Fuera de sí

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- No soy el único que la ve ¿Cierto? - preguntó Barty sin quitar su vista del cielo.

Ninguno de los dos se atrevió a desviar la mirada. Se mantuvieron quietos, sorprendidos por la figura casi imperceptible en el cielo, mientras las marcas cubiertas ardían como si de una quemadura se tratase.

Antonin negó con la cabeza.

- Es... es su... - titubeó Avery.

- Cállate - interrumpió Antonin tomando del brazo a Avery para jalarlo - Es mejor que nos dispersemos. Cuando las clases terminen, ya saben donde nos debemos encontrar. Estén alertas.

Los demás asintieron y caminaron en direcciones diferentes hacia sus salones con cierto nerviosismo. Morana fue la única que quedó entre los solitarios pasillos, observando con una sonrisa aquella marca mientras se acariciaba el brazo levemente por sobre la tela. Sabía lo que eso significaba: estaban siendo llamados.

[...]

La mirada de Tiberius paseó por la habitación hasta detenerse en un punto fijo. Desde su regreso a Hogwarts luego de la muerte de su mejor amigo, la situación no había mejorado. De hecho, se había vuelto aún más complicada. Sus compañeros de clase, e incluso de habitación, lo miraban con tristeza por lo ocurrido. No había un solo lugar en el que pudiese sentirse a salvo de las miradas. No necesitaba eso, no ahora.

Incluso, el regresar a su propia sala común representaba un gran dolor. Sobre la chimenea, junto a varios nombres más además de el de Stephen, se hallaba un pequeño altar adornado con algunas velas puestas por sus amigos que no habían salido de Hogwarts.

- Lo sentimos - dijo Tao Zhou, su compañero de habitación, la primera vez que lo observó ingresar a esta.

Su voz pausada y entristecida, acompañada del altar vistoso e iluminado provocó en Tiberius un sentimiento de vacío. Asu lado se hallaba una muchacha de tez morena y cabellos claros, a la cual Tiberius reconoció como Christine Fitz, acomodando una rosa blanca entre las velas. Se giró hacia Tiberius y sonrió levemente para luego abrazarlo.

Tiberius se quedó inmóvil sin saber cómo reaccionar. Esa situación, en cualquier otro momento y con su amigo vivo, significaba un gran logro para él. Pero ahora, todo era diferente.

- Gracias... -susurró él de la forma más educada posible para luego separarse y caminar hacia su habitación arrastrando los pies, intentando ver lo menos posible aquel altar para poder descansar y evitar pensar en su tristeza.

Antes de ingresar a su dormitorio, tomó aire y cerró los ojos intentando prepararse mentalmente para lo que vería. A comparación de otros años, ahora mismo se encontraría feliz de verse con sus mejores amigos. En la actualidad, temía el solo ver la cama vacía de Stephen al lado de la suya.

Cuando abrió la puerta, sus ojos observaron directamente hacia aquel lugar. Únicamente la luz de unas velas flotando sobre la cama la alumbraban. Sobre esta se hallaban algunas rosas y cartas dispersas que Tiberius nunca se atrevería a leer. Detuvo su paso para observar detenidamente el espacio, sintiendo un par de lágrimas bañar sus mejillas mientras sus labios temblaban. Sin embargo, el rechinido de la puerta provocó que se voltea de inmediato, observando la figura de Markus apenas iluminada por las velas. Este miró con cierta sorpresa la cama de Stephen, deteniendo su paso al instante. A juzgar por su gesto, Tiberius pudo deducir que era la primera vez que él entraba también. Markus desvío su mirada hacia Tiberius y, sin decir nada, caminó hacia su cama para depositar un par de túnicas dobladas y luego volver hacia la puerta con paso lento.

- ¿Cómo estás? - se atrevió a preguntar Tiberius rompiendo el silencio.

Markus detuvo su paso, depositando su mano en el pomo de la puerta sin girarse hacia Tiberius.

Dílseacht ForittDonde viven las historias. Descúbrelo ahora