Capítulo 3: No le digan a ella

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Los días han estado pasando de forma rápida, aún no puedo creer que Ámbar y yo estemos tanto tiempo separadas, realmente no sé como podré enfrentar lo que queda del año.

¿Con sexo y alcohol?

Pero no es lo mismo...

Son drogas, como ella

Ella no es una droga Nora, es el antídoto...

Ahora mismo, me encuentro atendiendo las mesas de la cafetería cuando alguien toca mi brazo, haciéndome girar sorprendida y algo asustada.

-Hola otra vez- miro a ese rubio mientras alzo una ceja.

-¿Y tu eres?- pregunto curiosa, se me hace conocido...

-Claro...¿no me recuerdas?- me encojo de hombros, no realmente.- Del bar- no...-tuvimos sexo...en el callejón- abro los ojos recordando y asiento.- ¿Me recuerdas ahora?

-El chico encendedor...-digo recordando aquel escandaloso abrazo.- ¿Como sea, qué desea?- pregunto ignorándolo y tomando mi libreta.

-Quiero salir contigo- dice serio y yo suspiro.

-Eso no está en el menú- respondo simple y el frunce el ceño.

-Por favor, sólo una cita- pide y yo niego.

-No tengo citas niño...-hablo seria y el me mira mal.

-Claro, sólo cojes en un sucio callejón, ¿cierto?- inquiere enojado.

-Ha decir verdad si, ¿hay algún problema con eso?- pregunto mirándolo seria y el bufa.

-Sal conmigo...¿Charlotte? Con que así te llamas...-masculla leyendo el gafete con mi nombre, ruedo los ojos irritada.

-No me llamo, me llaman los demás por lo general- respondo borde y el me mira mal.- Si no vas a pedir nada, mejor vete- digo seria, mientras me volteo e intento continuar atendiendo a los clientes.

-Espera- toma mi brazo con algo de fuerza y yo lo miro mal, comenzando a respirar nerviosamente. ¿Dónde están esos incompetentes de los guardaespaldas?

Querías que esperaran afuera listilla

-Sal conmigo- repite mirándome fijamente.

-Dije que no- siseo sacando su mano con brusquedad.

-Te pagaré- cierro los ojos y luego sonrío levemente.

-No soy una prostituta- respondo alzando la barbilla.- Y si lo fuera, no tendrías lo suficiente para pagarme...-es lo último que digo antes de darme la vuelta, continuando con mi trabajo sin mayores sobresaltos.

Ese rubiecito de pacotilla no se fue, claro que no. Decidió que se quedaría y prácticamente fui obligada por el idiota de mi jefe a atenderle, ya que al parecer, es un niño de papá, como ya dije antes.

El trabajo pasó lentamente, no veía la hora de largarme de una vez, pero por supuesto, a mi jefe no se le ocurrió otra mejor idea que obligarme a limpiar todo el puto lugar yo sola.
Había pasado una hora desde que la cafetería cerró, mis adorados guardaespaldas, nótese la ironía, se encontraban afuera aún, o eso creo. Este lugar parecía embrujado.
Mientras ponía las mesas sobre las sillas, escuché un ruido proveniente de la oficina del jefe.

Podría haberlo ignorado, terminar el trabajo y marcharme. Pero claro, no hice eso. Sino que cuidadosamente, caminé hacia allí mientras escuchaba el ruido de algo quebrarse. Abro la puerta con cuidado y respiro aliviada cuando veo a mi jefe, quien al parecer, quebró un vaso. Cuando estoy por irme, el habla.

Prender fuego a la lluvia [en PROCESO Y CORRECCIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora