II

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Elías.

El timbre de salida sonó, Rachel ya estaba esperándome afuera de mi salón. Sus largo cabello rubio era inconfundible e incluso a metros podría deducir que era ella aunque estuviera de espaldas.

Caminé sin hacer ruido detrás de ella y piqué sus costillas, como consecuencia ella rió y volteó a verme con una sonrisa como siempre lo hacía.

—¿Nos vamos?—pregunté y ella asintió, caminando junto conmigo a mi Jeep negro.

El Jeep se encontraba al otro lado del estacionamiento, es decir, al final, los tacones de Rachel resonaban contra el cemento y evité mirarle a los ojos para no recibir su mirada de desaprobación.

—¡Maldita sea debes dejar de ser tan meticuloso con tu camioneta McCurry!—espetó por fin.

—Si las cosas fueran gratis Rach—le abrí la puerta del copiloto—Entonces no lo cuidaría.

Bufó a manera de desaprobación y reí, cerré la puerta tras ella cuando entró al carro y caminé hacia mi asiento. 

No puedo negar que no busqué con la mirada a mi chica misteriosa, porque lo hice, pero no la encontré de alguna manera siempre se las ingeniaba para escapar en las salidas de manera en la que nadie pudiera verla.

Llevé a Rachel a su casa y emprendí camino a la mía que estaba a unas cuantas manzanas. 

Me detuve en un semáforo y la miré, era ella,  estaba cruzando la calle hacia el rumbo que yo llevaba, sin pensarlo dos veces, bajé del carro aún con la luz en rojo y fui hacia donde estaba ella.

—¡Hey!—ella volteó e inmediatamente su ceño se frunció.—¿Necesitas que te lleve?

—No, gracias.

—Insisto—di un paso hacia delante y dudó.—Tengo varios carros detrás de mí y el semáforo está por ponerse en verde—me miró, todavía dudando, crucé mis dedos mentalmente y ella aceptó.

Abrí la puerta del copiloto y no me dejó cerrarla, ella lo hizo, fui a mi asiento y aceleré rumbo a su casa.

El camino fue silencioso, intenté en vano platicar con ella, era la mujer monosílaba, no lograba sacarle una conversación o tan siquiera una oración completa, pero su presencia de alguna manera me relajaba, no usaba perfume pero tenía el famoso aroma a casa. 

No sabía donde vivía así que ella me fue guiando, palabras como: izquierda, derecha, vuelta eran las únicas que salían de su boca y era demasiado frustrante. 

—Gracias por traerme—musitó y abrió la puerta del carro.

—Elías—Anuncié.

—Madeline—su nombre salió envuelto de una textura suave, sus labios se curvaron al pronunciarlo, maldita sea mujer.

Asentí y la vi marcharse hasta su casa.

Lo cierto es que jamás había investigado su nombre, claro que la observaba pero no estaba involucrada con un grupo de amigos que le gritara a la mitad del pasillo o que simplemente la saludara para poder deducir de una manera fácil como se llamaba.

Al llegar a casa aventé las llaves de esta a la mesa y me senté. Chori quién no tardó en aparecer al lado mío, empezó a lamerme, acaricié su cabeza.

—¿Qué tan patético soy?

Chori ladró, como si pudiera responderme.

—Lo sé, lo sé.—Recargué mi cabeza en las escaleras y cerré los ojos, Chori escapó de mis brazos y subió corriendo las escaleras para traerme mi camisa de fútbol americano.—¡Las prácticas!—lo había olvidado por completo. Besé a mi husky y subí a cambiarme.

Generalmente tenía prácticas de seis a ocho de la noche cada lunes, miércoles y viernes, sábados cada quince días, pero al entrar al período de vacaciones lo había olvidado por completo ya que se pospusieron; Chori siempre me acompañaba, me observaba en el campo y ladraba para advertirme de que alguien se acercaba cuando corría y hoy no fue la excepción.

—Hey McCurry, creímos que ya no vendrías—se burló Diego, un compañero de equipo y más un amigo.

—¿Te fuiste a besar con tu novia Rachel?—se unió Rick haciendo señas como si estuviera besando a alguien de una manera descarada.—Oh si Elías, úsala—su voz aguda resultó graciosa pero no me reí.

—Rachel es solo una amiga.

—Pues si es solo un amiga, compártela viejo—pidió Rick.

—Vamos a practicar—me coloqué mi casco al mismo tiempo que mi pie pegaba contra su trasero riéndonos.

Fui a dejar mi husky para amarrarlo en la entrada del campo donde pudiera verme mejor para advertirme durante el juego cuando escuché un grito.

—¡Madeline aquí!—gritaron en las bancas, volteé visualizando a la novia de Diego quién hacia señas a una muchacha para que vieran la práctica juntas, y miré hacía donde ella veía con la esperanza de ver a mi chica misteriosa una vez más, pero claro, era pedir demasiado, no era ella.

Ella jamás vendría a un ambiente así y mucho menos estaría con otra persona, no socializa.

Suspiré resignado, dejándola ir de mis pensamientos por solo unas horas.

Pedazos®  [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora