Capítulo 1

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Sara

Era sábado por la mañana. Sara se despertó cuando los rayos del sol que entraban por su ventana tocaron su rostro. Bostezó y estiró los brazos, abrió un ojo mientras se frotaba el otro con su mano.
Suspiró y abrazó su almohada por unos segundos.
Salió de la cama, se sentó y miró al suelo por unos minutos, luego se levantó y caminó hacia el baño a cepillarse los dientes.
Se quitó su pijama de unicornios (sí, Sara tenía diecisiete años y seguía amando a aquellos seres) y se colocó un pantalón y zapatillas deportivas, se hizo una cola de caballo y se miró al espejo.

Tomó su celular y sus audífonos y bajó las escaleras, caminó por la sala y salió por la puerta. Corrió durante una hora, como era de costumbre. Saludaba a todas las personas conocidas que encontraba en su camino. Todos querían a aquella chica, pues era muy educada, inteligente y simpática.

Iba de camino a casa, exactamente estaba pasando por la casa que quedaba detrás de la suya. Se dio cuenta de que habían llegado a vivir unas nuevas personas, pues estaban metiendo muebles y cajas. Se quedó parada unos momentos preguntándose quiénes podrían haber llegado a vivir ahí, hasta que vio a una pereja salir de la casa.

Siguió corriendo y llegó a la puerta de su casa, abrió y entró. Caminó hacia la cocina y saludó a sus padres, quienes estaban sentados dispuestos a desayunar.

—¿Sabían que hay personas que se van a mudar a la casa de atrás? —La chica preguntó de momento.

—Sí, llegaron unos minutos después de que saliste. —Contestó el padre antes de beber un poco de café.

—Sara... Erick, el hijo de mi amiga dice que quiere conocerte. —Soltó de una vez la madre. Sara simplemente apretó los labios enojada, ¿por qué su madre quería que saliera con alguien?

—Mamá, no quiero que empieces tan temprano con tus temas de querer conseguirme un novio. Estoy bien así...

—Sara, tienes diecisiete años, no puede ser que nunca hayas tenido un novio... Ni de chocolate.

—No quiero seguir discutiendo sobre esto. —Se levantó de la mesa sin haber terminado. —Gracias, ya terminé.

La chica se levantó y subió a su habitación. Tomó una ducha y se relajó un poco... ¿Por qué su madre no entendía que no quería enamorarse?
Se puso unos shorts cortos de color blanco, una camiseta azul y unos Converse también de color blanco.

Salió al patio trasero y comenzó a lanzar un oso de peluche que apenas cabía en su mano. Se recostó en el pasto y siguió haciéndolo por unos minutos. No sabía por qué, pero hacer eso, lanzar cosas era algo que de cierta forma hacía que se calmara.  

El día estaba perfecto, se dio cuenta de ello luego de haber lanzado al oso y percatarse de las nubes y lo lindo que se veía el sol. Volvió a lanzarlo, imaginando que podía tocar las nubes. Lo lanzó tan fuerte, que terminó cayendo al otro lado de esa barda.

Genial... Ahora la forma de relajarse había hecho que se estresara de nuevo. Se quedó mirando un poco las nubes mientras arrancaba el pasto con enojo, luego se levantó resignándose a que había perdido a su amigo, comenzó a caminar hacia la puerta de vidrio que daba hacia la sala de su casa, cuando escuchó algo caer a sus espaldas.

El oso tenía un rollo atorado con una liga en su pequeña pata. Sara levantó una ceja y tomó entre sus manos al peluche. Desenrolló el papel y lo leyó.

"Debes tener más cuidado con tus cosas, pequeña."

Sonrió, agradeció que sus nuevos vecinos traseros no hayan sido malas personas y que le devolvieran su oso. ¿Pequeña? Seguro la señora pensaba que una niña había lanzado al osito.
Entró a la sala, corrió al estudio y buscó un bolígrafo y una hoja de papel.
Salió al patio de nuevo y escribió una nueva nota.

"Gracias por devolverlo, señora. Bienvenidos."

Hizo un pequeño avión de papel, esperando que la señora estuviera aún en el patio para que viera su nota. Lo lanzó con fuerza y el avión cayó al otro lado de aquel muro.

Recibió una respuesta casi de inmediato, sorprendiéndose de que la señora se tomara el tiempo de responder.

"¿Señora? No, pequeña, apenas tengo dieciocho".

Sara se quedó pensando, preguntándose quién era la chica, pues hace un par de horas solo vio a la pareja en la casa. Tomó otro pedazo de papel y escribió:

"Lo siento, no lo sabía... Y yo no soy pequeña, tengo diecisiete."

La respuesta de la otra chica llegó en un par de minutos. Quizás ella también se había hecho varias preguntas sobre la persona que estaba al otro lado.

"Bueno, ambas nos equivocamos. Mi nombre es Atenas."

Sara se sorprendió al leer ese nombre, pues no era muy común en comparación al suyo. Tomó el papel y escribió de nuevo.

"Tienes un bonito nombre. Un placer, me llamo Sara."

Llegó enseguida otra nota.

"El placer es mío... Fue un gusto hablar contigo (que en realidad solo escribimos). Tengo que salir con mis padres.
Espero verte algún día o seguir escribiendo."

Sara leyó la nota y sonrió. Atenas parecía una chica agradable, tal vez podrían llegar a ser buenas amigas si se llegaban a conocer.

Fue a su habitación y se pasó el día viendo series en su computadora y escuchando a Fifth Harmony. La verdad es que Sara amaba demasiado a esas cinco chicas, amaba sus canciones y sobre todo amaba Camren.

Bajó a cenar y sus padres estaban ahí. Sara seguía enojada con su madre y viceversa.
La chica sabía que esas actitudes no eran buenas comparadas con la persona que era, alejó un poco su plato y habló.

—Mamá, solo diré que lo siento. —Dijo y su madre volteó a verla enseguida. —Sé que quieres que yo complemente mi felicidad con otra persona, pero este no es el momento, yo no quiero conocer a nadie ahora y no sé... Quizás solo tengo miedo.

—No te preocupes hija, no es mi intención presionarte.

Y sin más, la familia olvidó lo que había pasado en la mañana.

Sara acostumbraba salir todas las noches al patio a mirar las estrellas recostada en el patio. Ese día no fue la excepción.

Se sentó y comenzó a contarlas, sabiendo que no podría terminar, pues siempre se quedaba entre la numero veintidós o veintiséis. Nunca pasaba de ese numero, pero aún así le gustaba contarlas, observar el cielo nocturno y sentirse bien al estar bajo ese cielo estrellado.

Una bola de papel cayó junto a ella. Tomó su celular y encendió la linterna para poder leer.

"Buenas noches, Sara."

Sonrió de inmediato. La chica del otro lado se había tomado la molestia de desearle buenas noches.

"Igual para ti, Atenas."

Se fue a su habitación sin saber que al día siguiente conocería a aquella chica con la que se había enviado notas.
Se fue a su habitación sin saber que al día siguiente comenzaría la revolución en su estómago y en su corazón.

Durmió profundamente sin saber que al día siguiente conocería a la persona que le daría vuelta a su vida.

Tal vez iban a enamorarse al día siguiente y tendrían una vida perfecta... Tal vez simplemente serían estrellas fugaces en la vida de la otra.

Sarenas: ¿Quién Soy? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora