Capítulo 9: Una orgullosa flor

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Y aquí nos encontrábamos las cuatro. Riendo, como buenas amigas. Luego de que nos alistáramos para salir, la fisna se acercó a nosotras, y nos pidió disculpas. No mentiré, si desconfié de ella, y se lo dije. Algo que me caracteriza es no tener filtros a la hora de hablar, y decir verdades, aunque miento todo el tiempo. Cuando alguien me inspira desconfianza, o simplemente me desagrada, se nota muchísimo. Sobre la fisna, puedo decir que Camelia no es mala. Sólo ha estado muy sola, y sobretodo, rodeada de personas pijas como algunos ricos soberbios. La clase de persona que deberíamos ignorar.

Nos confesó que se comportaba así con nosotras, ya que creyó que queríamos robarle a su marido. Primero muerta. El tal Donatello es un miserbale ser. Con mi amiga se ha pasado, y a mi, me dedica unas miradas tan lascivas, que me gustaría arrancarle los ojos, para que no siga acosando a las mujeres. Claramente es la clase de hombre que no entiende el significado del NO. Está en su naturaleza. Poseer. Ultrajar. Lastimar.

Ahora mismo, estamos disfrutando de un suculento masaje. Este lugar es genial. Nunca había ido a un SPA con puras mujeres, y me encanta. Definitivamente, los cinco idiotas y batas, es una mala combinación. Muy mala.

Al escuchar como Amelia suspira complacida ante las suaves caricias, no puedo evitar comentar.

-Parece que estás disfrutando, a fondo...- digo con picardía.

-Mi esposo lo hace hasta el fondo, y te garantizo que es mucho mejor...- responde ella en un tono igual al mío, sorprendiéndome, y haciendo que todas estallemos en carcajadas. Esta mujer es fantástica. No creí que podríamos llevarnos tan bien. Ella es tan suave y dulce, y yo soy destrucción y muerte. Además de locura, y una pizca de irresponsabilidad.

-Yo...no...- intenta hablar la rubia entre risas, ganándose una mala mirada por parte de los masajistas, a quienes ignora.

-No entiendo la gracia. Ustedes no son unas santas chicas, dudo que sólo compartan la cama con ellos...- comenta la morena, en un tono sugerente.

-¡Pervertida!- exclamo riendo divertida, mirando a mi amiga por el rabillo del ojo y diciendo...- Pero tienes razón, algunas si lo hacen...- me burlo con algo de maldad hacia mi amiga, quien me asesina mentalmente, lo sé. Puedo sentir esas vibras. No sé como la rubia puede hacerlo. Lleva muchos años de celibato, pero algo me dice, que muy pronto terminaran. 

Hemos probado casi todos los tratamientos, de este místico lugar. Incluso unas mascarillas que nos tuvo sin poder hablar. Imagínense nuestro sufrimiento. Lo bueno es que nos vemos más hermosas que siempre.

Una vez acomodadas en las bellas sillas del restaurante, el cual, también es parte del spa, un camarero se nos acerca rápidamente.

-Señoras- dice el suavemente.

-Señoritas- exclamamos todas, no siendo del todo cierto.

-Lo...lo siento...- se disculpa apenado, mirándonos nervioso. Vaya, ya lo alteramos- ¿Qué van a ordenar, señoritas?- pregunta tímidamente, haciéndome sonreír. Bueno chico.

-Yo quiero el especial, pero sin cebolla ni mostaza- habla la rubia con su ceño fruncido al pensar en esas horribles cosas.

-Para mí igual- digo sonriendo.

-Y yo- habla la fisna tímidamente, haciéndome sonreír más. Mi amiga y yo compartimos una mirada de ternura. Poco a poco toma confianza.

-Cuatro especiales sin cebolla ni mostaza, por favor... - aclara Amelia amablemente, sonriéndole, logrando que el muchacho la observe como si fuera una visión. La rubia carraspea llamando su atención, y el parece despertar de su trance, retirándose de forma apresurada, no sin antes mirar a Amelia una vez más. 

Prender fuego a la lluvia [en PROCESO Y CORRECCIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora