Vacío

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Tiberius podía oír los latidos lentos de su corazón mientras apoyaba su oreja contra la almohada. Sus ojos cerrados e hinchados botaron dos lágrimas mientras de su boca, salía un sollozo silencioso. No quería ver el espejo que se hallaba frente a él. Sabía que se vería como un niño, abrazando un cuadro de madera contra su pecho, como si aquello fuese su última misión. Sentía una tristeza infinitamente profunda que empezaba desde su pecho hasta dominar cada parte de su cuerpo sin poder evitarlo. Era una tristeza pegada a su ser, una tristeza que jamás lo abandonaría. Recién, luego de un día y medio, había tenido el valor de escuchar lo que le había ocurrido a Stephen.

Su amigo no había sido más que uno de los desdichados en toparse con un grupo de Mortifagos. Aquellas acciones se veían casi a diario pero, para uno, eso siempre estaría alejado de su realidad.

Había perdido la cuenta del número de personas que habían ingresado a verlo. Su hermana, Aglaia, fue la primera en acompañarlo a su habitación mientras su madre consolaba a la señora Vane. Luego de abrazos y palabras que ahora no recordaba, entró Ariadna seguida de su padre. Tiberius valoraba aquel gesto, más no lo necesitaba. Estaba hundido en su propia cólera mientras los recuerdos de la última vez que vio a Stephen inundaban su mente.

Para cuando abrió los ojos, sus manos cubrieron su cara de la luz que entraba por la ventana. Sintió un extraño rose a la altura de su mejilla y separó su mano de su rostro. Desde que se había enterado de la noticia, no había querido salir de la oscuridad de su habitación. Sin embargo, Ariadna se empeñaba en darle un poco de luz al lugar para levantarlo. De todas maneras, tenía que hacerlo. Aquel día se llevaría a cabo la ceremonia de despedida de Stephen. Preparado o no, debía asistir. Debía juntar las fuerzas que le quedaban para afrontar su realidad, aunque estuviese consumiéndolo por dentro.

Detuvo su mirada en la extraña ropa color negro que llevaba puesta. Andrew Arcium, el mejor amigo de su hermana y su amigo, había traído una caja con ropa muggle especial para él. Ahora recordaba vagamente lo que le había dicho su madre, irían vestidos de esa manera en honor de Stephen. Tiberius se sentía agradecido con él por aquel gesto, y por tomar en consideración el acompañarlos.

Cuando la puerta se abrió, Tiberius apartó la mirada para no observar a quien entraba. Giró su cuerpo en dirección hacia el espejo y miró su reflejo una vez más. Su rostro demacrado, sus ojos hinchados y su cabello algo sucio lo hacían parecer un muerto en vida. De hecho, era así como se sentía. La culpa y la ira lo invadían, la tristeza había pegado su cuerpo hacia esa cama y no estaba dispuesto a liberarlo ¿Así serían todos los días de su vida? ¿Cada vez que se miraría al espejo sentiría culpa por no haberlo invitado a su casa?

- Tiberius... - escuchó un susurro cerca de él.

Tiberius no quiso mirarla. Reconocía la voz de su hermana, mas no tenía humor para hablarle. Aglaia suspiró con tristeza sintiendo como sus piernas se movían indesisas en si acercarse a él o dejarlo solo.

- Ya... ya llegó el transporte muggle... -susurró Aglaia levemente cuidando sus palabras.

Tiberius no se movió, y Aglaia decidió caminar en dirección a la salida.

- Debí de habérselo preguntado... - susurró Tiberius.

Aglaia detuvo sus pasos. Giró lentamente hacia su hermano y lo observó. Tiberius ahora se hallaba sentado en el filo de la cama con la cabeza agachada. Su cuerpo temblaba notablemente al igual que los sollozos se volvían sonoros. Un hincón profundo surcó el pecho de Aglaia y, sin poder aguantar sus propias lágrimas, caminó hacia él para luego arrodillarse y quedar a su altura.

- Algo en mí me lo decía, algo me gritaba que se lo pidiera, que viniese conmigo en estas fiestas y no lo hice. Dejé que se fuera y ahora se fue para siempre - dijo Tiberius de forma entrecortada, sin dejar de llorar.

Dílseacht ForittDonde viven las historias. Descúbrelo ahora