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Elle notaba la mirada de Amélie clavada en ella desde la otra punta de la mesa, por eso apenas había levantado la cabeza del plato durante toda la cena. Todavía no había hablado directamente con ella, pero sabía que el momento estaba más cerca que lejos, así que no le extrañó nada que tras acabar de cenar, le dijera que si podía acompañarla a la cocina.

Su padre ni siquiera se extrañó por ello, pero Timothée la miró directamente a los ojos; él también se había puesto en estado de alerta.

-Claro, Amélie – respondió, recogiendo su plato y el de Timothée, además de los cubiertos.

-No hace falta que lo lleves, Elle – le dijo el chico, en un susurro.

-Prefiero tener las manos ocupadas para soportar el bochorno – respondió la chica, con un amago de sonrisa, antes de seguir a la madre del rizoso hasta la cocina.

Una vez allí, a Amélie le faltó tiempo para empezar a hablar. Dejó los platos sucios en el fregadero, se cruzó de brazos y la miró. Elle dejó sus cosas sobre la encimera y suspiró antes de mirarla.

-Supongo que ya sabes por qué te he pedido que vengas – soltó. Elle asintió – Mañana me caso, y no quiero ninguna escenita.

-¿A qué te refieres con escenita?

-Pues que espero que no te pases con el vino, como pasó en Corfú. En repetidas ocasiones, además. Ni que avergüences a mis invitados. Espero que te comportes con Timothée, también; porque tu padre no sabe nada de... lo vuestro.

Elle notó como le había costado pronunciar aquellas dos últimas palabras: "Lo vuestro".

-No te preocupes, no haré nada que pueda avergonzar a mi padre – respondió.

Porque sinceramente, ella le daba igual.

Amélie enrojeció levemente y apretó más fuerte la mandíbula.

-Bien, entonces no hay nada más que hablar.

-Vale.

Elle se había esperado algo mucho peor, pero no había sido para tanto. Y le había plantado cara, lo cual la reconfortaba enormemente.

Pero por otro lado, Amélie era la madre de Timothée, y quizá algún día se convirtiera en su suegra; e iba a convertirse en la mujer de su padre. No quería llevarse mal con ella.

Así que se tragó el orgullo y la llamó por su nombre antes de que saliera de la cocina. La mujer volvió a mirarla.

-Amélie, siento todo lo que ocurrió en Corfú, pero he cambiado – comenzó – He madurado desde entonces, te lo aseguro y... le quiero muchísimo – admitió, sin ningún tipo de vergüenza – Le quiero más que a nadie en este mundo. Sé que no vas a aceptar lo nuestro, y no tienes por qué hacerlo; pero no quiero que me odies.

Amélie relajó el rostro y miró hacia otro lado.

-Gracias por decírmelo, pero tus palabras no me valen de nada hasta que no vea los hechos. Soy su madre, espero que lo entiendas.

Elle asintió y la dejó ir. Quizá las maneras de tratar con ella al principio no hubieran sido las correctas, quizá se le hubiera ido la cabeza pero en aquello tenía razón, era su madre y ninguna madre quería ver sufrir a su hijo; y mucho menos por amor.

Así que sí, por supuesto que la entendía.

Apoyó las manos en el borde del fregadero y cerró los ojos, necesitaba tranquilizarse antes de volver al salón. Aquella conversación le había subido la adrenalina.

En seguida notó una mano acariciándole la espalda y alzó la cabeza para encontrarse con aquellos ojos verdes que tanto le gustaban. Sonrió al ver su expresión de preocupación.

IN YOUR WILD HEART (Timothée Chalamet)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora