Capítulo 1

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¿Recuerdas quien eras antes de que el mundo te dijera quien ser?


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Apoyé mi barbilla sobre la palma de mi mano, harta de la clase de matemáticas, en busca de alguna distracción. Observé la ventana intentando encontrar algo interesante, pero no hubo resultados; lo único contemplable era un desértico patio donde algún que otro profesor se paseaba y algún que otro estudiante se escaqueaba de las clases.

Que envidia.

Solté un pequeño bostezo; me costó la vida poder conciliar el sueño la noche anterior y tener, en ese momento, que soportar la amarga voz de la profesora, no me ayudaba en absoluto a mantener los ojos abiertos.

Tras desperezarme, alcé la mano, intentando captar su atención. No sabía si era porque estaba sentada en última fila o porque aquella mujer tenía una grave miopía, pero le costó unos eternos cinco minutos darse cuenta de mi presencia. Fue justamente en el instante en el que estuve replanteándome gritar su nombre cuando al fin giró su cabeza y me miró, incrédula.

— Ohm —estaba sorprendida, como si el hecho de que yo levantara la mano fuera un acontecimiento inédito—, señorita Kagamine, ¿tiene alguna duda? —lo preguntó con un extraño y disimulado entusiasmo, le emocionaba que a alguien le interesara su clase; podía distinguir su desesperación desde mi asiento.

— Necesito ir al servicio —contesté, acabando con aquella emoción.

— Lo siento, pero ya sabe que en horario de clase no está permitido ir al baño. Espere a que acabe la lección —dijo quedamente, volviendo a girarse en dirección a la pizarra, con la intención de proseguir con lo que fuera que estuviera dando.

— Pero, —me miró de reojo— es una...ya sabe...urgencia femenina. Urgencia. Femenina —me excusé, recibiendo unos ojos acusadores por su parte y captando la atención de algún que otro curioso—. Por favor —me obligué a decir. Ella frunció el ceño.

— Que sea rápido —me levanté enseguida de la silla, procurando cruzar la puerta antes de que ella pudiera cambiar de opinión.

En cuanto estuve segura de estar lo suficientemente lejos de clase, ralenticé el paso, dejándome llevar por la tranquilidad y decidiendo dar un largo paseo por los pasillos. Fui observando las puertas de las demás aulas sin ningún interés, procurando no ser vista por profesores desganados o alumnos aborrecidos.

De forma disimulada, me dirigí a las escaleras más cercanas, subiéndolas con prisa para poder alcanzar el último piso, olvidándome de mi pésimo rendimiento físico y notando como, al llegar, mis pulmones gritaban clemencia.

Con la respiración un tanto entrecortada, me detuve ante la única puerta que se hallaba ante mí y apoyé mi mano sobre el pomo. Me incliné levemente sobre el hueco de las escaleras, autoconvenciéndome de que no había nadie rondando cerca. Entonces, con algo de esfuerzo, abrí la puerta, logrando salir hacia aquel paraíso personal, disfrutando al instante de la brisa otoñal que, una vez más, me recibía con gusto.

Cerré los ojos y volví a tomar aire, sintiendo como el viento golpeaba suavemente mi rostro. Aquello era posiblemente lo único que me gustaba de ir al instituto; poder escabullirme a mi maravillosa y desértica zona de confort, un lugar en el que podía estar en calma; sin miradas criticonas, sin murmullos, sin ruido, sin personas, sin presiones, sin nada. Solo tranquilidad.

Hazme sentir viva | RinxLen [EN PROCESO DE EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora