39. AT THE END OF MY ROAD

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Los truenos que retumbaban fuera de casa de la familia von Trapp sonaban con potencia en el salón de Amaia y Alfred. Javiera leía un libro entretenida mientras los dos jóvenes miraban ensimismados la televisión.

El pie de Amaia se encontraba preso entre las manos de Alfred, que trabajaban sin descanso tocando puntos que la hacían suspirar de placer.

- ¿No creéis que es un poco tarde para estar aún despiertos? -regañó Javiera-. Mañana tenéis clase de preparación al parto a las nueve, vais a ir con más ojeras que cara.

Amaia gruñó ante las palabras de su madre y, con un esfuerzo considerable, se levantó del sofá y se dirigió hacia la habitación. Estaba harta.

Javiera se quitó las gafas de leer y colocó el libro pulcramente sobre la mesilla de delante del sofá.

- Hijo, también iba por ti -apreció Javiera mirando a Alfred.

- Lo sé, pero quería hablar contigo -contestó cogiendo aire-. Sabes que eres como una madre para mí, ¿verdad?

- Me estás asustando -contestó sentándose recta en el sillón.

- No te asustes, no quiero decirte nada malo. Simplemente, me gustaría pedirte algo sin que te enfades conmigo -pidió Alfred fijando su mirada en ella.

- Adelante, pues -dio paso Javiera.

- Amaia y yo necesitamos estar solos, Javi. Sabemos que estás aquí porque quieres lo mejor para nosotros y quieres protegernos, pero necesitamos vivir esto como una pareja, los dos, sin nadie más -expresó Alfred, dándole la mano a su segunda madre.

- Pero, cariño, me necesitáis aquí. ¿Qué pasa si Amaia se pone de parto de repente? Yo sé que hacer -murmuró la mujer preocupada.

En ese momento, Alfred comprobó que lo que mantenía a Javiera allí era su propio miedo, su necesidad de control.

- Todas las mujeres que tenéis hijos habéis pasado por esto Javi, sé que tienes miedo, yo también lo tengo... no te imaginas cuánto, pero tenemos que intentar mantenernos cuerdos, ¿vale? Y el primer paso es volviendo a Pamplona, mamá -negoció Alfred.

- ¿Y si le pasa algo a mi niña? ¿Y si le pasa algo a mi nieta? -preguntó con los ojos aguados.

- No pasará -afirmó Alfred con una convicción que realmente no sentía.

- ¿Me lo prometes? -demandó Javiera.

- Te lo prometo. Todo va a salir bien. En unas semanas tendrás a una pequeñita berreando por Pamplona, ¿vale? -consoló Alfred.

Después que Javiera le asegurase que no estaba enfadada y que volvería a su casa al día siguiente, Alfred se dirigió hacia la habitación en busca de Amaia.

La chica estaba abrazada a una almohada y respiraba pausadamente, por lo cual Alfred intuyó que se había dormido. Se acurrucó a su espalda y le besó la sien, susurrándole en el oído que todo iba a estar bien.



Poco después de acostarse, Alfred cayó rendido del cansancio. No sabía el tiempo exacto que había dormido, pero sus extremidades pesadas y la neblina de su mente insinuaban que no había sido mucho.

La respiración acelerada de Amaia y los golpecitos que daba al colchón con la mano habían sido los causantes de su desvelo.

- ¿Estás bien, Amaieta? -preguntó soñoliento.

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⏰ Última actualización: Jan 08, 2019 ⏰

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