**En este capítulo hay escenas con contenido muy explícito**
Al llegar a casa se dirigieron en silencio hasta el dormitorio y se empezaron a desnudar. Podía parecer algo raro dado la situación en la que se encontraban, pero ellos tenían esa habilidad de comunicarse sin palabras, de saber que lo mejor que podían hacer en aquel momento era quitarse la ropa y acomodarse entre las sábanas de su cama.
Se tumbaron y se quedaron unos minutos callados, colocados uno frente al otro, mirándose a los ojos.
- Dime lo que sea que quieras decirme, Alfred. Vamos a acabar con esto pronto, no quiero alargarlo más de lo necesario. - Comentó Amaia con voz cansada.
- No tengo que decirte nada realmente. Te conozco de toda la vida, sé que eres lo suficientemente lista como para no besarte con Roi en un sitio tan público, conmigo a escasos metros. Simplemente no me ha gustado verlo. - Dijo Alfred mientras le acariciaba el brazo con las yemas de los dedos.
- Entonces, ¿estamos bien? - Preguntó Amaia con los ojos brillantes por las lágrimas.
- Solo si no lloras. - Rió Alfred mientras la apretaba contra su cuerpo y dejaba un reguero de besos por su cara.
Amaia se abalanzó sobre él y se agarró a su cuerpo como un koala. Enterró la cara en su cuello y aspiró profundamente, le encantaba como olía.
Si cerraba los ojos podía transportarse a cualquier momento de su vida solo con ese olor, solo con el tacto de la piel que estaban recorriendo sus dedos, solo con el sonido de la respiración que oía cerca de su oreja.
Acercó la boca hasta el lóbulo de la oreja de Alfred y mordió suavemente, acción que fue recompensada con un gemido ronco por parte del chico.
- ¿Te acuerdas de lo que hablamos en París? - Susurró Amaia.
- Hablamos de muchas cosas en París, corazón.
- Aquello que te dije que quería hacerte... con el pañuelo que llevaba cuando visitamos Versailles.
Alfred se apartó ligeramente de Amaia para poder observar sus mejillas sonrojadas y sus ojos cargados de deseo.
- ¿Ahora? - Preguntó el chico tragando saliva.
Mientras paseaban por los jardines del palacio, Alfred no paraba de picar a su mujer por el pañuelo que llevaba atado en el cuello, ya que sabía perfectamente que se lo había puesto para ocultar las marcas que su boca había dejado la noche anterior.
Debido a la insistencia que estaba teniendo Alfred con el tema, Amaia acabó diciéndole que ese pañuelo podía tener un uso mucho más interesante atado alrededor de sus ojos.
- Creo que ahora es un momento perfecto... pero quiero que me lo ates tú a mí. - Dijo Amaia tímidamente.
Alfred la miró fijamente y acarició su labio con el dedo pulgar mientras asimilaba el significado que tenía lo que Amaia le estaba proponiendo.
Habían acordado, que la persona que llevara el pañuelo, era la encargada de decidir qué quería hacer, cómo lo quería hacer y cuánto quería hacer... A pesar de quedar totalmente a merced del otro... tenía el poder de decisión completo. Y para decidir, había que verbalizar, tenía que expresar con palabras lo que la mirada no era capaz.
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Ya no puedo inventarlo
Hayran KurguDicen que la vida está llena de recuerdos y personas que se asocian a ellos. Amaia y Alfred irán descubriendo que encontrar a alguien que comparta todos los momentos importantes de tu vida es un regalo que no se puede dejar escapar.