21. VINE AMB MI AQUESTA NIT

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Cuando llegaron al hotel que Amaia había reservado en París, Alfred no podía más que mirarlo todo con los ojos como platos, desde las majestuosas escaleras, hasta la piedra parisina y el impoluto piano que presidía la zona del bar.

- ¿Estás segura que nos podemos permitir esto, mi amor? - Susurró Alfred preocupado mientras Amaia se acercaba a hacer el check-in.

- No te preocupes. Además, leí que el hotel Banville es uno de los más románticos de la ciudad. - Dijo Amaia tranquilamente. - Y nuestra habitación se llama Amélie, ¿no te parece increíble? Tiene terraza y una bañera enorme, te va a encantar.


Amaia se enamoró inmediatamente de la banda sonora de Amélie cuando vio la película. Alfred y ella habían hecho miles de conciertos de domingo tarde versionando la música a piano y trombón. Además, la película había inspirado al chico para empezar una colección de fotografías, que aún no había terminado, en las que Amaia era la protagonista. Las fotografías eran sencillas, no tenían nada de especial a parte del brillo que aportaba su protagonista, quien posaba en diferentes situaciones de la vida cotidiana; desayunando, haciendo la siesta, tomando el sol, escuchando música...


Así que, por eso Amaia pensaba que una habitación con ese nombre tenía que ser especial para ellos.

Subieron a dejar las maletas y rápidamente empezaron a deambular por las calles de París.

Caminaron por los Campos Elíseos, visitaron el Louvre y subieron hasta la punta de la Torre Eiffel, recorrieron todos los lugares turísticos que recomendaban las guías de viaje.

Mientras paseaban llegaron hasta la Sainte Chapelle, Amaia no era mucho de visitar catedrales o iglesias, pero Alfred siempre había tenido una personalidad más mística, profunda, trascendental.... así que, a pesar que no entraba en sus planes, acabaron atravesando las puertas de esa maravillosa catedral.

Una vez en las entrañas de aquel monumento, no pudieron más que quedarse alucinados con su solemne estructura. Largas filas de vidrieras adornaban las paredes y desembocaban en un impresionante rosetón que presidía la estancia.

- ¿Ves como juega la luz con los colores del cristal? - Susurró Alfred lentamente sin querer turbar la calma del momento.

- Es precioso, cariño. - Contestó Amaia en el mismo tono de voz.

El chico se giró a mirarla, observó su perfil, como las luces se reflejaban en su piel, como le aportaban un brillo especial a sus ojos...

- Me encantaría hacerte una foto ahora mismo... eres lo más increíble que hay dentro de esta capilla. - Dijo Alfred mientras la contemplaba maravillado.

Amaia se acercó a él y le pasó los brazos por el cuello, acercando sus caras hasta el punto que sus labios se rozaban.

- Cásate conmigo. - Susurró Alfred.

- Llegas un poco tarde, ya estoy casada. - Rió Amaia suavemente.

- Lo digo enserio, cásate conmigo otra vez, aquí, en París.

Alfred se fue arrodillando lentamente, sin apartar sus manos del cuerpo de Amaia.

- Por favor.

- Levántate, anda. - Contestó Amaia mientras sentía como las lágrimas empezaban a descender por sus mejillas. - Si me lo pidieras mil veces, te diría a todas que sí.

Ya no puedo inventarloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora