Capítulo 17

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De haber sabido que te irías, te habría abrazado con más fuerza.

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Escuché que mi nacimiento fue esperado, un gran acontecimiento digno de una gran fiesta, porque con mi llegada se garantizaba que el imperio Konoe persistiría durante muchos más años. Sin embargo, ese detalle que me había hecho sentir tan orgulloso, se cayó como una pirámide de naipes tras darme cuenta, con la tierna y temprana edad de 6 años, que incluso estando en la cima del estatus social, mi vida estaba lejos de ser perfecta.

Sentado sobre el taburete de nuestra gran y lujosa cocina occidental, apoyando mis codos sobre el reluciente mármol, me concentré en jugar con el último modelo de PSP que mi padre me compró en cuanto salió al mercado. Delante de mí, sobre la encimera de mármol, estaba mi plato de comida ya vacío.

— Konoe sama —me obligué a detener la partida en cuanto una de las sirvientas que estaban en la cocina me habló. Alcé la mirada—, ¿desea tomar el postre?

— No. —Respondí con indiferencia, bajando de nuevo mi mirada hacia mi consola para reanudar el juego.

— Entonces, con su permiso. —Retiró mi plato y mi vaso para después llevarlos hacia el lavavajillas.

Volví a levantar la mirada hacia ella durante unos segundos, estaba conversando simpáticamente con otra sirvienta. De cierta manera, ellas llamaban mi atención y despertaban la curiosidad que siempre me habían inculcado controlar; la curiosidad que sentía al observar cómo aparentaban una felicidad utópica, trabajando bajo la orden de dos personas superiores económica y socialmente que podían destruir incluso sus vidas si llegaban a desobedecerles aunque fuese mínimamente.

Realmente era asombroso cómo se podía controlar a la gente, cómo podías tenerlos comiendo de la palma de tu mano, manipularlos a tu gusto.

— Yuma —mi madre entró a la cocina. Mis ojos se desplazaron hacia ella, encontrándola bajo el umbral de la puerta, ajustando su chaqueta de traje con sus dos sirvientes personales tras su poderosa figura —, voy a volver al trabajo. Cualquier cosa que desees, pídeselo a algún criado, ¿de acuerdo?

— Sí, madre. —Asentí, recibiendo como respuesta una sonrisa. Pero no una de cariño, sino una simple curva de orgullo en sus labios pintados de rojo pasión; orgullo por tener un hijo ejemplar como yo, que no replicaba, que no pataleaba, que se mantenía entre los límites.

— Konoka —la intimidante y grave voz de mi padre se adelantó a las palabras que iba a pronunciar mi madre y pronto, su figura apareció tras ella, empequeñeciéndola un poco—, ¿dónde están las llaves del coche?

Mi madre frunció levemente el ceño, encogiéndose de hombros.

— Usa tú cabeza y piensa dónde las has dejado la última vez, yo no soy tu criada. Tengo que irme. — Avisó, volteándose para alejarse con el sonido de sus tacones contra el suelo, dejando atrás su perfume de Channel.

— Mierda… —Masculló mi padre con molestia, rebuscando en los bolsillos de su caro y azulado traje.

— Ehh… disculpe, señor. —Una de las criadas se acercó con algo de vacilación a mi padre. Pude apreciar incluso el temblor de sus manos. — Creo que su automóvil se encuentra en reparación.

— ¿Cómo que “creo”? —Frunció más su ceño, clavando su letal mirada en ella, quién enseguida bajó la vista, intimidada.

— E-es que… lo oí anoche por parte de la señora, cuando regresó a casa.

— ¿Y por qué rayos ella mandaría mi coche al taller si está en perfecto…? —Pero entonces mi padre pareció darse cuenta de algo, irritándose más— Joder, Konoka… —Masculló, pellizcándose el puente de la nariz tratando de controlarse. — La muy estúpida ha vuelto a usar mi coche sin permiso. — Y sin siquiera intercambiar alguna palabra más, sin posar ni un segundo sus ojos en mí, abandonó con enfado la cocina, dando grandes zancadas.

Hazme sentir viva | RinxLen [EN PROCESO DE EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora