Parte 28

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–Esta muerta, Isabella. Camille ha muerto por tu culpa.

Sus palabras me derrumbaron en tan solo segundos. Sentí como mis piernas se volvían cada vez más débiles, mis rodillas comenzaban a fallarme y mi garganta ardía de horror.

Me senté en el piso, abrazando mis piernas con mi brazo libre.

–¿Como? –mi voz sonó por lo bajo en un susurro débil.

–Lo que has escuchado. ¿Acaso estas sorda? Que murió, esta muerta, murió de depresión porque has preferido quedarte ahí con tu nuevo novio perfecto y tus repuestos de amigas.

Mi piel se erizó al escuchar el resumen malinterpretado de mi nueva vida saliendo de su boca. ¿Como era que sabia tanto sobre mi vida estando a tantos quilómetros de distancia? Un impulso me llevó a mirar hacia mis alrededores.

Pero por mucha incertidumbre que sentía, no resistía más el dolor de escucharle hablar, y decidí cortarle la llamada.

Mi cuerpo temblaba, producto del miedo que recorría a travez de mis venas.

Deseaba poder borrar los últimos años de mi vida, y acabar con las cenizas que seguían adheridas a la suela de mi zapato, siguiéndome con cada paso que daba.

Tomé mi celular, y sin pensarlo dos veces, lo arrojé con fuerza hacia el pavimento. Escuché como se destrozaba en mil pedazos y observé como la pantalla dejaba de emitir luz a los pocos segundos.

Un desahogo recorrió mi piel, finalmente podía volver a respirar, me encontraba agitada por la anterior falta de oxigeno.

Reposé mi cuerpo en el piso y me dediqué a mirar las estrellas, era una noche despejada, y no hacia demasiado frio. De repente me encontraba a gusto, acompañada por las luces que me observaban desde arriba, y mis emociones desaparecieron de a poco con cada estrella que identificaba.

No lograba definir qué era lo que sentía ante la muerte de Camille, pero aun así, gotas continuaron recorriendo mi sien hasta chocar con el suelo. No estaban cargadas de dolor, o tristeza, sino que de compasión... y perdida.

Al escuchar cómo la puerta de vidrio se abría, me levanté, y volví a mi posición anterior.

–¿Me puedo sentar?

Reconocí su voz en seguida.

–No.

Contesté mientras ocultaba mi cara hinchada dirigiendo mi mirada hacia la oscuridad, pero lo escuché hacerlo de todas maneras.

–Tenias razón, Lizza acaba de confesármelo todo. –me comentó el pelirrojo.

Yo puse los ojos en blanco, sin una gota paciencia.

Lo que había pasado dentro se sentía lejano.

–Pues me alegro por ti, ahora vete. –le contesté con la mayor dureza que pude sacar de mi interior.

Sabia que estaba siendo cruel, pero lo preferí de esa forma, era enfadarme... o romperme.

–Oye. ¿qué sucede? –me preguntó con compasión.

Pero su comportamiento ya no me engañaba.

Abrí la boca para intentar contestarle, pero al darme cuenta una vez que lo confesara, la noticia se haría real, me derrumbé.

El llanto se volvió a formar y ahora me encontraba luchando por detener el ardor que crecía en mi garganta.

–Lo siento, no debería haber dicho eso sobre Cameron –se disculpó con sinceridad–. Tengo algo que confesarte sobre aquella pelirroja...

Cenizas del Pasado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora