Alfred movía la pierna insistentemente mientras intentaba que la funda de su iPad no se moviese de la posición en la cual la estaba colocando. Estaba tan frustrado que casi tiró el café que tenía sobre la mesa de un manotazo.
Llevaba una mañana horrible, y eso que solo eran las 9. Sus vecinos de arriba le habían despertado cuando aún no había amanecido, de hecho, lo que primero creyó que eran truenos, habían resultado ser muebles que estaban siendo desplazados de una punta a otra del piso. ¿A quién se le ocurría ponerse a redecorar a esas horas?
Ante la imposibilidad de volver a dormirse, había decidido organizarse el armario, ya que llevaba un par de días de plancha atrasada. A pesar de ser una tarea que normalmente le relajaba, ese día solo consiguió ponerle de peor humor, ya que al estar medio dormido se había olvidado de llenar la plancha de agua y había quemado una de sus camisas favoritas.
Para colmo, llevaban unos cuantos días sin agua caliente por culpa de una avería en el calentador general del edificio. Así que después de darse una ducha con agua fría, de mancharse los pantalones de mermelada y de tener que compartir ascensor con un señor que siempre olía a puro rancio, había llegado al Starbucks donde siempre se tomaba el café antes de entrar a trabajar.
A pesar de la mala leche que llevaba encima desde que se había despertado, no pudo evitar sonreír embobado ante la cara risueña de Amaia que le miraba fijamente desde la pantalla del iPad.
- ¿Seguro que quieres seguir haciendo las video-llamadas a estas horas, titi? - Preguntó Alfred preocupado. - Deberías dormir una noche entera.
- Ya... y tu casero debería ponerte buena conexión a internet para que me pudieses llamar desde el piso, pero así es la vida. - Contestó Amaia.
- ¿Cómo fue la reunión de ayer? ¿Los dejaste a todos con la boca abierta?
Alfred llevaba un rato escuchando a Amaia narrar emocionada sus impresiones de la reunión del día anterior cuando vio que la puerta de la habitación se abría y aparecía un chico por ella.
El primer instinto de Alfred fue horrorizarse porque alguien hubiese entrado en su casa y le pudiese hacer daño a Amaia. La chica debió percibir el cambio en la cara de Alfred porque dejó de hablar y se giró para mirar tras ella.
- ¡Roi! Te he dicho que iba a hablar con Alfred, que no entrases a molestar. - Dijo Amaia con total naturalidad, sin sorprenderse un ápice por la presencia de ese chico en su casa. - Lo siento cariño, es que como hoy es viernes he salido a tomar algo con Roi y hemos acabado en casa viendo Friends a las cuatro de la mañana.
Amaia rió y se cambió el pelo de sitio. Como le gustaba a Alfred cuando se agarraba todo el pelo con una mano y se lo cambiaba de lado, estaba preciosa. Pero en esos momentos ni siquiera podía fijarse en ese detalle que siempre le volvía loco.
- ¡Ei Alfredo! ¿Cómo estás, tío? Aún no nos habían presentado pero me han hablado mucho de ti. - Dijo Roi sentándose en la cama al lado de Amaia.
- Me llamo Alfred, no te habrán hablado tanto de mí si no te sabes ni mi nombre. - Respondió Alfred frío.
- Alfred, por favor. Estaba intentando ser amable.- Le regañó Amaia mientras fruncía el ceño.
- Perdón, no quería sonar tan brusco. Solo que llevo un día de puta pena y quería hablar un rato contigo a solas. Pero da igual, en realidad me tengo que ir ya, adiós.
Amaia contuvo el aliento al ver que la pantalla del iPad se volvía negra. ¿Qué derecho creía que tenía Alfred para dejarla con la palabra en la boca? Instintivamente fue a coger el móvil para enviarle un mensaje, pero su mano se detuvo a mitad camino. Adiós. Se había despedido de ella con un simple, triste y solitario adiós.
Sintió una punzada en el pecho y apretó los ojos enfadada. Si quería ser un borde y pagar su mal humor con ella, allá él, pero Amaia no tenía ninguna intención de irle detrás. A pesar que le dolía no estar bien con él cuando estaban a tantos quilómetros de distancia, no iba a dar el primer paso para arreglar las cosas.
- Oye Roi, ¿por qué no vamos a dormir ya? Me acabo de dar cuenta que tengo más sueño del que pensaba.
Una vez con la luz apagada y metida entre las mantas, Amaia sintió que la cama se le hacía más grande que nunca. Desde que Alfred se había ido a Nueva York, Amaia había recolectado todas las almohadas que había por casa para que le hicieran compañía, pero en ese momento ni el tacto suave de los cojines conseguía hacerla sentir arropada.
Los primeros días que habían estado separados habían sido bastante duros para ellos, se les hacía tan extraño pensar que no podrían ni siquiera compartir un beso, una mirada o una caricia durante un mes que parecía que el tiempo se hubiese parado, que las manetas del reloj giraban en dirección contraria solo para burlarse de ellos.
De todas formas, acabaron normalizando bastante la situación, y a pesar que sabían que no querían que esa situación fuese permanente, se conformaban con verse en vídeos pixelados una vez al día.
Además, Amaia tuvo la suerte de congeniar maravillosamente con Roi, el sobrino de Manu que había venido a ayudarla con la empresa mientras su tío estaba fuera.
Prácticamente eran uña y carne, trabajaban, comían y salían juntos, Miriam incluso había insinuado que tal vez no deberían abusar tanto de las horas que estaban juntos.
No es que Miriam tuviese ningún problema en que Amaia hiciese nuevos amigos, al contrario, le encantaba ver que Amaia había perdido la timidez que siempre la había acompañado a la hora de empezar a relacionarse con personas diferentes. El problema que veía era que Roi estaba tomando demasiadas confianzas con su amiga, y no sabía si era por inocencia o por dejadez, pero estaba segura que Amaia no se había dado cuenta de nada.
Faltaban cuatro días para que se cumpliese el mes desde la llegada de Alfred y Manu a Estados Unidos, por suerte habían acabado el trabajo antes de lo previsto y ya podían volver a casa.
Alfred se removía inquieto en su asiento del avión, estaba realmente impaciente por llegar. Desde aquel día en que conoció a Roi, Amaia y él habían estado raros durante sus conversaciones diarias, así que lo único que quería era llegar a casa, abrazarla y decirle lo mucho que la quería.
- ¿No puedes estarte quietecito un rato, amigo? - Preguntó Manu cansado. - Os he dado una semana de fiesta para que os encerréis en una habitación o lo que os apetezca, tranquilízate un poco. - Bromeó.
- Nunca había estado tanto tiempo lejos de ella... además llevamos unos días raros. - Murmuró Alfred angustiado. - Simplemente tengo ganas de respirar el mismo aire que Amaia otra vez.
Manu le dio unas palmadas en la mano a Alfred, se puso los auriculares y se acomodó en su asiento. Ya le gustaría a él, a su edad, tener algo tan real como lo que tenía ese chaval.
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Sé que muchxs estáis expectantes por saber más de las directoras del musical, tranquilxs que sabremos de ellas más adelante. 😂😂
¡Muchísimas gracias por los comentarios, los votos y las lecturas!
Nos leemos pronto
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Ya no puedo inventarlo
Hayran KurguDicen que la vida está llena de recuerdos y personas que se asocian a ellos. Amaia y Alfred irán descubriendo que encontrar a alguien que comparta todos los momentos importantes de tu vida es un regalo que no se puede dejar escapar.