Estaban a punto de llegar a casa cuando Amaia olfateó algo dulce. No sabía muy bien de donde venía aquel olor pero hizo que sus tripas rugieran fuertemente.
Alfred soltó una risilla al escuchar que su mujer tenía hambre y se ganó una mirada asesina por parte de ella.
- No te rías, Alfred - Le regañó Amaia - ¿No has olido las coronillas? - preguntó mientras aspiraba profundamente.
- No, amor, lo siento. Pero estamos a punto de llegar a casa y estoy seguro que nuestras familias han preparado un banquete - rió Alfred.
La chica arrugó la nariz y se distrajo con la sensación de vacío que tenía en su estómago.
- No quiero un banquete... quiero coronillas de la pastelería Torrano - sentenció antes de cruzarse de brazos.
- ¿Ahora? ¿No podemos ir esta tarde? - inquirió Alfred incrédulo - Nos tenemos que desviar bastante del camino, cucu.
Dispuesta a lo que fuera con tal de satisfacer sus ansias de dulce recurrió a la técnica que mejor le había funcionado desde pequeña: el llanto. Cerró los ojos y se concentró en formar lágrimas visibles para Alfred.
- De acuerdo, no hace falta que vayamos... el nadó tampoco necesita las coronillas tan urgentemente - lloriqueó mientras se apoyaba en el hombro de Alfred y sorbía la nariz.
Con un gruñido incrédulo, Alfred modificó la marcha del coche para dirigirse hasta la pastelería por la que suspiraba Amaia.
- Que sepas que sé exactamente lo que estás haciendo - refunfuñó Alfred - Te creerás que después de tantos años no conozco tus técnicas.
- Conocerás mis técnicas pero funcionan igualmente - comentó Amaia con una sonrisilla victoriosa.
- Eso es porque te tengo demasiado mimada - sonrió Alfred mientras besaba la frente de su mujer - Pero no me quejo, es lo que más me gusta hacer en esta vida - susurró alegre - I a tú també petitona - concluyó endulzando la voz a la vez que acariciaba la barriga de Amaia.
Amaia movía las piernas impacientes por salir del coche, podía ver la pastelería desde la ventanilla y necesitaba llegar hasta ella lo antes posible. Giró su mirada hasta Alfred y frunció el ceño, normalmente le parecía que conducía fenomenal, pero en aquel momento estaba aparcando como un novel con dos manos izquierdas, además, la sonrisita burlona que tenía en la cara era un claro indicativo que sabía lo nerviosa que la estaba poniendo.
Cuando finalmente paró el motor, Amaia prácticamente saltó del asiento y caminó a paso ligero hasta el interior de la tienda. Estaba tan concentrada observando los hojaldres rellenos de crema que se iba a comer en unos minutos que ni siquiera notó que Alfred había llegado junto a ella hasta que no pasó los brazos por su cintura.
A pesar de la impaciencia, Amaia no pudo evitar apoyarse en Alfred y agradecerle haberla llevado hasta allí. Sabía que llegarían tarde a comer y que posiblemente su madre estaría enfurruñada un buen rato, pero a pesar de eso había decidido complacerla y acercarla hasta la pastelería para comprar medio centenar de coronillas.
Tan distraídos habían estado haciéndose carantoñas que no se habían fijado en que la señora a la que estaban atendiendo ya se había marchado y era su turno. Así que la vuelta a la realidad fue de la mano de un carraspeo poco amigable que sonó demasiado cerca.
Levantaron la vista y vieron a una mujer que hacía tiempo que no se asomaba en sus vidas.
- ¡Mimi! - exclamó Alfred lanzándose a abrazarla - ¿Trabajas aquí? Qué casualidad, ¿no?
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Ya no puedo inventarlo
FanfikceDicen que la vida está llena de recuerdos y personas que se asocian a ellos. Amaia y Alfred irán descubriendo que encontrar a alguien que comparta todos los momentos importantes de tu vida es un regalo que no se puede dejar escapar.