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Elías.

-1 año atrás-

Sin duda hoy era un día diferente. El aíre en Boston se sentía más ligero y el clima era perfecto para salir a pasear antes de prepararme mentalmente para entrar a clases.

Dios, odio las clases, más bien, la escuela en general.

Me levanté de mi cama, sacudí mi cabello y saqué unos jeans que tiré a la silla de mi escritorio la noche pasada. Agarré una camisa que tenía el escudo del capitán américa y unos tennis blancos. 

—¡Chori, nos vamos de paseo!—grité e inmediatamente mi husky subió las escaleras con mucho entusiasmo jalando consigo una cadena de metal. 

Sonreí al verlo, sus ojos eran de diferente color, negro y verde,  lo consideraba un perro especial, mi mejor amigo sin duda.

Al salir de la casa caminamos sin dirección, Chori hacía sus necesidades en cada árbol que veía y yo lo dejaba ya que discutir con él sería un caso perdido, me vería como lunático y él saldría ganando de todas formas.

Nos detuvimos en un árbol y aproveché para levantar mi cabeza y aspirar aíre fresco, los árboles que cubrían el cielo de manera natural me relajaba, la calle llena de hojas secas indicando que llegaría el otoño pronto, el vecindario tan tranquilo, como si nada pudiera arruinar este día. Sin duda, hoy sería distinto.

Llegamos a un parque que para mi gusto estaba un poco lleno; fruncí el ceño al darme cuenta de que Chori intentaba con movimientos bruscos quitarse el collar y deshacerse de la cadena. Me coloqué en cuclillas, reí y le quité la correa, al darse cuenta salió corriendo por todo el parque. En cuanto visualicé un árbol vacío me senté recargando mi cabeza en la corteza.

No quería regresar a la escuela, no era mi ambiente favorito, sin duda tenía mucha gracia delante de las personas y fue muy sencillo para mí conocer personas en cuanto ingresé pero siempre es tóxico pertenecer a círculos sociales, el simple hecho de pensar que había personas que tenían expectativas de mí como líder del equipo de fútbol americano me enfermaba. 

—Disculpa, tu perro intentó lamer todo mi libro—una voz me sacó de mis pensamientos, levanté la cabeza y me encontré con una mirada achocolatada cubierta por unos toscos lentes negros.

Una sonrisa se escapó de mis labios.

—Generalmente Chori se comporta así cuando le gusta alguien—creí que sonreiría pero solo asintió dejándome ahí con mi husky.

Rápidamente le coloqué la correa y caminé hacia ella.

—¡Disculpa!—no volteó—Chica con lentes—se detuvo y me miró.—¿Lo logró?

—¿Disculpa?

—Sí, lamer tu libro.

Negó con la cabeza y extendió el libro que tenía apretado a su pecho: «Flores en el ático». Sin decir otra palabra se dio media vuelta y caminó en dirección contraria a mí, alejándose y dejándome parado viendo como se iba.

Su cabello rubio caía en sus hombros y se deslizaba hasta llegar a su cintura, los lentes cubrían la mayor parte de su cara y no pude sacarle una sonrisa, me moría por verla. Sus rasgos tan finos y sus labios tan carnosos, sin duda era una belleza. 

Esa fue la primera vez que la miré, que me percaté de su existencia. Poco tiempo después descubrí que íbamos en la misma escuela y me dediqué un año a observarla para estudiar sus comportamientos, movimientos, reacciones e incluso adivinar sus pensamientos.

Sin embargo todo cambió de un año hasta la fecha, ella dejó de ser la misma, si antes la consideraba introvertida ahora había pasado a invisible, nadie se daba cuenta de su cambio, nadie excepto yo.

-Actualidad-

—¡Me voy Chori!—mi amigo peludo ladró desde la cocina sin asomarse y salí de la casa rumbo a la escuela.

Acomodé mi mochila en el asiento de copiloto en mi Jeep negro y conduje hasta el lugar donde tenía que permanecer durante ocho largas horas. Al llegar aparqué en un lugar alejado de los demás carros para evitar que le hicieran rayones o le dejaran alguna clase de marca a mi camioneta.

Entré al colegio y la miré en el pasillo acomodando sus libros en su mochila. Su cabello rubio ahora le llegaba a los hombros, sus lentes ya no estaban, su ropa era sin duda más holgada y oscura haciendo resaltar su tono de piel y su cabello. 

—¡Elías!—gritó Rachel, quien era mi mejor amiga desde kínder. Sus brazos me rodearon y el olor a su champú llegó a mis fosas nasales.

—Hola Rachel—la estrujé y la elevé en el aíre, logrando que chillara y pataleara.

—Feliz regreso a clases—se burló.

—No tienes idea—rodé mis ojos y volví a mirarla. Nos estaba mirando, levanté una mano para saludarla, solo logré que cerrara su casillero y se diera media vuelta.

Rachel lo notó pero no dijo nada, nadie decía nada cuando se trataba de ella, como si no existiera.

Pero ella existía, ella estaba ahí, más viva en mis pensamientos que en la escuela misma.




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