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El plan para ese día no le apasionaba lo más mínimo, pero tenía que aguantar con una sonrisa, por su padre.

Se puso un vestido de flores, las mangas le llegaban a los codos y la falda hasta la mitad de los muslos. Se recogió el pelo en un moño despeinado y se delineó los ojos. Era primavera, y eso parecía notársele en la cara, porque parecía tener otro color. Más alegre.

Agarró una cazadora vaquera por si acaso y el bolso antes de salir de la habitación. Otra puerta se abrió al mismo tiempo, haciendo que el aroma vagase por todo el pasillo. Elle se giró como un resorte. Aquella maldita colonia.

Timothée se había puesto una camisa de color azul cielo y vaqueros. Y se había peinado. La observó, con los ojos bien abiertos, después agachó la mirada y le hizo un gesto para que pasara delante.

Elle iba a protestar, pero decidió que era inútil, y tampoco tenía ganas de hablar con él. Así que caminó hasta dejarle atrás. Le pareció escuchar cómo intentaba decir algo a su espalda pero acto seguido se quedaba en silencio. Esperaba que hubiera pillado la indirecta, no le apetecía tener que decirle a la cara que no quería saber nada de él. Ya no.

Max, que estaba sentado en un sillón del salón, posó el periódico que estaba leyendo encima de la mesa y se levantó para acercarse a su hija y darle un abrazo. Después saludó a Timothée apretando su hombro, como siempre.

-Voy a buscar a tu madre – le dijo – Esta mujer siempre tarda mil horas en arreglarse.

Elle maldijo entre dientes por dejarles solos de nuevo.

No se dio la vuelta, porque sabía que Timothée seguiría allí, mirándola. Así que entró en el salón. Era enorme, con aquella cristalera que tanto le gustaba. Junto a la pared había un montón de estanterías repletas de libros, pasó el dedo por el lomo de todos ellos. Se dio cuenta de que había un hueco en una balda. ¿Sería el hueco del libro que Timothée le había regalado a ella? Lo dudaba mucho. Aun así, su corazón palpitó un poco más rápido al pensar en ello.

También observó las fotos. La mayoría eran de Timothée y su madre. Sonreía en todas. Elle no pudo evitar sonreír al ver una de ellas. No debía tener más de ocho años, llevaba el pelo de punta y no podía tener más cara de pillo. Le hubiera gustado poder hablar con él de aquella foto.

Pero no.

Intentó mostrarse indiferente y siguió caminando por la estancia, hasta situarse junto a la cristalera. Se apoyó en ella y observó París. Había un montón de movimiento por las calles, ojalá ella estuviera allí abajo, y no en aquel salón donde de repente le faltaba el aire.

Volvió a posar los ojos sobre la Torre Eiffel y sólo los apartó cuando escuchó unos pasos acercándose.

Timothée se quedó frente a ella, se rascó la nuca con una de sus manos, no sabía qué hacer con la otra, así que la metió en el bolsillo del pantalón.

-¿La has visto ya? – le preguntó.

Elle frunció el ceño, pero entendió a lo que se refería antes de que volviera a abrir la boca para aclarárselo.

-Sí. Fui ayer con mi padre – respondió, secamente.

-¿Subiste al último piso?

Sabía que sólo intentaba ser amable, pero no quería hablar con él. Era así de simple.

-No.

-Podemos ir un día si quieres.

Elle hizo una mueca con la cara, alzando las cejas y poniendo los ojos en blanco.

IN YOUR WILD HEART (Timothée Chalamet)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora