedó mirándole fijamente, nunca se había podido resistir a su carita de pena y no empezaría a hacerlo ahora. Le pasó los brazos por el cuello y le dejó un beso en la nariz.

- No te preocupes, ¿vale? Pero esa chica me da mala espina. Le gustas.

- Ya sé que le gusto - respondió Alfred tranquilamente. - Pero no importa, le he dejado claro en diferentes ocasiones que estoy felizmente casado y que quiero a mi mujer más que a nada en este mundo. Nos hicimos amigos porque compartimos gustos musicales pero ya está, ahí queda todo - añadió mientras abrazaba a Amaia por la cintura.

- Así que vas dejando corazones rotos por ahí... vaya, no me lo esperaba - bromeó la chica.

Alfred la apretó contra él y la llevó hasta uno de los taburetes de la cocina para sentarla. El chico se acomodó entre sus muslos y la besó profundamente. Amaia suspiró sobre los labios de su marido y enroscó las piernas alrededor de su cintura.

Justo cuando Alfred empezaba a meter la mano por debajo de la camiseta de su mujer sonó el timbre. Los dos maldijeron en voz baja y se separaron, con las manos temblorosas y los ojos brillantes por la excitación.

- Luego - murmuró Alfred después de darle un último beso en la mejilla.



Charlotte estaba sentada incómodamente sobre el suelo del salón de Amaia y Alfred. Miraba con desprecio el televisor que mostraba imágenes de una pequeña Amaia durmiendo apoyada en las piernecitas de Alfred, quien la contemplaba embelesado. Había creído que lo de cenar en pijama era una broma para hacerla sentir cómoda, así que se había enfundado un vestido ceñido y unos stiletto de color rojo. La elección de los zapatos había sido muy importante, ya que Alfred le confesó que el color que más le gustaba como quedaba puesto era ese, así que la llenaba de rabia haberlos tenido que dejar tirados en la entrada. Además, si algo le había parecido totalmente absurdo era pasarse la noche viendo vídeos caseros de dos niños durmiendo, pero eso era exactamente lo que estaba haciendo, ver como un Alfred que no levantaba medio palmo del suelo ponía caritas de amor hacia un bebé que babeaba al dormir.

Ya no puedo inventarloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora