16. SI LLORÉ ANTE TU PUERTA DE NADA SIRVIÓ

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Alfred no había avisado a Amaia sobre su llegada antes de tiempo porque quería darle una sorpresa. A pesar de las ganas que tenía de correr hasta casa, decidió hacer una parada en la pizzería a la que iban a cenar todos los sábados.

Cuatro quesos en mano, se dirigió con paso impaciente hasta el edificio donde estaba bastante seguro que se encontraría a una preciosa Amaia enfundada en su pijama de cuadritos.



Después de dos intentos y una respiración profunda para calmar el pulso, Alfred consiguió meter la llave en la cerradura de la puerta de casa.

Lo primero que notó al entrar fue el olor tan raro que había en el ambiente, no olía a casa. Alfred arrugó la nariz y pensó que le tendría que preguntar a Amaia si había cambiado de ambientador.

Aparcó la maleta al lado de la puerta, dejó la pizza sobre la barra de la cocina y se quitó el abrigo. Iba a colocarlo en el sillón donde normalmente lo dejaba, cuando la ropa tirada en el suelo delante de este llamó su atención.

Quería pensar que su Amaia, con lo desordenada que era, se había olvidado la ropa en el salón después de sacarla de la secadora, pero no reconoció los pantalones que estaban en el suelo, y desde luego no eran de Amaia.

Se pasó una mano por el pelo y bufó, estaba seguro que se estaba poniendo nervioso por nada. Culpó al jetlag de sus disparatadas emociones y puso rumbo hacia la habitación. Lo único que necesitaba eran los mimos de Amaia y todo volvería a estar bien.


Estaba al final de las escaleras cuando vio como Roi salía del dormitorio desperezándose.

El momento en el que cruzaron las miradas pareció eterno, a Alfred le latía el corazón a toda velocidad y veía cada movimiento de las facciones del chico reproducido a cámara lenta.

- ¿Qué haces en mi casa? - Preguntó Alfred en un susurro débil.

- No te preocupes tío, ya me iba, pero tengo la ropa en el salón, así que...si me dejases pasar iría a buscarla más rápido. - Dijo Roi cortado. - Creo que Amaia no sabía que volvías hoy.

- No me digas... - Contestó Alfred con voz grave.

A Alfred le habían empezado a temblar las manos, le sudaba todo el cuerpo y oía las palpitaciones de su corazón en las orejas. No podía pensar.

Cuando se dio cuenta que veía a Roi borroso decidió que era un buen momento para irse, notaba que se acercaba un ataque de ansiedad y tenía que salir para poderlo controlar.

- Oye tío, ¿estás bien? - Preguntó Roi.

- No me llames "tío", cabrón. - Respondió Alfred con la voz ahogada, para acto seguido emprender el camino hacia la puerta principal.



No sabía cuántas horas habían pasado, ni cuánto tiempo llevaba sonando su móvil sin descanso, lo único de lo que era consciente era que los primeros rayos de sol de la mañana se empezaban a asomar entre los edificios situados delante del parque en el que estaba sentado.

De repente notó como una mano se posaba encima de su hombro y le zarandeaba suavemente, mientras una sombra se colocaba entre sus ojos y la luz del sol.

- ¿Qué estás haciendo aquí, Alfred? ¿Se puede saber porque no has vuelto a casa? Me he tenido que enterar por Roi de que habías vuelto a Barcelona. Llevo toda la noche llamándote, por lo menos podrías haberme cogido el teléfono. Estaba preocupada, Roi me dijo que te habías ido con mala cara. ¿Has tenido un ataque de ansiedad? ¿Te encuentras bien? ¿Vamos al médico? ¿Me puedes contestar a algo? - Preguntó finalmente Amaia desesperada.

Alfred se había quedado mirándola sin decir nada, de hecho no acababa de creerse que ella estuviese allí, delante de él, bañada por los rayos del sol, que formaban una especie de aura divina a su alrededor. A pesar de las ojeras y el moño deshecho que llevaba en el pelo, a Alfred le pareció que estaba viendo a un ángel.

- Alfred, por favor, dime algo... me estás asustando. - Le dijo Amaia mientras se arrodillaba entre sus piernas.

- ¿Cómo me has encontrado? - Preguntó Alfred saliendo de su estupor.

- Bueno... te encantan los parques. Es el tercero que visito. - Respondió Amaia insegura. - ¿No me vas a dar un abrazo?

Alfred fijó su mirada incrédula en los ojos aguados de la chica.

- ¿Me lo estás preguntando enserio?

- Por favor. - Le suplicó Amaia acercando sus manos hasta la cara de Alfred para acariciarle las mejillas.


A pesar del enfado, de la decepción, del dolor, del engaño... de todas las emociones negativas que estaba sintiendo en esos momentos, no pudo resistirse a la voz de su Amaia, al tacto de su mano que sentía por primera vez después de tanto tiempo.

La agarró fuertemente de la cintura y la acercó a él todo lo que pudo. Sentía como los dedos de Amaia jugaban con el pelo de su nuca, como la respiración de la chica se acompasaba para ir al mismo ritmo que la suya, como sus cuerpos encajaban perfectamente, como el familiar olor de Amaia inundaba todos sus sentidos.

- ¿Por qué? - Susurró Alfred suavemente en la oreja de Amaia.

- ¿Por qué, qué? - Contestó la chica en el mismo tono de voz.

Con todo el pesar de su corazón, Alfred se separó de ella y dirigió su mirada hacia uno de los árboles del parque.

- Solo ha sido un mes, Amaia. ¿Sabes? Cuando empezamos a salir como pareja tenía miedo a que te cansases de mí, a que te agobiase tener a tu novio todos los días encima de ti... Pensé varias veces que quizás deberíamos empezar a vernos menos, tener citas, salir a cenar un fin de semana después de llevar días sin estar juntos... Pero claro, fue imposible porque nos vinimos a vivir juntos al poco tiempo. Y porque nunca he tenido suficiente fuerza de voluntad como para alejarme de ti. - Rió Alfred irónicamente. - Al final tal vez habría sido lo mejor, debería haberte dejado experimentar antes de atarte. Aunque ahora ya está hecho, ¿no?

Alfred sonrió con tristeza y acarició lentamente un mechón de pelo que a Amaia se le había soltado de la coleta.

- En verdad, en las últimas horas solo he tenido preguntas en la cabeza. ¿Eres feliz? ¿Te has sentido presionada por mí en algún momento? ¿Podré volver a ser solo tu amigo? Cosa difícil, porque creo que en realidad nunca hemos sido "solo amigos", por lo menos, para mí, siempre has sido más.

- Alfred, no entiendo porque me estás diciendo todo esto. - Dijo Amaia con lágrimas en los ojos.

- Porque te ha hecho falta menos de un mes para meter a Roi en casa, cielo. Después de horas pensando, ni siquiera te culpo.

Amaia se tensó ante las palabras de Alfred.

- ¿De verdad crees que podría hacer eso? Creía que después de tantos años me conocías un poco más. - Suspiró. - Mira, no sé por qué piensas que me he estado liando con Roi o que te he dejado o lo que sea que esté pasando por tu cabecita, pero te pido, por favor, que lo hablemos, ¿vale? A pesar de que ahora mismo estoy bastante decepcionada contigo... quiero conocer tu versión antes de cantarte las cuarenta.

La chica se levantó, se sacudió el césped de los pantalones y le ofreció su mano a Alfred, el cual se quedó unos segundos mirándola fijamente.



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Mañana no voy a poder subir capítulo, ¡siento dejaros así!


¡Muchas gracias por todo! Nos leemos el lunes. ❤❤

Ya no puedo inventarloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora