36. MALDITA DULZURA LA TUYA

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Después de dos tazones llenos de arroz con leche, Amaia se recostó sobre el hombro de Alfred y se acarició el estómago satisfecha.

- ¿Le ha gustado el arroz, hija? - preguntó Alfredo con cariño.

- Me voy a tener que llevar a Barcelona todos los tuppers posibles, no me había sentado nada tan bien en las últimas semanas - comentó complacida e increíblemente somnolienta.

Con un suspiro, a Alfredo se le escapó una lágrima que intentó ocultar rápidamente limpiándosela con la mano, pero, aún así, a su hijo le había dado tiempo de verla.

- Què passa, papa? - preguntó Alfred preocupado - Et trobes malament?

Alfredo negaba con la cabeza y les sonreía a sus hijos con orgullo, cuando María Jesús le dio un codazo y le lanzó una mirada de advertencia. Al ver la extraña interacción entre sus padres, Alfred repasó los últimos minutos en su cabeza y cayó en algo que no había percibido antes.

- ¿Desde cuándo te diriges a Amaia de usted? - inquirió frunciendo el ceño.

- ¿Qué? ¿Cómo le voy a hablar de usted a la niña? - Se sorprendió Alfredo.

- Has preguntado si le había gustado el arroz, si a usted le había gustado - afirmó Alfred - Es decir, has formulado la pregunta en tercera persona formal. ¿Me estoy explicando? - bufó exasperado.

Con una risilla de entendimiento, Alfredo reposó la espalda en la silla y miró hacia Amaia.

- La pregunta no iba dirigida a ella - afirmó sonriente - Y creo que l'Amaieta sabe perfectamente a quien me estaba refiriendo porque me ha contestado sin vacilar ni un segundo.

Tras varios segundos pensativa, la chica comprendió que acababa de pasar y con quién estaba hablando su suegro. Pasó una mirada furtiva alrededor de la mesa para poder analizar rápidamente las expresiones de su familia.

Javiera les miraba con una sonrisilla que intentaba ocultar tras una mano posada estratégicamente encima de la boca, María Jesús fulminaba con la mirada a su marido y Alfredo la observaba con las cejas levantadas, mientras Alfred y Ángel portaban un semblante de confusión que les lucía de lo más gracioso.

- Si no fuera por los rasgos físicos que compartes con tu padre ahora mismo creería que eres descendencia directa del mío - declaró Amaia divertida agarrando a su marido del moflete.

- Siento decirte que lo que acabas de decir es lo más incestuoso que he escuchado en mucho tiempo, cielo - murmuró Alfred indignado por haber quedado fuera de la broma que parecía que compartían el resto.

Con un resoplido, se cruzó de brazos y frunció ligeramente el ceño, lo que hizo estallar a Amaia en carcajadas al ver que, tanto Ángel como Alfred, estaban en la misma postura. Los dos hombres se miraron y chocaron los puños por encima de la mesa, resignados a ser los menos avispados de la familia.

- ¿Sabes que fue incestuoso? Contarle a la señora del retiro que éramos hermanos mientras me metías mano por debajo de la mesa - soltó Amaia sin pensar.

Alfred se quedó mirándola con los ojos abiertos como platos mientras señalaba con la cabeza a sus padres. Se lamió los labios que se le habían quedado resecos y cogió aire.

- Amaia, no sé si eres consciente que estamos con nuestros padres y estoy pasando una vergüenza increíble, básicamente porque me niego a aguantar otro tercer grado de tú madre indagando sobre nuestra vida sexual - enunció Alfred con calma.

Ya no puedo inventarloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora